Pasión Fatídica

Capítulo 7

A casa llegó un sirviente de Miguel. Aguardaba por mí desde muy temprano. Lo atendí a mi regreso de vender pan.

—¿Qué necesitáis?

—Vengo en nombre del señorito Miguel, solicita verte. Aún permanece con dolor del esguince y reposará un par de días más. Se siente tan agradecido que desea corresponderte como se debe. Puedes ir hoy al cortijo a la hora que te plazca.

El sirviente no quiso escuchar mi respuesta, solo se concretó en hacer la invitación. 

Relaté a mi familia la razón de la visita del fámulo. A ellos les asombraba que fuese tan solicitada y por la gente de más alcurnia de la sociedad zaragozana. Mi madre me instó a ir, aunque no quería.

Llegué al cortijo por la tarde. Llevaba una canasta de pastelillos. Miguel se alegró sobremanera al verme. Para recuperarse mejor aún permanecía en cama, pese a que podía andar ya con muletas.

—¡Oh, bella gitana!

—Me llamo Dika.

—Dika, estoy tan feliz de que te encuentres conmigo, y más que vuelvas a hablarme, tu voz es tan dulce.

Me ruboricé inmediatamente. Recordé que me había prometido no conversar nunca con el altivo Miguel, pero he fallado. Solo estuve con él diez o quince minutos, su reciente actitud realmente me desconcertaba, ¿Miguel me quiere o no? ¿Le parezco desagradable aún pero el agradecimiento lo impele a tornarse afable? Mi rostro todavía parece un abismo insondable, no desvelo ni complacencia ni displicencia a su lado. Estoy sentada a su costado.

—Eres tan bella. Observa tu cabello es tan suave —dice mientras me ensortija un mechón—, pero más delicado tu canto y cadencia que subyugan.

Me ha pedido que actue para él. Pero, no lo he hecho.

 

Voy camino a casa de Claudine. Como entre el cortijo y el palacio hay poca distancia aprovecho para cumplir mis compromisos. Clauidne ya sabe lo que ha ocurrido con Miguel. Estaba muy preocupada a pesar de que ya le ha visitado. 

—No puedo ver a Miguel en cama, me zahiere el corazón —dice Claudine poniendo rodajas de limon a su té, usanza inglesa que acaba de adquirir.

—Al chico no le ha pasado gran cosa, está bien.

—¡Cómo comentas eso! Y con que desparpajo. Un golpe así... no se desea nadie.

—Yo creo que fue aleccionador, porque ese simple flagelo ha hecho que el tipo me trate con más gentileza.

Claudine pareció descomponerse un poco.

—¿A sí? ¿Y de qué manera se muestra más cortés? Porque la garbosidad se confunde con la galantería.

—Solo me ha dicho que le gusta mi canto y baile, y, que soy bella. Me ha sobado el cabello.

—La gratitud, sabemos todos lo benévolo que es. Tu presta respuesta a su auxilio lo ha cautivado.

No sé si Claudine intenta desestimar la nueva relación que tengo con Miguel o si sus palabras son flechas llenas de verdad más que de veneno. 

—Cualquier día de estos podríamos ir juntas al cortijo. Vieras lo efusivo que se muestra Miguel al recibirme, sumando tu presencia, le otorgaremos una explosión de dicha.

Convine, no porque desease seguir teniendo contacto con Miguel, sino porque con Claudine como acompañante mi esperanza de un distanciamiento con el torero se aviva.

 

No únicamente yo me he entremezclado con la sociedad zaragozana, sino también Wesh. Y una muy joven, y más bien de un solo integrante. Wesh ha hecho amistad con una muy tierna y bonita joven, no gitana, sino muy católica, pese a la recomendación de mi tía y madre de que solo se junte con gente de nuestra raza, que aunque pocos, sí que hay en Zaragoza, como otra chica que se llama Jofranka quien es excesivamente amable y que desde hace un par de semanas me compra muchas piezas de pan, incluso ha venido a casa a encargar tartas.

—¿Y Jofranka no te parece linda? —digo a Wesh mientras trabaja en el taller, a mediodía siempre le llevo un bocadillo y agua fresca lo mismo que a mi tío.

—Sí, pero no me lo parece demasiado. En cambio, Zaragoza, la antigua, agurda tantas perlas.

—Una perla llamada Lia. Tú igual que todos prefieren a las españolas de pura cepa. Valga, un gitano que desdeña gitanas, eso faltaba nada más.

—No ofendo a mi raza. Lia es tan cándida que la amaría un griego, un moro o un inglés.

—Y tal vez ella te corresponda, pero ¿Y sus padres?

Wesh bajó la mirada. Me sentí tan mal por él, seguro tenía la cruz que yo llevo siempre a cuestas, la desaprobación. A Wesh aconsejé que se alejase de la chica, pero argumentó muchos motivos para no hacerlo, lo que me desveló algo innegable, estaba enamorado.

 

La forma en que Claudine hizo que nos reuniésemos no me gustó para nada. Pensé que iríamos a donde Miguel a un simple saludo, pero no, ella quien place de parafernalia ha organizado un picnic. Miguel francamente ya puede caminar sin apoyo, por lo que con esta salida inagura sus andanzas en el exterior. Como intuía Claudine, a Miguel se le nota radiante, camina junto a ella y yo voy detrás. A Claudine le regala infintas y amplias sonrisas, la mira arrobado, conversan escuetamente, e intercalan esto con risitas nerviosas. Pero Miguel no me ha olvidado y de cuando en cuando gira la cabeza para preguntar si necesito algo o estoy bien. El picnic lo realizamos bajo un árbol de lima bergamota.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.