Perdido y encontrado
Oscuridad.
Estaba sumergido en ella. Profunda, aterradora, fría, absoluta.
Oscuridad.
Peor que una noche sin estrellas y sin luna.
¿Cómo había llegado ahí?
El silencio de su mente era escalofriante.
Podía ver, oír y sentir todo a su alrededor, todo lo que hacía. Pero no podía controlar sus movimientos, sus manos, sus pies, sus extremidades, nada de él le obedecía.
De alguna forma intuía el hecho de haber perdido el control, pero era tan confuso lo que sentía que por un momento, creyó que todo era una pesadilla.
Un golpe, el olor de la sangre llamó su atención. Otro golpe, y luego otro y otro. Sentía todo en carne viva, definitivamente esto no era un sueño, su fuerza lo había dominado por completo y no podía conectar su mente humana con su cuerpo, parecía estar aislado en su propia cabeza. Todo lo que era Aiden, sus recuerdos, emociones, y sueños se había relegado al rincón más oscuro de su cerebro. Su inconsciente. Estaba vagando a la deriva mientras que la mente del animal estaba al frente, apoderandose de su cuerpo.
¿Se había vuelto salvaje? Se preguntó ¿Era eso lo que se sentía rendirse a su animal?
—Emma podrá tener su sangre ¡Pero su corazón me pertenece!
Esa voz... Ese aroma... Fue una luz para su alma en esa horrible oscuridad. Riley. Estaba viva. Si tan sólo pudiese volver en sí...
La puerta casi se rompe con el impacto, el instinto primario de la bestia era liberarse. Huir de su encierro. Cada vez estaba más cerca, de perderse para siempre.
Ya no recordaba cuántas veces había abierto los ojos sólo para ser golpeado y caer en la inconsciencia. La última vez había sido ahí, en su cabaña, Aiden intentó cuanto pudo para moverse, tomar el control de su cuerpo, pero le parecía algo inútil, sus intentos eran torpes porque no sabía cómo hacerlo.
¿Cómo podía reconectar su mente con su cuerpo?
—¿Aiden?
El gruñido de advertencia le pareció extraño en su propia voz casi animal.
—Soy yo, Riley.
Pudo visualizar su rostro a través de la bruma que nublaba sus ojos. Ella estaba recargada contra la puerta, sin temor en su expresión, mirándolo con ese anhelo implícito en sus ojos.
—Riley
Su voz nunca salió de su garganta, se hizo un espantoso eco en su mente.
—¡Riley!
Nada. No había forma de provocar una reacción.
—Está bien Aiden— su dulzura fue reemplazada por una amarga tristeza— Está bien.
Sintió el dolor de la transformación por un instante, y luego su perspectiva tomó un rumbo diferente cuando estaba de cuatro patas en el suelo. Arañaba con desesperación, rugiendo amenazante, el leopardo estaba listo para abalanzarse contra ella.
—Jamás le haríamos daño.
Sin embargo no podía detenerse, él era un espectador distante, un intruso en su propio cuerpo.
Saltó, con sus fauces abiertas y las garras extendidas.
Y fue derribado al suelo.
—Eso es pequeña.
A través del sonido ensordecedor del felino, Riley esperaba su siguiente ataque. ¿Por qué no se iba? ¿Por qué insistía en poner su vida en peligro?
—¡Pero su corazón me pertenece!
Esto no podía ser peor. Riley lo había reclamado, era injusto ¿Por qué de entre todos los cambiantes que podían hacerla feliz, ella lo había escogido a él? Estaba condenadose a sí misma.
—No voy a dejarte ir ¿Lo sabes?
Gruñido.
—Sé que estás ahí.
Zarpazo.
—Jamás podrías lastimarme.
Rugido.
—¡Volviste una vez!— exclamó— puedes hacerlo de nuevo.
Cuánta determinación, cuánta fe, cuánta esperanza tenía puesta en un ser que estaba a punto de perderse. Riley era demasiado obstinada.
—Sé que me escuchas— alzó su voz— Emma te hizo volver una vez, recuerda Aiden.
Él volvió a saltar, pero ella lo agarró del cuello y lo lanzó lejos.
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Editado: 06.09.2018