—Ten otra cerveza, la casa invita.
Miré a los ojos del cantinero que se encontraba frente a mí para darme cuenta que se trataba de Michael, al ver el brillo de diversión que se situaba en sus ojos no pude evitar emitir una pequeña sonrisa.
—No deberías invitar a tus clientes a tragos tan seguidos, o de lo contrario quedaras en la ruina.
—Tranquilo, solo lo hago con los que acaban de abrir su propio negocio-luego de esperar unos segundos en los que aun yo meditaba si coger la bebida o no prosiguió—Vamos hombre, relájate un poco, nadie morirá porque tomes una simple cerveza, además, por fin estás viendo el fruto de todo tu esfuerzo, disfruta del momento.
Agarré mi bebida y comencé a beber, era consciente que si no lo hacía lo iba a tener toda la noche dándome un discurso sobre el tema. Michael era mi mejor amigo, nos conocíamos desde que éramos unos simples cachorros. Estuvo a mi lado el día que me proclamaron líder de la manada y de igual manera estuve yo para el cuándo inauguró este bar, The Millennium.
Me vi obligado a detener estos recuerdos, el ambiente comenzó a ponerse tenso, el tiempo a mi alrededor se detuvo y solo escuchaba los latidos de mi corazón, cada segundo que pasaba lo sentía latir más deprisa, tal parece que iba a saltar de mi pecho. Me niego a creerlo, después de tanto tiempo esperando, mi pareja destinada se encontraba en esta estancia. Aun no entiendo cómo, pero, sabía que era ella, era incapaz de pensar en otra cosa, hasta que Michael interrumpió mis pensamientos.
—Ryan, ¿te encuentras bien?, te ves un poco pálido.
—Estoy bien, no pasa nada—al recobrar los cinco sentidos vi que era él quien se encontraba de los nervios con la cara toda sudorosa— ¿Qué ocurre Michael?
—Al parecer a los nuevos inquilinos de la ciudad les ha dado por pasar a saludar.
Giré la silla y entendí de qué hablaba. Hace menos de un mes, un grupo de vampiros se había asentado en la localidad. En ese tiempo yo aún no era el líder, por lo que el pacto de alianza fue firmado con los ancianos del consejo de la manada.
El trato consiste en que pueden quedarse mientras no dañasen a los nuestros, ni llamaran demasiado la atención de los humanos. Hasta el momento, han cumplido tan bien su parte de las clausulas, que incluso yo no conocía ni siquiera el nombre de su líder, pero claro para todo hay una primera vez y esa seria ahora.
Volví a girarme al pequeño grupo cuando uno en especial llamó mi atención, a pesar de que nunca nos hemos visto, supe de inmediato que era él quien mandaba en su clan. Su esencia demostraba que era el más fuerte y antiguo de los chupasangre que se encontraban en la habitación, pero había algo más, algo que lo convierte en único, no soy consciente de lo que es, pero no puedo apartar la mirada de él, de su rostro casi perfecto, con sus ojos de un azul tan intenso que recordaban a las profundidades del océano. Su cabello oscuro como el ébano y lacio caía sobre sus hombros, provocando contraste con sus finos y pálidos rasgos faciales, sus finos labios daban la sensación de ser muy apetitosos.
Me armé de valor y aparte la vista de su rostro solo para dirigirla al resto del cuerpo. Iba vestido con chaqueta y pantalones de cuero negro, mismo color que su camisa. El conjunto dejaba apreciar cada parte de su cuerpo, no quedando mucho a la imaginación. ¡Qué vergüenza! Si no me conociese mejor diría que estoy desnudando o comiéndome al pobre hombre con la vista.
Cuando volví a levantar la cabeza me di cuenta que el desconocido me observaba con la misma intensidad y detenimiento que yo a él, como si me estuviese estudiando y por una milésima de segundo creo verlo sonreír. Me sentí como si no pudiese ocultar nada en medio de esa multitud de personas.
—Ryan, Ryan—Michael me miraba con cara de preocupación—Que carajos te pasa tío, te has quedado rarísimo.
—Nada, solo me he distraído un poco— vuelvo a mirar en la dirección que se encontraba el vampiro solo para descubrir que ya no estaba allí— Creo que he bebido más de la cuenta.
—Yo también lo creo, debes marcharte, mañana comienzas a trabajar bien temprano.
—Tienes razón, nos vemos pronto.
Agarré mi camioneta y llegué a mi casa cuando apenas faltaban quince minutos para las doce de la noche. Vivía en una pequeña finca a las afueras de la ciudad, la heredé cuando murieron mis padres hace cuatro años.
Necesitaba una ducha bien fría y fue de lo primero que me encargué cuando crucé la puerta. Comencé a relajarme y note que el efecto del alcohol pasaba aunque no me había excedido tomando.
Al salir me metí a la cama intentando dormir, pero cada vez que cerraba los ojos solo podía ver esa mirada que no abandonaba mis pensamientos, su cuerpo, su cabello, esos labios que me encontraba loco por besar y escucharlos gemir mi nombre bajo mi cuerpo… Un momento.
LOCO, BESAR SUS LABIOS, GEMIR. Abrí los ojos en un instante impresionado por el rumbo de mis pensamientos, creo que si había bebido demasiado después de todo. Pero se puede saber que carajos estaba pasando aquí.
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Editado: 19.04.2020