—Buenos días, señorita Valerie, disculpe que llame tan temprano, pero me es grato infórmale que su tesis ha sido aprobada.
En ese momento, olvidé por completo que eran las 7 de la mañana y que estaba de mal humor porque una llamada telefónica había perturbado mi preciado sueño. Grité, grité como una loca. Mi felicidad era enorme, tanto esfuerzo había valido la pena y aunque estaba segura de que sería aprobada, el hecho de que me llamarán y lo confirmaran fue una sensación única.
—¡Gracias, doctor viejito! — No recordaba su nombre, pero por su voz sabía que era el juez de mayor edad.
— Le pido que se presente lo más pronto posible para realizar el papeleo correspondiente — dijo el juez acompañado de una leve risa.
Terminé de hablar con él y me levanté de la cama y ahí estaba papá, mirándome con una enorme sonrisa en el rostro. Esa sonrisa que me ha acompañado durante toda mi vida, esa sonrisa que me demuestra lo feliz y orgulloso que está, no de mi tesis, no de que me haya titulado a los 18, está feliz por mí, por mí felicidad.
—Sabía que lo lograrías mi niña —. Dijo papá abriendo los brazos y acercándose a mí para abrazarme.
—Gracias, sin ti y sin mamá jamás habría podido hacerlo —. Contesté, una vez que estuve entre sus brazos. Me tomó por los hombros y me separó de él, me miró unos segundos y acomodo mi cabello.
—Tú eres capaz de cualquier cosa, tú eres fuerte e inteligente y podrás hacer lo que te propongas por ti misma, no por nosotros, por ti, ¿de acuerdo? —. Asentí y volví a abrazarlo, en eso llegó mamá y se unió al abrazo y de igual forma me felicitó por mí triunfo.
Después de ello decidí bañarme, tomé mi toalla, mi ropa interior y un lindo vestido tejido color crema. Fui directo al baño y al llegar sentí un mareo que me obligó a sostenerme del lavabo para no caer. Supuse que se debía a la adrenalina del momento, muchas emociones para ser tan temprano. Como sea, así como vino se fue, por lo cual continúe con mi rutina. Al salir del baño me dirigí hacia mi recámara, cepille mi cabello, pinté mis pestañas y un poco también mis labios, posteriormente me puse unas botas de tubo alto color café y finalmente baje a desayunar.
Eran 8:30 de la mañana y mamá había preparado mi desayuno favorito, hot cakes. Era lógico quería consentir a su única hija. Papá estaba en la sala leyendo el periódico con Black echado a sus pies, Black es mi mascota un tipo de perro-lobo, pero más lobo que perro, es enorme y come demasiado, mamá intento echarlo cuando aún no crecía tanto, pero Black se rehusó y por más que lo intentaban él siempre regresaba y se echaba a mi lado.
Mamá dijo que el desayuno estaba listo, así que nos fuimos los tres a sentar al comedor y hablamos de banalidades mientras comíamos hot cakes. Esos momentos son los más valiosos para mí, estar rodeada de personas que me aman y que yo amo. Es placentero reír con ellos hasta que te duela la barriga, platicar de cosas importantes, de nuevos proyectos y también, sentarse a contarnos nuestros problemas, llorar juntos y buscar soluciones. La familia, los padres son el pilar de toda persona, ellos nos dan soporte y fuerza para luchar, así como también nos guían y muestran el camino correcto.
Después del desayuno, ayudé a mamá a limpiar los trastes y a preparar la comida que estaba preparando por mí cumpleaños, mientras papá le intentaba dar un baño a Black, tarea en la cual estaba fracasando terriblemente. En ese momento Black se puso en alerta y corrió hacia la entrada por dónde venía un hombre de gran estatura, robusto, pero sin llegar a ser gordo, con una espesa barba, lentes de marco redondo y apoyado en un bastón.
—¡Black, detente! —grité en cuanto identifique al sujeto. Era mi padrino, aquel hombre al que no había visto hace ya 10 años, porque se había ido a Europa, en donde, con ayuda de uno de sus amigos, abrió una clínica de salud, la cual era ya bastante prestigiosa por aquellos lares.
A pesar de que yo tenía solo 8 años cuando él se marchó lo reconocí fácilmente ya que nunca dejamos de estar en contacto, todos los fines de semana sin falta hacíamos videollamadas. Nos contábamos todo lo que nos pasaba en la semana, de esa forma nos manteníamos cerca, unidos.
— ¡Oliver, que grata sorpresa! — Exclamó papá, quién fue el primero en reaccionar después de la impresión de ver ahí a mi padrino.
—¡Padrino! ¿Por qué no me dijiste que vendrías? — reclamé a tiempo que lo estrechaba en un fuerte abrazo que él no tardó en corresponder.