Pecado Inocente [saga Pecadores #1]

Prefacio

"Hospital Psiquiátrico para Personas con Problemas".

 

  "La luz de la esperanza brilla en todos nosotros, sólo hay que ser lo bastante fuerte para abandonar la obscuridad".

 

Tales palabras yacían escritas en el rótulo que se hallaba detrás del enorme arco de piedra que daba la bienvenida al centro de salud mental.
 

«Palabras bastante insensatas si se hallaban escritas en la entrada de lo que considero una prisión. Nadie está aquí por deseo propio, nadie quiere salir de la oscuridad que existe en el corazón de cada uno. Aquel que desea salir de ella entonces nunca estuvo dentro realmente. La oscuridad absorbe, atormenta desespera... pero sobre todo: tienta y atrae. Es fácil volverte adicto, y solo basta con una única probada. Solo necesitas saber todo lo que puedes lograr una vez dentro para que nunca más quieras salir. Nadie es tan sensato y puro para resistirse a ella, al menos eso me había demostrado a mí en el pasar de los años. Nadie puede dejar la oscuridad porque nadie quiere hacerlo. Los humanos somos así... felices con la infelicidad ajena, y poco importa si eso nos beneficia».

 

Eran los pensamientos del dueño de un par de intensos ojos azul bebé mientras observaba como trasladaban a una chica al cuarto de castigos por volver a probar aquella droga realmente adictiva, aun teniendo ya cuatro años internada en aquel lugar. En sus adentros se reía de la estupidez de las personas: "si volvió a drogarse, es porque así lo desea, y los deseos humanos no pueden ser desechados por nadie más que por el mismo humano que los pide", pensaba de nuevo.

 

Decían que los chicos que estábamos aquí éramos en extremo problemáticos o peligrosos para la sociedad, que si deseábamos integrarnos y vivir en paz con ella, entonces debíamos redimirnos y buscar el perdón de la Diosa.

 

Patrañas, mentiras y estupideces.

 

¿Por qué yo debo adaptarme a la sociedad y no ella a mí?

 

Aquellas personas que paseaban por los alrededores evitaban toparse con aquel chico de ojos azules y pensamientos profundos. Y todos sabían el porqué, solo que nadie lo decía. Callar e ignorar, era lo mejor para todos.

  

Sin embargo, lo que si escuchaban todos en aquel lugar eran los gritos de cualquier persona que entrara a aquella habitación de castigos. Justo como lo hacía la chica. Justo ahora. Excepto el. El nunca había gritado, ni suplicado. Todos lo veían entrar cada cierto tiempo, pero nunca escuchaban algún grito o queja.

 

Mientras todos observaban consternados y preocupados aquella pequeña edificación en medio del extenso campo de descanso, que había detrás de la edificación, el ojiazul solo podía sentir desinterés por aquella situación.

 

Ignoraba el hecho y el porqué todos se constipaban tanto, al final ella había vuelto a drogarse por elección propia. Sabía lo que le esperaba si lo hacía y aun así lo hizo. Estaba perdida en la oscuridad, no podrían sacarla, así que ¿Por qué preocuparse?
 

Bebió agua de la botella que llevaba consigo siempre. Los gritos habían parado, habían sido piadosos con ella. Una monja que caminaba por el campo de descanso, al ver que todos se alejaban de allí menos aquel chico, decidió acercarse a él.

 

—¿Te importaba aquella chica? –preguntó la mujer.
 

—Métase en sus propios asuntos —escupió el chico—. No es como si le preocupara.

 

—Usted es nuestra responsabilidad —recriminó la mujer—. Su seguridad es nuestra prioridad.

 

—Eso suena pretencioso —jugó con el contenido de la botella de su mano—. Torturarme cuenta como protección, supongo.

 

—Así es, lo protegemos de sí mismo, Señor. También a cualquier persona que se acerque a usted en un futuro.
 

—Descuide, nadie corre peligro. No planeo acercarme a ella.

 

—En algún momento usted saldrá de aquí y...

 

—Y entonces cumpliré con mi deber ¿cierto? —respondió con sorna—. No juegue conmigo, ustedes me trajeron aquí, me encerraron. Pero no será por siempre.

 

—Su deber está por encima de todo.

 

—¿Incluso de mi mismo?
 

—Sí —aseguró sin rodeos la mujer.

 

El chico no pudo evitar carcajearse por la actitud de la monja.

 

—Se equivoca —dijo después de unos minutos de silencio—. Ella está por encima de cualquier cosa o persona.
 

—Exactamente por eso es que usted  es peligroso. Su obsesión irremediable es lo que lo mantiene aquí.
 

—No. Yo estoy perfectamente bien, ya se los dije, no me harán cambiar.

 

—Si sigue hablando de esa manera, me veré obligada a ordenar un castigo severo para usted...

 

—Adelante, hágalo —retó con sus brillantes ojos centelleando—. Nunca me han escuchado gritar, esta vez no será diferente. Ya no me importa.

 

Durante tres largos años aquel chico había tenido una fuerte motivación para soportar y superar cualquier situación que pudiera presentarse estando en aquel lugar. Esa motivación aun estaba en carne viva, su mente se negaba a dejarla ir. Y no lo haría tampoco. Aunque pasaran años, décadas o incluso siglos...
 

La mujer estaba a punto de levantar su mano pata impactarla contra la mejilla del problemático chico, pero resultó siendo interrumpida por la llegada del Dueño del Hospital, quien se aproximo a ellos a paso apresurado.

 

—Es hora, llego el momento de que te vayas chico —habló el hombre apenas llegó. Tanto el chico como aquella monja quedaron en blanco, totalmente impresionados—. Ya estas finalmente curado, tu reporte médico está terminado. Ya vinieron por ti —finalizo dándole una mirada significativa—. Acompáñame, te están esperando.
 

Aquel hombre bajito y de bata blanca se dio vuelta y camino de regreso al edificio, la monja prácticamente corrió hasta quedar al lado del hombre.



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En el texto hay: asesino, romance, paranormal

Editado: 31.10.2021

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