Pecadora [la entrada al paraíso]

AVANCE LIBRO 2: PECADORA [LA SALIDA DEL INFIERNO]

AVANCE

DE LA SEGUNDA ENTREGA DE LA SAGA «CONDENADOS Y SALVADOS»: PECADORA, LA SALIDA DEL INFIERNO.

 

 

Faltaban pocas horas para que el ángel diera la primera señal; el gesto que inauguraba las horripilantes horas que se avecinaban. Y a pesar de eso, de todo el entrenamiento que le había causado el temor y las constantes pesadillas a fallar, no estaba preparado.

        Miguel repasaba una y otra vez la táctica de guerra que junto a los otros ángeles había planeado a detalle. Bajo sus ojos, dos marcas oscuras revelaban las horas sin descanso. ¿Pero acaso importaba? En aquel manuscrito se encontraba una infinidad de posibles sucesos que serían partícipes en el enfrentamiento: Cada muerte, cada pelea, cada gota de sangre y sudor derramada. Lo tenía todo… y a la vez, nada.

        Le aterrorizaba la idea del fracaso. Aunque lo intentara, todavía no podía suponer cuántos serían los muertos que la guerra se llevaría consigo.

        «¿Qué tanto importa si conseguimos la victoria?» La voz de Cahetel resonaba en su mente como si la misma espada a la que confiaba su vida le traicionara una y otra vez.

        Meneó la cabeza para alejar las sombras que se cernían sobre su mente. Si no lo creía él mismo, ¿quién, entonces? No había manera alguna de que saliera algo mal. No cuando cada paso se hallaba ya predicho, a pesar de tener el resultado en una nube de inseguridad. Habría quebrantado cualquier regla por asegurar la vida de sus hermanos.

        La espada le acompañaba en un frío silencio. Odiaba mancharse las manos de sangre aunque era la única manera de mantenerse con vida. Lo odiaba más que a nada; no obstante, tampoco disponía de más opciones que hacerlo.

        «Vamos a ganar», se repitió por centésima vez… Y aun así, no entendía por qué los demonios parecían superarlos en todo aspecto viera por donde viera. Aquel detalle que echaba todo a perder, incluso la ingeniosa estrategia de batalla le hipnotizaba. ¿Cómo les daría frente si no podía imaginar siquiera qué debía esperar de él? Las perspectivas de victoria se veían amenazadas con la presencia de los pecados que el Infierno había logrado reunir.

        —Salve, Yahvé; salva a tus hijos. Salva, Dios. A todos, si eso significa mi propia muerte. Salve…, oh, Padre.

        Miguel observó a su alrededor por segunda vez. Quería verse en algo que le produjera una sensación de comodidad. Últimamente pasaba las horas en vela, recorriendo los amplios corredores que parecían no tener fin a altas horas de la noche. Caminaba con las alas caídas hasta que las piernas se arrastraban del cansancio, como si su vida dependiera de ello mientras se preguntaba qué estaría haciendo Satanás en sus tierras, olvidadas por el Padre. ¿Cuál era su plan? ¿Por dónde atacarían? ¿Quién sería su primer objetivo?

        Dalila, increíblemente, le había citado a una reunión. El veterano guerrero dudaba del porqué ella habría hecho eso. ¿Acaso esa mujer no quería su cabeza como unos de sus trofeos? De entre su colección, las alas de uno de los ángeles de mayor rango eran su objeto preferido. El dueño de ese pomposo premio fue un leal compañero de Miguel, quien murió por defender a su aprendiz en ese entonces en la oscura Batalla de Javek.

        Cuando la carta invasora llegó a su destino la noche anterior, se encontraba sentando sobre el antiquísimo mueble hasta que ese maldito mensaje rodeado de oscuras llamas le sacó de entre sus pensamientos. Sacudido por la curiosidad y la pesadumbre se levantó y tomó el mensaje con cuidado: faltaban apenas horas para que comenzara a alistar las filas de batalla y la delicada paz se quebraría en cualquier momento.

        Por un momento se vio como aquellos ángeles que descendieron solo por las mentiras y falsas promesas que les había hecho Satanás. No era como ellos.

        O al menos, eso quería pensar…:

 

        Miguel:
        Ante el frío futuro que a ambos depara, no puedo evitar sucumbir ante la tentación de gritar tu nombre y sentirte, pensarte. Desearte.

        Añoro la sensación de tus rubios cabellos empañados en la sangre que brotaba de mi piel mientras la daga que arrebató lo que amaba observaba. ¿De quién fue la idea, para empezar?

        Si llevo la mano a mi rostro recuerdo tus labios, la tierra y el pecado que nos llamaba a ambos.

        ¿Alguna vez lo notaste también?

        Pronto nos encontraremos.

                  Dalila.




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