Pecados capitales

20

Quedaban menos de veinticuatro horas para que la guerra entre ambos reinos comenzará. Mientras que, en la sala de tronos, el rey del Inframundo caminaba de un lado a otro, pensando en si valía la pena tomar el riesgo.

Estaba tan sumergido en sus pensamientos, que, unos llamados a la puerta de la habitación lo volvieron a la realidad.

—Papá ¿Puedo pasar? —preguntó Azazyel del otro lado de la puerta.

Ónix, ante el llamado de su hijo, le indicó que entrara.

—Papá, Christopher sigue sin poder utilizar su tesoro maldito —informó.

—¡¿Es broma?! —respondió inmutado Ónix —. Dime qué es una maldita broma.

Azazyel solo se limitó a mover la cabeza de un lado a otro; negando que lo que había dicho se trataba de una broma.

De pronto, una espada con el mango gris, pero con la hoja brillante que reflejaba a la perfección la silueta del príncipe del Inframundo. Una vez que Ónix tenía el tesoro maldito de su hijo, volteo a la puerta, quién Christopher venía enrabiado.

—¡Así que vete al carajo, Canine! —vociferó Christopher.

—No deberías lanzarla —regañó Ónix mientras le entregaba el tesoro maldito —. Haz que vuelva a su forma espiritual —sentenció.

—Canine patiens anima mea —bramó cruzado de brazos.

De un momento a otro, aquella espada se convirtió en una chica castaña y ojos color almendra, la cual estaba molesta.

—¡Me vuelves a lanzar de esa manera, y te juro que yo misma te mataré! —sentenció Canine.

Ante el comentario de Canine, Christopher se limitó a arremedarla.

—Vaya relación tienen —comentó Ónix con sarcasmo.

—Darknight y yo hemos logrado llevarnos bien —indicó Azazyel —. Pero, no fue nada fácil al principio.

—Lo mismo me pasó con Century —confirmó Ónix.

Sin darse cuenta ambos demonios, tanto el príncipe demonio como su tesoro ya se encontraban peleando de nuevo. El rey del Inframundo soltó un pesado suspiro, mientras se disponía a separarlos.

—Hola Canine —esbozó una sonrisa Ónix.

Ante el saludo de su rey, Canine hizo una reverencia, mostrándole sus respetos. Por el gesto del tesoro maldito, Ónix le indicó que no era necesario, ya que era la espada de su hijo.

—Prefería seguir vagando por las calles del mundo mortal, que ser el tesoro maldito de este tarado.

Christopher contra atacaba también a los insultos de Canine.

Al fin había llegado el día de la guerra. Ambos reyes se encontraban terminando de prepararse, cuando, de repente, un soldado los interrumpió.

—¡¿Qué quieres?! —bramó Ónix mostrando sus colmillos.

—Su majestad —respondió recuperando el aliento —. Están aquí, y exigen verlo.

Antes de que se retirará el demonio, en la habitación reinó un silencio sepulcral, limitándose Ónix a solo asentir, e indicando que en un momento iría.

Minutos más tarde, tanto los reyes del Inframundo como los reyes del mundo supremo se veían con seriedad. Ónix y Aled mantenían su mano alzada, esperando el momento oportuno para dar la señal de ataque.

—Aguanta —interrumpió Christopher —. Antes de que terminemos muertos, he preparado una presentación.

—¿Es en serio? —comentó Ónix —. Además, me gusta molestar a Aled y Aslan, así que adelante —sonrió de lado.

Dicho esto, el príncipe demonio de la Avaricia y pereza, Christopher comenzó a presentar a cada uno de los miembros del equipo dinamita.

Aled ante tal presentación carraspeó, llamando la atención la atención de los demonios.

—Bien. Ya que sabemos el nombre de todos y su equipo, ¿tienen alguna otra broma que hacer antes de que acabemos con ustedes? —cuestionó Aled.

—Deja pregunto —respondió con sarcasmo Ónix.

—¿Alguna otra cosa antes de acabar con estos ineptos?

Los demás demonios negaron con la cabeza.

—Ya pueden continuar con su suicidio —informó con su sádica sonrisa.

Dicho esto, Aled dio la señal, la cual inició la guerra del Inframundo por el libro maldito.

—Acabaremos con ellos y obtendremos el libro, para al fin tener un mundo mortal libre de pecadores —gritó Aled mientras se acercaba a Ónix —. Ónix, en serio esperaba este momento con ansias. Sabía que algún día pelearía contra ti —Aled esbozó una sonrisa de lado.

Ónix y Aled comenzaron una ardua batalla, en la cual el rey demonio se encontraba distraído, buscando a su pequeña Nube entre todos los demonios y ángeles, aprovechando este momento el ángel.

—¿Estás algo distraído, Ónix? —vociferó acercándose al demonio —. ¿Qué es lo que buscas? O mejor dicho ¿A quién buscas?

—Busco el gran poder que dices tener. Tal vez se le hizo tarde —contraatacó Ónix.

Dicho esto, continuaron con su batalla. Ónix llevaba la ventaja en contra de Aled, pero de un momento a otro, por una distracción del rey del Inframundo, el Dios del mundo supremo le enterró su tesoro bendito en el estómago, provocando que Ónix retrocediera y cayera de cuclillas mientras se tocaba la zona afectada.

De pronto, Ónix divisó detrás de Nube a Aslan a punto de atacar con su tesoro bendito, por lo que, Ónix sin previo aviso le lanzó su catana, encajando en el hombro del ángel.

—¡Sigue con tu pelea! —vociferó antes de caer al suelo.

—Esta es la mejor espada de todo el paraíso. Pronto acabará contigo, Ónix —informó Aled sacando la espada del estómago de Ónix.

Una vez que terminó su discurso, Ónix se levantó como si nada, molestando aún más al ángel.

—No deberías moverte —añadió inmutado Aled.

—No me subestimes —apeló Ónix.

De nuevo comenzaron con su arduo combate, pero en esta ocasión el choque de ambas espadas retumbaba en todo el sombrío Inframundo.

—Vamos Ónix, esto no tiene que ser así —Aled enarcó una ceja —. No me gustaría terminar matándote.

—Te diría que te fueras al diablo, pero no te quiero cerca de mí.

Mientras peleaban, Aled le contaba a Ónix una cruda verdad de su pasado, ocasionando que las voces de Ónnix y Ónub resonaran en su cabeza, indicando que se marchara de allí, obedeciendo de inmediato Ónix.




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