Peligrosa Atracción

Capítulo 4

Al punto de las tres de la tarde, los empleados comienza a abandonar el lugar para ir a casa, incluso la embajadora. Las únicas oficinas que aún permanecen abiertas son las que emiten algún tipo de documentación.

Cuando la embajadora Alicia sale de su oficina, sigo sus pasos no más de dos metros de distancia, pero de nuevo, su asistente, quién tiene un escritorio afuera de la oficina, se aproxima a ella con varias cosas sobre las manos, tantas que termina tirando una carpeta con varios documentos.

—Perdón— expresa, pero no sé exactamente a quien se dirige, si a la embajadora quien la mira con aires de superioridad o a mí, ya que sus papeles cayeron sobre mis pies.

Para que podamos irnos me inclino y le ayudo a levantar todo lo que tiro, entre los documentos veo algo escrito que me llama la atención, se trata del nombre de aquel centro comercial que fue atacado "Baverly Center"

Le entrego los documentos y ella en vez de agradecerme, me mira con cierta molestia, así que deduzco que en realidad se debe a la importancia de esos documentos, pero no ha sido mi culpa.

—¿Confirmaste la cita con el senador Wallas?— cuestiona la embajadora, ignorando su torpeza mientras todos esperamos la llegada del ascensor.

—Llame, pero la secretaria cancelo la cita esta mañana—expresa su asistente y me parece que lo hace con un tono de satisfacción en su tono de voz.

—¿Y cuando ibas a decírmelo?— cuestiona la embajadora ahora un tanto molesta.

—Estaba esperando el momento adecuado— responde la asistente y entonces la embajadora se vuelve hacia ella y, ya que no puedo verle bien el rostro, intuyo que le dirige una mirada de reproche.

El ascensor llega y mi jefa entra en el interior, pero cuando su asistente intenta hacerlo, ella la detiene.

—Agenda otra cita lo más pronto posible— le ordena con el dedo apuntando hacia ella, como reproche por no haberle informado, cuando han pasado varias horas desde que cancelaron. Entro al ascensor junto a la embajadora Alicia, por supuesto ella apenas me dirige la mirada, pero parece que con ella detiene a su asistente de acompañarnos abajo hasta que corrija su error.

La asistente de nombre Adele, la mira desconcertada y mientras las puertas se cierran, me parece que esa mirada de borrego inocente desaparece ante una expresión de ira y rencor que la embajadora no logra ver al estar distraída con su teléfono móvil.

Volvemos a la planta baja y tal y como llegamos, la embajadora camina hasta afuera donde su auto y su equipo de seguridad ya la esperan, supongo que solo siguen su rutina habitual, pero no me parece correcta, son muy predecibles.

La agente Fernández abre la puerta para su jefa y cuando ella entra, yo subo al asiento de enfrente. El chofer enciende el motor del auto y nuestro trayecto comienza.

Detrás de mí escucho que la embajadora marca un número y debido al silencio logro escuchar un poco de la conversación.

—Consulado mexicano. ¿En que puedo ayudarle?—dice un hombre de voz gruesa.

—Soy la embajadora Alicia García. Podría decirle al funcionario consular que nos vemos esta tarde a la misma hora y en el mismo lugar, el senador Wallas volvió a cancelar la cita— expresa la embajadora dando un mensaje.

—Por supuesto—le responden y entonces cuelga la llamada. Al no escuchar nada más, centro mi atención en el camino, seguimos el mismo por el que transitamos esta mañana y su rutina continúa molestándome.

—Cruza el puente y toma el circuito sur— le expreso al chofer, quien se vuelve a mí y me mira con desconcierto.

—Santiago ha trabajado para mí desde que llegue al país, creo que sabe muy bien que camino tomar para llegar a casa— expresa la embajadora con seriedad.

La miro por el espejo retrovisor, ni siquiera se toma la molestia de mirarme, así que suelto un suspiro y me dispongo a dar mis razones para desviarnos.

—Hice una evaluación de riesgo, señora. No deberíamos seguir tomando la misma ruta, es peligroso ser predecible— me digno a decir.

—¿Cuánto tiempo nos tomará?— cuestiona ella, aun manteniendo ese mismo tono de voz, no parece importarle mi opinión, pero le molesta que haga cambios a su ruta.

—No lo sé con certeza, señora— expresó con firmeza.

— En ese caso continuemos por el mismo camino, no tengo tiempo para dar vueltas innecesarias por la ciudad— dice con evidente molestia y, ya que desgraciadamente es mi jefa, no me queda más remedio que dejar escapar un suspiro inaudible para calmar mi frustración, ella sabe como sacarme de quicio fácilmente. He tenido jefes aún más estrictos y malditos que ella, pero al menos ellos solían escuchar mis opiniones si algo me parecía riesgoso, ella solo ordena.

—Siga la ruta que acabo de darle— le digo al chofer, Santiago. Él me mira asombrado de ir en contra de nuestra jefa y por un momento me parece que ahora duda de seguir sus órdenes— mi trabajo es salvarla, yo no le digo como hacer el suyo.

—No— le escucho decir— pero puede complicármelo.

Se crea un silencio extraño, incómodo, así que al menos por el día de hoy permito que Santiago siga el camino habitual a casa. Luego de veinte minutos llegamos al mismo edificio de esta mañana, pero en esta ocasión hay personas caminando por la acera, a pesar de que es una zona privada.

El equipo de la embajadora, realiza el mismo seguimiento de seguridad cuando ella sale del auto y se dirige a la casa. Tal y como lo dicta el manual de protocolos, sigo a la embajadora al interior del edificio, el cual es bastante elegante y pulcro, hay pocas puertas, por lo que deduzco que los departamentos debes ser bastante grandes.

—¿Es necesario que me sigas aquí también?— pregunta con evidente molestia, incluso se detiene y se vuelve hacia mí.

—Como le dije es mi trabajo— repito y ella rueda los ojos, no nos queda más que soportarnos mutuamente

Subimos al último nivel y lo que me sorprende es que en este lugar no dispongan de un ascensor, solamente escaleras. Cuando ella comienza a sacar las llaves de su bolso, encorvo un poco el ceño.




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