Atlas
La dejo sobre la cama y sus pataletas y golpes continúan, se comporta mal y es mi culpa, no hago más que consentirla cuando en realidad debería ponerle imites y reglas, pero su rostro y las lágrimas que en muchas ocasiones derrama, me lo impiden, y no hace más que manipularme.
—¡Elle, basta! —exijo intentando parecer firme, se detiene al escuchar el tono fuerte, pero al darse vuelta y observarme, demostrando todo lo contrario, me enseña la lengua y vuelva a patalear.
—No quiero que me castigues, Atlas —utiliza mi nombre como cada vez que finge enojo.
Se sienta sobre la cama, dejando sus pies colgar por lo alta que es y con la cabeza gacha, juguetea con sus manos y no me da la mirada.
—Elle —reprendo por su falta de respeto.
—¿Rey helado? —levanta un poco el rostro y me observa buscando algo de chiste en mí, pero ahora permanezco serio—Tiíto precioso —Se retracta generando una voz demasiado tierna al juntar sus labios y volverlos como los de un pato.
Respiro profundo antes de acercarme, me coloco de cuclillas frente a ella, tomando sus manos y cubriéndolas con las mías, las llevo a mi rostro y dejo un corto beso.
—¿Por qué hiciste eso, pequeña calabaza? —indago.
Jamás había pasado esos límites, siempre hace cosas casi que insignificantes de las que nos reímos luego de reprenderla y mostrarle que no debe hacerlo nunca más, pero en esta ocasión se excedió, publicó un anuncio en el periódico, lo hizo sin mi permiso, lo peor fue que escapó para ponerlo en el buzón de afuera y si algo hubiese llegado a sucederle, jamás me lo perdonaría. Juré cuidarla y amarla como si fuese mía, y lo es, es mi pequeña calabaza, así que eso haré hasta que la vida me lo permita. Aprovecharé el tiempo que nos queda juntos.
—Ya no pasas tiempo conmigo, te mantienes detrás de las faldas de la Medusa y me haz olvidado —reniega.
—Elle —vuelvo a llamar su atención.
—Niccole —corrige con molestia y una hermosa mueca— y no estás mucho tiempo conmigo, ya no eres tan divertido como antes y estoy segura de que te está poniendo el corazoncito de piedra —sostiene finalizando nuestro agarre y llevando ambas manos a su rostro para aplacar las lágrimas.
—No es cierto, sabes que te amo calabacín y si no paso mucho tiempo contigo es por el trabajo, pero te prometo que en vacaciones estaremos juntos y no habrá Medusa que nos separe —bromeo para levantar sus ánimos y lo consigo, en medio de las escasas lágrimas, se ríe y me abraza con fuerza. No entiende lo mucho que la amo.
—Faltan montones para vacaciones —Me recuerda los tres largos meses que aún quedan, ya que no se trata de las suyas, sino de las mías.
—Todos aquí están dispuestos a pasar tiempo contigo, a hacer bromas y a divertirse —destaco lo mucho que los empleados me apoyan cuando no estoy y niega.
—Casi siempre están ocupados y no me queda más que jugar a eso del amigo imaginario —Me río y un pequeño empujón recibo—, es en serio —intenta que me tome con importancia su comentario, pero no lo consigo, no cuando murmura lo siguiente—: es mentira Flofi, eres mi mejor amigo.
—Es una extraña, lo sabes —hago la pequeña observación y asiente, dado que para su corta edad es muy sabia y entiende cosas que otros niños no—, sin embargo, lo pensaré, más ahora, debes ir a ducharte y mientras lo haces, enviaré a Lydia por las sábanas y luego vendré a darte el medicamento —Se ríe de solo escucharme, puesto que en los últimos días se rehusa a tomarlo, nada más para que sea yo quien se lo administre—. Te amo —beso sus mejillas antes de levantarme y abandonar su cuarto.
—¡Soy prisionera! —Le escucho gritar apenas cierro la puerta— ¡Sálvenme, por favor! —ruega entre risas que no tardan en contagiarme y hacerme negar.
Criar a Elle ha sido un completo desafío, pero no me arrepiento de tener que acomodar y dejar gran parte de mi vida de lado con tal de ver crecer a esa pequeña que desde que mis ojos se posaron en los suyos por primera vez, me robó el corazón. El día en que la tome en brazos, supe que sería un completo dolor de cabeza, igualmente, me encontraría feliz de estar presente en su vida, puesto que sería su padrino. Nunca se cruzó por mi mente que mi hermana y mi cuñado fallecerían y tuviese que convertirme en un padre para ella.
Desciendo por las escaleras mientras escucho los quejidos de la mujer en mi estancia.
—¡Oiga! Suavecito y despacito que el príncipe azul que se niega a sacarme de la pobreza me dejó bien magulladita ¡y no es lo que usted piensa! —corrige para no generar malos pensamientos y hago todo lo posible por no reír.
¡¿De dónde sacó Elle a esta señorita?!
—Buena tarde, Dr. Peak —Le brindo un saludo al hombre que ya supera la mediana edad y que nos ha acompañado desde que Elle nació y se complicó.
—¿Cómo se encuentra? —cuestiona con amabilidad, levantándose de su lugar y extendiéndome la mano.
—Muy bien, espero que usted se encuentre de igual modo —La tomo y sonrío al hombre que me observa con curiosidad.
El doctor Peak, conoce a toda la familia y es más que evidente que la presencia de la señorita Chelsea, le cause intriga, además de diversión por su forma tan peculiar y algo única de expresarse.