Pequeña Casamentera

CAPÍTULO VI

Atlas

—Tenemos que hablar —intento conservar la firmeza en mis palabras o eso pretendo luego de haber tocado y abierto la puerta de su habitación—. No me mires de ese modo Elle —exijo al ver su rostro y su intento de poner ojos de cachorro para que olvide todo lo que hizo—, sabes que la lástima no funciona conmigo —declaro dándome vuelta.

—¿Por qué estás de espaldas, tiíto? —pregunta rodeándome con sus pequeños brazos.

—Porque quiero, Elle —alego, pero conoce muy bien el motivo: no logro resistirme a ese rostro y en esta ocasión no puedo hacer caso omiso a su falta de respeto.

—Y la niña soy yo, qué tal —reprocha mis acciones luego de alejar sus pequeñas garras de mí, puesto que sus técnicas de manipulación me resultan muy efectivas y preciso eso, deseo evitar: que se salga con la suya.

Me doy vuelta y la encuentro sobre la cama de piernas cruzadas y con ambos brazos apoyados encima de las sábanas de color rosa que insistió en que le regalase en su último cumpleaños y es un milagro que permita que las cambien, se vuelve terca la calabaza, pero aun así la amo y no sé lo que haré el día en que no podamos estar juntos.

—Necesito que me expliques lo que sucedió allá afuera —exijo y con uno de sus deditos señala su pecho, se hace la desentendida—. Elle.

—Solo dije la verdad —asegura y asiento con una ceja elevada con el objetivo de continuar cuestionándola—, bueno —torna completamente blancos sus ojos—, solo exageré una pizcquita chiquititita, pero mírale el lado bueno, podría ser cierto —eleva ambas cejas y mi cabeza se mueve de un lado a otro sin poder entender como esa criatura tan pequeña, puede pensar de ese modo.

—Estoy con medusa… —Me equivoco por su culpa y estalla en risas— estoy con Niccole y los berrinches de una niña malcriada no cambiará nada y debes respetarla —sentencio.

—Si ella no lo hace, ¿por qué yo debo hacerlo? —replica y en esta ocasión soy yo quien vuelve sus ojos por completo blancos.

—Es mayor —justifico.

—Hasta para ti, ¿no lo crees? —interrumpe una vez más e intento no reír.

—Elle —La reprendo.

—Sé que quieres reír, regálame una sonrisita tiíto —pide y sin proponérmelo, cedo ante sus intenciones, no tarda en abalanzarse y me dejó caer con ella entre mis brazos.

—Quiero que la respetes, pequeña, hablo en serio y estoy seguro de que lo entiendes, así que necesito que te comprometas —pido acariciando su rostro y elevando uno de mis meñiques.

—¡No! —Se niega— Juramento de meñiques, no —asiento ante cada una de sus palabras.

—Meñiques o castigo y en esta ocasión será severo —sentencio y sus ojos se abren en grande—. ¿Te gustan las princesas encerradas en los castillos? —pregunto y su cabeza se agita de izquierda a derecha frenéticamente— Si sigues con ese comportamiento, te juro que serás una durante el resto de tu vida —amenazo y su rostro se pone aún más pálido, levanta su mano y me enseña su dedo tembloroso.

—Haces trampa —reniega juntando sus falanges con las mías y yo me rio.

—Eso es lo bueno de ser el adulto —Le hago saber y me empuja, pero no le permito marcharse. Me apodero de su rostro y lamo su mejilla.

—Asqueroso —Se queja—, pero es mi turno —alega divertida, pero me levanto y la deposito sobre su cama, intento huir, pero al instante se me abalanza y sus carcajadas inundan la habitación.

Me permito caer consiguiendo dejar su pequeño cuerpo sobre las sábanas y el mío arriba haciéndole peso e impidiéndole levantarse.

—Me aplastas, estoy murida —dice rindiéndose y alejando sus brazos de mí.

Me coloco en pie y empiezo a buscar el pulso de la pequeña calabaza.

—¡Servicio! —grito— ¡Llamen al doctor! —continúo cerca de su rostro cuando la siento rodearme por la nuca y dejar un enorme rastro de saliva en mis mejillas.

—¡Te engañé! —celebra, lo hace emocionada.

—Pequeña tramposa, me diste tremendo susto —miento solo para complacerla y vuelve a abrazarme—. Ahora dime ¿qué te traes con la señorita Coleman? —pregunto acomodándome sobre la cama y a ella encima de mi regazo.

—Que es linda, tú eres el tío más hermoso del mundo y harían hermosísimos bebes —suelta con rapidez y una tos imprevista me abandona.

—Calabacín —reprendo sus locas ideas.

—¿Qué? —pregunta y giro su rostro para observarla y entender que de verdad cree en sus pequeños pensamientos— O mejor dame dinero y me compro un par de amigos, ya que hasta los perros tienen más vida social que yo, incluido tienen el privilegio de ser sacados a pasear mucho más que yo —Se queja en medio de comparaciones absurdas y me río—. Es cierto, no te burles, no tengo amigos, estoy siempre sola, de milagro no me he vuelto loca y no he empezado a hablar con las paredes y los retratos —alega la pequeña y en eso debo darle la razón.

—Prometiste no ser grosera con Nicole, así que te daré algo a cambio para que no continúes dejando mensajes en las ventanas diciendo que te tengo secuestrada —Suelta un par de risillas, puesto que una de sus últimas bromas terminó en un llamado de la policía a mi oficina, por poco envían a servicios infantiles por ella.



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En el texto hay: amor, jefe empleada, babysister

Editado: 29.07.2023

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