Chelsea
Camino por la casa de la mano de la pequeña que desea huir de sus maestros y solo por hoy pienso complacerla; sin embargo, su plan de evasión se ve frustrado por una mujer joven y de gran estatura que la observa con disgusto y ya me puedo imaginar que esa es la tal medusa de la que me ha hablado.
—¿Quién es usted? —pregunta— Llamaré a seguridad, se acaba de meter una pordiosera a la casa —Me degrada, pero respiro profundo, es la novia del jefe e intentar enviarla al más allá, no es una opción viable, no si vuelve a quedar evidencia.
—Chelsea Coleman, la niñera —Me presento y extiendo mi mano, enseñando que a pesar de no tener dinero como ella, los modales me sobran, aunque Atlas alega lo contrario.
«No tiene modales ni profesionalismo» gritó hace unos días cuando tuvo una visita y la pequeña y yo lo dejamos en vergüenza.
—Atlas no dijo que sería usted, así que tome sus cosas y váyase —demanda señalando la cocina y ambas reímos.
—Ignórala Chelsea —pide la pequeña, puesto que la condenada castaña acaba de dejar mi mano en el aire—, las personas mayores a su edad sufren deme-demendencia —justifica y trato de no reír.
—¿Demencia, cariño? —pregunto y asiente frenéticamente, por lo que estallo en fuertes carcajadas.
—¡Atlas! —escucho su chirrido tal cual mueble viejo y desgastado— ¡Atlas! —grita con más intensidad.
Intento marcharme con la pelirroja, pero el apuesto príncipe se acerca y me detengo, al observarlo nuevamente en traje me deja demasiado tonta y las técnicas de manipulación de la pequeña que no ha hecho más que meterme a su tío por los ojos, hasta en mis sueños, ya que la encontré susurrándome al oído mientras dormía: «Te amo Atlas, eres el hombre más bello que mis ojos han visto», no me dejan imaginar más.
—Señorita Coleman —Me da un asentimiento y esa cautivadora sonrisa que ya me tiene viendo estrellitas de pasión.
—Señor Philips —sonrío como idiota.
—Me dijiste que era una señora vieja, loca y con mil gatos —reclama la castaña y lo observo. Intento no reír, pero la pequeña no se contiene.
—Tus palabras, no las mías, solo no te llevé la contraria —confiesa rodeándola por la cintura y apenas lo conozco y ya siento celos de medusa.
«Entre gente adinerada se entienden» ese es uno de los dichos de mi madre.
—Señorita Coleman —llama y me observa pidiendo seriedad, pero Elle me lo impide—, ella es Niccole —presenta y sonrío, no hago más, puesto que hace nada, me ha dejado con la mano estirada.
—Su novia —agrega dándose vuelta y besándolo, enviando un mensaje claro: que es suyo y quiere que me aleje.
Ahora soy yo quien se gira y camina en dirección contraria a donde pensábamos dirigirnos, lo hago sin despedirme y los llamados del príncipe que tengo como jefe no cesan, pero al igual que he tratado de hacerlo con mis deudas: lo ignoro.
—¿A dónde vamos? —pregunta Elle— ¿Por que estamos de regreso donde la terrible maestra es peor que la de Matilda? —Se preocupa al darse cuenta de que caminamos con dirección a la sala de estudio de la que recientemente decidimos escapar.
—Mírame, pequeña —pido igualando su altura al colocarme de cuclillas—. ¿Qué deseas ser cuando crezcas? —averiguo y me observa de forma extraña.
—Solo tengo ocho años, no tengo tiempo para pensar esas cosas —contesta y solo me divierto con sus inocentes palabras.
—¿Te gustaría ser una mujer vieja y hueca como la medusa? —cuestiono y niega al instante— Entonces iremos al estudio, realizaremos los exámenes y luego nos divertimos un rato afuera sin que mi futuro esposo se de cuenta ¿de acuerdo? —propongo y mis últimas palabras le arreglan la tarde y le hacen jalarme y caminar con prisas a su lugar de estudio.
Recorremos la casa y nos dirigimos al salón que queda enfrente de la piscina a la que me ha dicho que no puede entrar y enfrente del hermoso patio trasero que en estos días no la he visto tocar.
—¿Volvieron? —Se sorprende su maestra y sonrío, ya que me dejé convencer de la pequeña y se supone que soy la persona a cargo.
—Lo siento —Me disculpo al aceptar mi equivocación y le doy un pequeño empujón a la criaturita para que haga lo mismo.
—No volveré a escapar —promete con los dedos cruzados detrás de su espalda, provocando que la risa comience a invadirme.
«Demasiado inteligente la señorita»
—Por favor toma asiento —solicita y arrastrando sus pies, la pequeña se digna a obedecer.
Le hacen entrega de un cuestionario de matemáticas que, para mi sorpresa, resuelve con rapidez, mejor aún, sin una respuesta incorrecta. Se da cuenta de que la observo y con una sonrisa adornando su rostro dice:
—Me gusta ser un alma rebelde.
Llevo ambas manos a mi rostro y cubro mi boca para no estallar en carcajadas y que me hagan abandonar el espacio; sin embargo, no logro como no reír por las locuras con las que resulta Elle, que a tan temprana edad, sabe muy bien como disfrutar sus días.
—Según las diferentes mitologías: ¿quiénes son y a qué creencias o doctrinas pertenecen los los reyes o en su efecto, dioses del mar? —pregunta y siento que entro en pánico, ya que al único que conozco es al papá de la sirenita.