Estaba pensando narrar todo mi primer día, empero, estoy segura de que quieren saber lo mal que me fue menos que yo; para que no se pierdan de nada, se los resumo: La universidad es grande y me puse nerviosa al principio porque no sabía dónde estaba mi salón, pero preguntando se entiende la gente, así que no me fue difícil, llegué tarde, por cierto, así que en esos quince minutos sin mí ya todos estaban socializando, me senté en el último lugar de la última fila, lejos de los demás porque me dio miedo hablar con ellos, a partir de ahí, nadie me habló, me miraban con ganas de acercarse, y por alguna razón no lo hacían. Tomé las clases (aunque sólo fueron para presentarse y hablar con los maestros, supongo yo que las verdaderas clases comienzan mañana), conocí el campus, volví a casa.
Ahora —a las dos de la tarde— estoy sentada en el alféizar de mi ventana, leyendo un libro mientras como algunas golosinas de tamarindo que pasé a comprar de camino a casa.
Mi trasero va a volverse plano por tanto tiempo sentada.
La señora de al lado llega de su trabajo a las tres, y sé que antes de entrar a su casa le avisa a su perrito que ha llegado, “Fluffy, hermoso, ya llegué”, me parece una costumbre muy tierna. La mujer se llama Felipa, ella es baja y con sobrepeso, luce el cabello corto teñido de un rojo chillón, jamás la he visto sin maquillaje, entra a su casa y de ahí no sale hasta las seis de la mañana, enviudó hace dos años, sus hijos no la visitan, no para de subir de peso; ojalá su perro sea suficiente consuelo para ella. Tan solo pensarlo me pone melancólica.
Hay nubes de tormenta, lloverá en unas cuantas horas, tal vez dos. Sigo leyendo hasta que dan las 4:30 p. m. Mi espalda se cansa y mi trasero está adormecido, me quito los lentes y cierro los ojos unos segundos para después colocármelos de nuevo. A las cinco el vecino de enfrente llega de su trabajo y no hay día que no lleve consigo una bolsa de compras, vaya a saber qué necesidad tiene por hacer una compra todos los días y qué es lo que lleva. Ese chico se llama Augusto, tiene veinticinco años y todo el tiempo usa traje, recuerdo una vez en navidad que lo miré en bermuda y sin camisa, salió así de su casa para alcanzar al señor que vende pan, a todos nos ha sucedido alguna vez.
Me bajo de mi ventana y dejo mi libro sobre la cama. Le dije a mi madre que haría limpieza en la cocina, pero ahora me da mucha flojera empezar. Me sacudo la flojera y salgo de mi cuarto dispuesta a comenzar mi trabajo. Bajo las escaleras, camino hasta la cocina y la examino, el piso está brillante todavía. Quizás solo sacudiré los estantes y lavaré los trastes sucios. Me pongo los guantes.
Ahora son las seis y estoy cansada; estoy de nuevo en mi habitación y me quito la ropa para meterme a bañar, pero mi móvil suena. Es Erick, mi hermano.
—¿Qué pasó? —contesto con sequedad.
—Ceci, hazme un favor —dice, su voz suena bastante sumisa.
—Estaba a punto de meterme a bañar, no pued…
—¿Puedes traerme mi identificación al banco? —pide, no me deja terminar— La olvidé en la mesa de la sala y la necesito para hacer un trámite importante, por favor.
Me quedo callada un momento. Lo último que quería hoy era salir.
—Muy bien, llego como en veinte minutos.
—¡Te debo una!
Me colgó sin darme oportunidad para decir algo. Hago una rabieta y vuelvo a vestirme.
«Y justo cuando está a punto de llover…»
Salgo a toda prisa con la identificación de mi hermano en el bolsillo de mi chamarra. Paro un taxi y me dirijo al banco, de camino comienza a llover, no era mala idea cargar un paraguas, ¿por qué no se me ocurrió antes?
No había taxis disponibles de vuelta, después de soportar el abrazo molesto de mi hermano como agradecimiento, caminé hasta la parada del autobús, ya había anochecido y la lluvia parecía eterna. No había nadie cerca porque la lluvia los había ahuyentado a todos.
—¡AAH! QUÉ DESESPERANTE —grito.
Sí, me desespera que no pase ningún transporte y que nada interesante pase en mi vida. Está lloviendo y estoy sola, nada podría estar peor. Me tapo la cara, me recuesto en la banca aún con las manos en mi cara; escucho los carros pasar a prisa, combinado con las gotas de lluvia es muy abrumador. Me he perdido en mis pensamientos, casi me quedé dormida, ya llevaba así un buen rato.
—Espero que no estés llorando —escucho una voz masculina. Mi corazón late rápido, con miedo. ¡Creí que no vendría nadie! Me quito las manos de la vista y me incorporo rápido para ver a un chico sentado a lado mío. No pregunto nada, él no está viéndome, pero es claro que la pregunta me la hizo a mí.