Era un día trascendental para la humanidad aquel 8 de noviembre, un día que quedaría marcado en la memoria de todos cómo el inicio de la verdadera carrera espacial y el conocimiento de que no estábamos solos en el universo. Todo comenzaba con Zafir, la empresa más exitosa de aeronáutica que recientemente había sido inculpada de secuestrar especies alienígenas a las retenía contra su voluntad para usarlas de sujetos de pruebas para investigaciones médicas y militares.
Con el descubrimiento por parte de uno de sus exempleados, la Comisión de las Naciones Unidas decidió tomar cartas en el asunto y contactar con la Agencia Mundial de Aeronáutica y Espacio para trabajar en conjunto con otros gobiernos y regresar a los alienígenas de regreso a sus hogares.
Investigadores de todo el mundo trabajaron arduamente, ingenieros buscaron entre las partes que Zafir tenía en sus bodegas, las que correspondieran a las respectivas naves de estos seres, médicos de todo el mundo ayudaron a sanar sus heridas físicas y mentales, abogados velaron por ellos, físicos, científicos todos ayudaron en algo. Finalmente tras el arduo proceso, los sobrevivientes estaban preparados para volver a casa, no sin recibir toda clase de presentes terrestres y una forma de comenzar a entablar comunicaciones intergalácticas pues esa era la promesa, una nueva posición ante los ojos del universo para la humanidad.
El día del despegue fue televisado, las escuelas entraron en cese de funciones por el magnánimo día, el oficinas, restaurantes y fabricas por radio o televisión todos escuchaban la salida del hospital donde se había checado a los heridos. Los pilotos que escoltarían el avión lucían cómo héroes de guerra caminando hacía la pista de despegue mientras se videogrababa los cálculos hechos por especialistas en las enormes computadoras que tenían monitoreado todo.
Bake, desde casa, con tan sólo ocho años veía extasiado a los pilotos que sería escolta, la idea de volar y viajar a través de las estrellas quedó grabada en el corazón de Bake ese mismo día. No podía imaginarse la idea de que hubiera más vida lejos del planeta y sobre todo que un día el podría llegar a verla con sus propios ojos.
—Esto marcara un precedente con otras civilizaciones avanzadas—decía el padre de Bake fumando de su pipa con cierto orgullo.
— No cabe duda de que el futuro estará entre las estrellas— dijo la madre de Bake terminando de tejer la bufanda para su hijo.
—¡Yo seré el siguiente piloto en visitar Marte!—gritó de repente Bake poniéndose de pie al escuchar los comentarios de sus padres.
El chico emocionado comenzó a correr por la sala con los brazos extendidos mientras imitaba el sonido de la nave elevándose hacía el cielo con las risas emocionadas de sus padres cómo fondo. En la transmisión los alienígenas terminaban de dar las efusivas despedidas a los líderes mundiales mientras la promesa de llevar a la humanidad a las estrellas se sellaba con cálido abrazo entre hombre y alienígena.
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A través del velo negro que le cubría el rostro, Sabrina miraba con tristeza el campo de algodón que se extendía por sobre la carretera, el ritmo andar del autobús sobre la carretera terminaba de arrullar el sueño de su pequeña bebé, Samantha. El pedazo de alma que le faltaba soltaba en llanto silenciosamente pero las fuerzas naturales podían percibirlo por lo que el clima respondía a sus emociones, cómo toda bruja y finas gotas comenzaron a caer del cielo al compás del dolor de Sabrina cuyo corazón se quebraba mientras se alejaban cada vez más de Arkansas.
El amor era algo que sobrepasaba a las brujas, se lo habían dicho desde que era una niña, pero rebelde cómo todas, se había negado a creerlo hasta que conoció a Jonatan, un joven mozo del ferrocarril con quien huyó cuándo tenía quince años. Al poco tiempo se casarón y se instalaron en el condado de Mississippi, Arkansas donde Sabrina vendía deliciosas mermeladas y Jonatan trabajaba de peón, cargando el pienso para los trenes que iban por todo el país.
A los pocos meses, Sabrina estaba embarazada, y al nacer su hija Samantha su felicidad terminó por ser perfecta. Jonatana estaba enamorado de su esposa e hija a las que adoraba con amor siempre buscando que nos les faltara nada mientras pensaba en más hijos para su pequeña cabaña de la pradera ,Sabrina por su parte, no tenía otra cosa que pedir, se sentía feliz y plena cómo pocas brujas podían ser.
Pero las brujas no pueden ser felices, el amor no es para ellas se lo habían dicho siempre y un buen día, Jonatan tuvo un terrible accidente cuando un tren en movimiento se descarrilo en pleno patio llevándose con él la vida de cientos de trabajadores del lugar. En casa el mal presentimiento quemó todas las plantas de la pradera, cuándo los oficiales aparecieron en su puerta Sabrina quedó en shock y su corazón se detuvo cuándo trajeron el cadáver destrozado de Jonatan a la casa.
Ese día Sabrina murió en cuerpo y a los días su dolor atrajo trombas que destrozaron los plantíos, mataron el ganado y obligaron a Sabrina y su bebé de apenas tres meses a dejar Arkansas bajo la sospechas de los del pueblo de que ella era la causante de todo.
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El autobús finalmente se detuvo en medio de la fina lluvia, la estación de autobuses se hallaba semi desierta exceptuando a dos mujeres de edad madura que con anticuados vestidos negros de la época victoriana parecían esperar a alguien bajo una enorme sombrilla de tela. Sabrina las miró con ojos cansados y ojerosos mientras la lluvia arreciaba con cada minuto, una de las dos mujeres las mujeres levantó su mano y el cielo volvió a brillar bajo el calor húmedo de Luisiana.