En la luna las tiendas de recuerdos, los centros comerciales y los suburbios con jardín hacían que vivir en otros planetas pareciera un chiste. Del lado iluminado de la luna, las tiendas de moda y los nuevos ricos así como las estaciones de embarque dominaban todo.
Era un poco ridículo realmente pensar en la luna cómo una meta de la humanidad, pues los bellos suburbios y las tiendas de souvenirs parecía quitar el protagonismo a todo lo que se perdió para que todo fuera posible que la luna fuera habitable. Ahora los restos del Apolo eran un stand para fotografías por apenas un dolor y si quieras usar uno de los viejos trajes podías hacerlo por días, claro que tambien estaba la opción de tomar la foto junto a la bandera americana sin costo alguno.
Por otro lado, en la parte oscuro, habitaban los pueblos mineros dedicados a extraer polvo lunar, rocas y todo desecho que pudiera serles útil en la tierra. Muchos de ellos inmigrantes, habían construido su propio pueblo, que se mantenían gracias al intercambio con mercaderes espaciales que descendían en el puerto de ese lado, básicamente el lado oscuro era sólo una zona comercial y minera y pocas veces la gente de ese lado iba a la parte glamurosa de la luna.
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Samantha caminaba entre las elegantes tiendas de souvenirs para encontrar piedras lunares. Desde que era una niña, siempre se le inculco en que su cultura estaba estrechamente ligada a la luna y tener un pedazo de ella sin duda alguna era algo que todas hubieran envidiado, hasta sus tías.
—¿Piedra lunar?— preguntó Samantha a la mal encarada vendedora de la tienda de souvenirs y "ropas tradicionales".
—No creo que tengas para pagar el producto que mencionas— dijo la vendedora en aquel tono despectivo que las caracterizaba señalando con la mirada las piedras negras en un aparador frente a ella.
Samantha se acercó y tocando la dejó caer al suelo abruptamente, la encargada molesta corrió a levantarla asegurándose de que no se hubiera dañado en la caída. Samantha miró su mano que se había quemado adquiriendo la forma de la piedra redonda y negra que más parecía un adorno que una verdadera roca, fibra de vidrio.
En el pasado, las brujas podían ser derrotadas por hierro al ser un elemento misterioso y poco encontrado en la tierra era usado para encontrar seres mágicos. Pero con la llegada de las eras tecnológicas, el hierro tomó un carácter común en la vida de las brujas que se hicieron inmunes a sus daños, pero la fibra de vidrio era algo a lo que no se exponían y por lo tanto dañino para ellas, un símbolo de la nueva humanidad y por tanto su enemigo natural.
—¿Estas demente? ¡Tendrás que pagar por eso!— chilló la mujer.
—¡Es fibra de vidrio! Esa cosa debería ser destruida del mundo, hombres, asesinos de brujas que osan contaminar el mundo con sus estúpidos artilugios— agregó Samantha al sentir cómo su debilidad le había tendido una trampa en forma de un objeto sagrado para ellas.
—¡Gendarme!—gritaba la mujer saliendo de la tienda desesperada por detener a la loca que seguía maldiciendo dentro del establecimiento.
Bake, del otro lado de la calle miraba la escena, a lo lejos los gendarmes se aproximaban a la tienda, Samantha seguía dentro al borde del llanto sujetando su mano contra ella. Bake miró a la chica de cabellos negros que seguía gruñendo dentro de la tienda, la misma chica de la base con la que había chocado, no cabía duda de que era realmente adorable cuándo su nariz se respingaba y mostraba su rabia.
Reaccionando a la situación, el instinto heroico de Bake entró en acción y rápidamente entró a la tienda corriendo hacía a Samantha y sujetándola del talle la atrajo hacía él por lo que Samantha se encontró pegada a su pecho. Una extraña sensación se apoderó de Samantha que paró su ira y comenzó a ruborizarse, era cómo si un destello extraño se quisiera apoderar de ella, renovando sus fuerzas y por un instante devolviéndole su verdadero ser perdido hace años.
—Querida, ¿Dónde te has metido? Te buscado por todas las tiendas, mujeres siempre pensando en que no combina con el color de las paredes— dijo Bake tratando de calmar la tensión con los gendarmes que acaban de llegar a la tienda con la dependienta.
La mujer quedó atontada ante la visión de Bake, un guapo militar en uniforme era algo que no se veía a menudo en esa tienda a pesar de que siempre llegaban a la Luna, la mayoría prefería quedarse en posadas en el Lado Oscuro. Por lo que en su interior comenzó a maldecir a la enloquecida chica que era dueña del corazón de aquel guapo joven por el que babeaba tratando de ser discreta.
—Ella dijo que destruiría la tienda— espetó la mujer tratando de victimizarse.
—¡Claro que no dije eso!— gritó Samantha molesta por la acusación.
—Te lo dije cariño, te daré todo lo que quieras para nuestro hogar, pero no debes de molestarte con todo lo que no combina con el color de la casa, por favor, te lo pido, vayamos a otra tienda— suplicó Bake a Samantha hincándose frente a ella sacando un suspiro tierno de la vendedora.
—Ahora deberé de pagar ante una responsable y amable vendedora el precio de tus caprichos, oh mi amada doncella cómo me rompe el corazón pasar por esto— decía Bake guiñando un ojo a la vendedora que se ruborizo al instante sintiendo la frase para ella.
—No hay problema, realmente el producto no sufrió daño pero no creo que ella deba regresar por aquí— espetó la vendedora guardando la compostura.