Los meses pasaron en completo silencio dentro de la nave, aún las androides encargadas de asistir a los viajantes se mantenían en suspensión a la espera de las órdenes del capitán. Mientras tanto, era suplidas por pequeños robots de revisión que se encargaban de tareas básicas como mantenimiento y supervisión de los equipos.
Tras año y medio de viaje, la alarma despertó al capitán de la nave que enseguida se dispuso a encender a las asistentes de despegue, pronto por los altavoces a pesar de la inconciencia de los pasajeros se anunció la llegada al planeta rojo. Pronto las androides de angelicales rostros se dispusieron a despertar a los viajeros, tomaría un día descender a la superficie, tiempo suficiente para ayudar a los nuevos visitantes a recuperarse de los estragos del viaje y tomar un refrigerio sólido.
—Recuerden que el despertar puede causar molestias, si alguno experimenta náuseas, vómitos, sequedad o mareo favor de notificarlo a su asistente más cercana—decía dulcemente la androide de rasgos asiáticos que estaba remplazando a las asistentes de despegue que aún no despertaban.
Samantha sentía más comodidad con los androides que con las personas, pesé a haber crecido en un sitio que veía a las brujas cómo una bendición, Samantha estaba consiente de que no todos los lugares era así y a menudo el hombre temía lo que era más poderoso o desconocido para él. Era por ello por lo que veía en los androides las características propias de un una persona pero sin las emociones tan complejas que estas tenían y que habían sido las causantes de un recelo casi instintivo a las personas.
En efecto Samantha sentía cierto mareo al despertar, los trajes tipo filipina eran parte de las comodidades para evitar los inconvenientes que otras telas pudieran causar, aún así las sensaciones que provoca dormir por tanto tiempo le pasaban factura. Una asistente se acercó a ella con una pastilla que Samantha rechazó, no era afecta a la medicina occidental, aunque sus tías no la rechazaran, las brujas tenían una medicina más tradicional que no querían quitar de su cultura.
En su lugar, en cuanto hubo obtenido su equipaje de mano Samantha sacó un trozo de ginseng que masticó cómo si fuera chicle mientras los asistentes los conducían hacia el puente de cruce. El puente estaba construido de cristal por lo que antes de llegar a la sala de espera podías ver el panorama, rojo hasta donde la vista alcanzara chocando nuevamente con el enorme complejo que conformaba Pacula la única colonia en Marte.
—¡Sean bienvenidos al planeta rojo!—decía una voz por los altavoces a los que recién llegaban y entraban en la sala de recepción.
—Tras realizarse los chequeos médicos de rutina y la inspección de papeles, un auxiliar podrá brindarte toda la información necesaria para llegar a los sitios de interés o a tu destino final en Pacula. Debes recordar que Marte sigue siendo una colonia salvaje por lo que deberás de salir a los asentamientos mineros con las precauciones necesarias y el personal y equipo adecuado ¡Disfruta tu estancia en Pacula!—continuaba la voz por el comunicador.
—Visa de salida— dijo el auxiliar a Samantha extendiendo su mano para recibir la documentación necesaria tras pasar por el filtro médico.
Samantha entregó su visa de salida, pasaporte y los permisos especiales para portar las plantas, flores y piedras necesarias para su estancia en Marte. Claramente los registros habían sido realizados con sumo cuidado de marcar que el uso de estos elementos era con fines médicos pero Samantha tenía otros planes.
Tras pasar por el registro, una auxiliar le entregó sus vestiduras y su maleta, sin el empaque de viaje. Samantha se acercó a uno de los auxiliares de la entrada y entregándole un papel le solicito un taxi para llegar con su tía Yuyu quien vivía a las afueras de Pacula.
****
—¿Así que eres militar?—preguntaba la dulce joven de cabellos rubios que casi se colgaba al brazo de Bake al encontrarlo en la terminal esperando que su equipaje apareciera en la banda.
Era un hecho que el uniforme parecía enloquecer a todas las mujeres por aquellos días. Pero a Bake esto le tenía sin cuidado, su corazón era sólo para su adorada Emily, la chica en la tierra a quien quería por esposa y una de las razones para unirse a la milicia.
Acostumbrado cómo estaba a las enloquecidas chicas que le seguían, Bake había aceptado acompañar a la joven a un té en casa de una de sus tías. La mujer, en voz de la jovencita, era una de las mujeres más ricas de Pacula y no era de buena educación desairarla, aunque interiormente Bake deseara correr al campamento.
—Mi tía adoraría tener un sobrino militar más si es condecorado— decía la chica acariciando las insignias en el pecho de Bake.
Bake asentía un tanto disperso, no podía comprender cómo un uniforme había cambiado su suerte, mientras estaban en preparatoria las chicas apenas y lo miraban. Ahora con el uniforme y su aspecto marcado era un imán para las mismas chicas que no dejaban de llamarlo “cabeza de cerillo”.
—¿Esa es tu maleta?—preguntó Bake de repente al ver que la chica tenía bajo sus pies tan peculiar valija.
—¿Acaso eres idiota? ¿Por qué tendría yo tan mal gusto?—chilló la chica ofendida pateando la maleta que había caído de la banda y tras la declaración soltó a Bake corriendo hacía otro de los nuevos cadetes en Pacula.