Yuyu Tulich no era un familiar de Samantha, eso le quedaba claro pero parte de ser una bruja consistía en ver a todas cómo tus hermanas y para Pandora y Palmira, Yuyu lo era.
De cabellos naranjas y piel rojiza Yuyu era la única bruja que había dejado el planeta tierra, cuándo llegó, el enorme desierto parecía ser su enemigo. La mascarilla de oxígeno le impedía sentir el viento cómo elemento, las estrellas eran ingobernables y sólo había tierra hasta donde pudiera.
Pero no era parte de su naturaleza rendirse, comenzó a estudiar las propiedades de los elementos de Marte y en un par de meses comprendido que debía de aliarse con la naturaleza marciana del mismo que hacían en la tierra. Pronto se decidió a adaptarse al sitio, usando su magia cambie el color de su cutis y cabello que le hacían caminar por largos periodos de tiempo bajo el fuerte sol y los fríos helados de la noche.
En su jardín extraños hongos rojos y plantas violáceas limpian el aire acostumbrando a sus pulmones a la falta de oxigeno y con los años pronto dejó de usar la mascarilla caminando sin ningún impedimento por los desiertos, sobre todo se vio en la necesidad de regresar a sus raíces construyéndose una escoba para poder sobrevolar por las arenas rojas.
Pero los prejuicios no se iban y la gente del pueblo, preocupada porque ella vivía lejos de la civilización comenzaron a considerarla una extraña, una bruja que quería su perdición en un lugar hostil. Era algo estúpido para Yuyu si ya convivían con alienígenas de formas menos humanoides, no podía comprender cómo aún no aceptaban a quien era un poco diferente o hacía las cosas mejor que ellos.
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Tras agredir al taxista, Samantha comenzó a caminar por el desierto siguiendo la veda de los camiones del ejército según instrucciones de sus tías, pues la tía Yuyu cómo toda bruja vivía a las afueras de la ciudad. Su casa se encontraba tras un par de montañas bajas que escondían la base militar entre sus rocas, un par de cerros de arena y pronto llegaría a su destino pensó Samantha al divisar el recodo que rodeaba la base.
Durante el trayecto, una leve tormenta cubría a la pequeña bruja, la tormenta aunque ligera, no era producto de un evento natural sino de un Mercedes rojo que atravesaba el desierto en esos momentos. El terregal causado dejo el vestido verde oliva Samantha en color rojo, esta furiosa tomó una piedrecilla que disparo contra el auto que se dio en reversa para detenerse frente a la chica bajando la ventanilla del conductor
Los ojos azules atravesaron el cristal de la máscara de oxígeno para cruzarse con el poderoso verde pantano de los de Samantha. Las brujas tienen un don para leer a las persona y aunque Samantha no fuera habilidosa en él, podía detectar perfectamente la esencia maliciosa de una persona.
—Ni en la tierra ni en Marte es cortés descuidar la integridad del peatón— agregó Samantha seriamente a través del micrófono de la máscara verde oliva que hacía juego con su vestido.
—Pues no creo que sea de buen gusto ir por ahí con ese color de vestimenta y mira tú maleta... ¡qué horror! eso si es un crimen— dijo la chica del Mercedes con una risotada.
Samantha sonrió con alegría torciendo la boca de manera sobrenatural, esa era la indicación que esperaba, la actitud que quería ver para dejar que su don fluyera libremente cómo las aguas del pantano. Hasta ese punto, Samantha no había reparado en que no eran las aguas verdosas las que obedecían sus ordenes si no el polvo árido de la Luna y de Marte, cómo si una parte en su corazón perteneciera a las estrellas ¿Y es que su corazón se había hecho polvo fundiéndose con la tierra?
Bajo sus pies, el polvo comenzó a revolverse en un pequeño remolino que crecía rápidamente alrededor de ambas chicas. Samantha cerró sus ojos dejando que la tierra roja se moviera entre sus manos extendidas cómo un delicado vestido de seda.
El auto comenzó a elevarse ligeramente sobre el suelo conforme el ligero remolino se convertía en un tornado de arena roja. En el centro, movía un dedo controlando los giros del polvo y el aire que levantaban el auto violentamente entre los gritos de terror de Melissa la dueña del Mercedes rojo.
—¡Monstruo!— gritó la chica al oír las carcajadas de Samantha en el suelo.
—Aquí no es Kansas Doroty—dijo una voz detrás de esta.
La sensación de poder sobrenatural hizo que Samantha moviera amabas manos y el carro cayera al suelo estruendosamente destrozándose en el proceso. Por suerte, Melissa salió sin daño alguno de los restos del auto, Melissa miraba con terror a la chica de cabellos negros que de pie la veía hacía abajo cómo si esperara otro gesto de ella para reaccionar.
Melissa comenzó a sentir el aire pesado de Marte entrar a sus pulmones, con desesperación buscó su mascarilla, Samantha la pateo a un lado de ella y rápidamente se la coloco en su sitio. Sin querer saber más, Melissa se puso de pie y echó a correr hacía el pueblo que ya estaba cerca, teniendo cuidado de no olvidar su mascara de repuesto entre sus cosas medio destruidas, se había salvado de milagro y no quería morir por un descuido.
Tras verla perderse en el horizonte, Samantha se giró para encontrarse a una mujer que flotaba sobre el suelo montada en una escoba de paja. No le inmutaba la escoba voladora frente a ella, sino la mujer de piel rojiza y cabellos naranjas que vestía con una túnica de piel de búfalo y preciosos mocasines con detalles lakota y que no llevaba mascarilla alguna para respirar.