Siempre he odiado las historias de amor, comienzo a leer un pequeño párrafo y me siento asqueada, me agotan los cuentos de abandono, de personas destrozadas, de mundos que se derrumban por la ausencia de otros, me parece realmente que el amor saca a relucir todo lo patético que hay en nuestro interior, toda la podredumbre; pero más allá de eso, toda la miseria termina explotandonos en la cara cuando escribimos de amor.
Pero incluso yo he escrito historias de amor, historias para el amor, historias por amor, yo he llenado páginas enteras hablando de la felicidad producto de un par de horas de besos, hablando de cómo unos meses junto a alguien te cambian el universo, incluso yo he llorado y me he angustiado y he aprendido, pero sobretodo he desaprendido de cada historia de amor.
Conviene cambiar los nombres, ya bien por historias que aún no se cierran, ya bien por pasados demasiado tormentosos, que si les dejo un nombre propio tomarían una fuerza desbordante.
Debo señalar que, al no saber bien qué es el amor, tendré que comenzar por los recuerdos más lejanos de la pasión y el odio, ir por ahí encaminandome en los arrebatos de locura y las pequeñas muestras de cariño, esperando construir algún paisaje que de algún modo pueda leerse.