Las cosas no comenzaron con Matías, pero hoy quiero hablar de él. Quizá porque aún me pregunto si vio la película que le recomendaba casi a diario, quizá porque aún intento saber si comprendió lo que rayé algún día en su pared. Más bien porque vi una imagen que decía algo como: "seré tu cielo si quieres volar, pero primero, dime si sabes volar" y es inevitable pensar en el lado oscuro del corazón y las chicas que saben volar y como creía que él me había enseñado a volar.
Depronto hasta sí, en sentidos bien extraños, medio incomprensibles medio indeseables, pero sí, Matías me enseñó a volar y me enseñó también un montón de cosas más. Matías es la única persona en toda mi historia de relaciones que yo pensé, antes de conocerlo, que me gustaría tener algo con él. La única a la que vi un día pasar y me gustó y quise acercarme. Es decir, la única con la que algo así ha funcionado.
A Matías lo conocí en una clase en la universidad, yo iba en cuarto semestre, él en primero, yo tenía 17 años, el 18 o 19, no lo recuerdo muy bien. Yo acababa de romper con Sebastián y de tener una mini aventura -es decir darme un beso-, con alguien que luego se convertiría en una persona importante en mi vida.
Matías me gustaba mucho, me gustaba escucharlo hablar en clase, sentía que pertenecía a un universo desconocido, pero que de algún modo yo encajaba ahí, estaba hecha para estar ahí. Este enamoramiento tan adolescente fue excesivamente frustrante. Por esa época yo había asumido mi timidez como una carga que debía soportar para siempre. Simplemente se trataba de verlo pasar, verlo charlar tan relajado después de clase junto a un porro. Por esas épocas ya había probado la marihuana hacia unos dos años pero apenas estaba empezando a encariñarme con ella. Bueno, era verlo siempre y saber que nunca le iba a poder hablar.
Una semana antes de que las cosas cambiaran, estábamos en la sesión magistral de esa clase, yo había tenido una semana muy pesada y mi concentración que tiende a dispersarse, ese día estaba más ausente que nunca. No recuerdo absolutamente nada de la clase, solo que la profesora estaba algo enojada, que me preguntó algo, que no supe responder, que me sentí avergonzada frente a unas cien personas.
Hay muchas cosas a las que les tengo miedo, pero al ego y al ridículo además les tengo una repulsión visceral. Resaltar la ironía. No es como que, en ese momento me sintiera avergonzada frente a él, pues había asumido que nuestros destinos no se cruzarían, pero si me sentía en general humillada. Por eso tres semanas después, mientras él hacía referencia a ese episodio, yo me limitaba a evadirlo con maricadas. Con el tiempo he aprendido mejor a evadir los temas.
Un día, teníamos que entregar un trabajo en clase, resulta que el trabajo era en grupos y por supuesto yo terminé sola, no recuerdo bien como me junté en un grupo con otros tres chicos, ahí conocí a Santi, al mono que me parecía demasiado lindo siquiera para gustarme y a otro chico que no recuerdo su nombre pero se parecía mucho a un viejo amigo.
Santi es de las personas más geniales que se ha cruzado por mi vida, no es una amistad fuerte, no tenemos proyectos o historias juntos, pero sí un montón de conversaciones amenas, abrazos y bellos deseos que suelen alegrarme muchos días. Santiago es super social y como suele ser la gente de primer semestre, era amigo de todo el mundo. Ese día hicimos el trabajo, nos fue muy bien, hablamos un poco, no recuerdo para qué lo busqué en facebook y ahí comenzó un vínculo. A la siguiente semana teníamos parcial, al final él me saludó y me invitó a pegarlo, así fue como resultamos todos, en uno de los escondederos de la universidad, fumandonos un par de porros y hablando del parcial. Poco a poco los demás se fueron yendo.
Yo nunca aprendí a adaptarme del todo en Bogotá, vivía en ese entonces en un apartaestudio diminuto junto a mi hermano, nunca se sentía bien llegar a casa, nunca se sentía como si tuviera una casa, por eso siempre hacía maña para irme, me quedaba en la universidad todo el tiempo posible. Bueno, a él le pasaba lo mismo, o algo similar. Terminamos Matías y yo juntos, fumandonos otro porro, él también cigarros, comiendo chocolate, hablando de tantas cosas que acordamos que la conversación debía alimentarse de recursos virtuales, intercambiamos nuestro facebook -porque todo lo trascendental ahora inicia en facebook- y al final, después de una lluvia nos fuimos a nuestras casas.
No recuerdo muy bien como pasaron las cosas después, fueron varios días -tal vez no los suficientes-, de intercambios de palabras, libros, cuentos y música; más de su parte que de la mía. La inseguridad siempre atacando. Pero terminamos, no sé cómo, bajo un árbol en un bosquecito de la U, entre muchas cosas que hablamos se acercó y me besó.
Recurrencia número uno: Con el tiempo he desaprendido a besar. Es decir, sé que besó bien, al menos mejor que el promedio, porque lo disfruto como nadie; pero, cada vez más, he desaprendido a dar el primer beso o el segundo, o el quinto, o incluso el número cien si ha pasado el suficiente tiempo entre el noventa y nueve y este. No puedo acercarme a una boca aunque me esté muriendo por hacerlo. (No aplica cuando estoy borracha).