Ofrendas, es de lo único que los humanos suelen pensar... o al menos el tipo de humanos que me gusta incordiar, la mayoría me considera como el mismísimo mal solo por ser un gato. Pero no uno cualquiera, sino un gato negro, de esos que en su mirada cargan todos los pecados y deseos más prohibidos de cada pecador, al igual que un castigo digno para cada uno. Lo cierto es, que no por eso tengan que criticarme y llamarme "animal del Diablo" -cosa que es cierta, pero no es el caso-aunque me termina dando igual ya que solo soy eso, un gato negro, el mismo Diablo, que lo único que quiere es hacer pagar a aquellos que los simples mortales no se animan.
—Ahora dime, ¿qué es lo que más deseas? Solo piénsalo, mientras me miras fijo a los ojos… pide lo que quieras… pide aquello que anhelas… todo eso que deseas—
Esta es la mejor forma de atraerlos, con simples e inservibles promesas que los llevan hacia ese lugar que solo la gente desesperada va, a simple vista es una casa abandonada pero al dar un paso en su interior se convierte en ese reflejo de lo que más desean. Y como siempre, que sucede con cada mísero mortal que decide cruzar el umbral de la puerta vieja y destartalada, piden… una prueba de magia, la mayoría de ellos se sorprenden con solo ver el cambio de color en mis ojos, que pasan de estar verdes como el césped en un día de verano, a un rojo retinto como los colmillos de un vampiro después de haberse alimentado. Otros son más complicado de convencer, pero con solo cambiar mi forma gatuna a una bellísima y sensual apariencia mortal, es suficiente para que terminen aceptando como todo humano codicioso; por último para que al final solo tengan que vender su alma, lo único que les pido es que me miren fijamente a los ojos… para así quedar atrapados, en el infierno más cruel que podría existir en tan solo en la mirada... de un gato negro.