AVISO DE CONTENIDO: Este capítulo contiene escenas de violencia. Leer con precaución.
Viernes 20 de marzo de 2020
Estaba en la escuela y corría a oscuras, chocándome con sillas y mesas de las aulas. Tenía todas las piernas con moretones y raspones, hinchadas y ensangrentadas por tantos golpes. No sabía si era de día o de noche, pero algo me perseguía. Detrás de mí, escuchaba los pasos ruidosos de unas botas gruesas que amenazaban con acercarse a mí cada vez más y más. No podía mirar hacia atrás, el miedo tenía mi cuerpo entumecido. Me escondí en el baño, entré a uno de los cubículos y me acosté al lado del inodoro, mientras lloraba y todo parecía oscurecerse cada vez más y más. La alarma de incendios comenzó a sonar y escuché la puerta abrirse con fuerza. Ya está, pensaba, me mata. Me va a matar.
Me abracé las piernas adoloridas mientras lloraba en voz baja. El sonido de la alarma sonaba más fuerte, tanto que parecía que la tenía al lado. Las botas se acercaron con lentitud hasta mi escondite y lloraba más y más, y cuando abrieron la puerta cerré los ojos muy fuerte, esperando un golpe o un disparo.
Pero nada pasó.
Cuando abrí los ojos, Irina estaba parada frente a mí con cara de preocupación.
— ¡Irina! ¡Estás acá! — grité mientras me paraba con dificultad. Nos abrazamos en lo que quise que durase una eternidad.
Nos despegamos un segundo, y ella, con una sonrisa en los labios, sostuvo mi cara entre sus manos, para volver a darme otro abrazo que necesitaba hace mucho.
— ¿Qué te pasó? — le pregunté con los ojos cerrados, pero ella no respondía.
Me tomó de la mano y me quiso llevar con ella.
— No podemos salir Iru, alguien me persigue — solté, recordando el peligro — no quiero que te lastimen.
Volvió a sonreírme, y negó con la cabeza. Me agarró de la muñeca con una suavidad que jamás sentí en mi vida, y me llevó escaleras abajo, hasta la entrada principal de la escuela. No había nadie en recepción y la puerta estaba abierta. Afuera, la luz del día parecía iluminarlo todo completamente, al punto en que nada podía verse con demasiada claridad, pero todo se escuchaba: el pasar de los autos y los colectivos, el cantar de los pájaros, algunas personas hablando.
Cuando llegamos a la entrada, Valentín me esperaba afuera.
Miré a Irina, la tomé de la mano para salir juntas pero ella me frenó.
— Tenemos que salir — le decía, pero ella estaba estática mirándome.
Me abrazó otra vez, más fuerte que antes.
— Te quiero muchísimo — fue lo único que me dijo antes de soltarme.
Nos mantuvimos agarradas de la mano hasta que algo «o alguien» me empujó hacia afuera.
Y desperté completamente sudada. La ansiedad se apoderó de mí al darme cuenta que sólo había sido un sueño e Irina seguía desaparecida. Lloré con fuerza, porque esos abrazos se sintieron tan reales que realmente lo sentí en el cuerpo. ¿Cuándo mierda se va a terminar esto?
Empecé a escuchar gritos desconsolados y un llanto atroz fuera de mi habitación. Mi mamá estaba en casa hoy, ya que le tocaba trabajar por la tarde. Pensando que alguien había entrado a robar, salí corriendo de mi habitación y la imagen que vi me dejó desconcertada.
Valentín estaba tirado en el piso llorando a viva voz, mientras mi mamá lo abrazaba. Antes que pudiese preguntar qué carajo estaba pasando, mi amigo me miró a los ojos y lo entendí, aunque deseé con todas mis fuerzas que no fuese lo que yo estaba pensando.
Cualquier cosa menos eso.
— Valentín... — alcancé a decir, mientras los ojos se me llenaban de lágrimas y me agarraba las manos con la cara — no, no, no, no...
— La encontraron — dijo, casi sin poder parar de llorar — muerta.
Y mi mundo se detuvo.
Por un segundo lo único que pude sentir y escuchar fue mi corazón latiendo con fuerza, como si quisiese salirse del pecho.
— Hija... — dijo mamá.
Las piernas me fallaron y quedé de rodillas en el suelo, y ahí, en ese mismo momento, me rompí literalmente en llanto. Me deshice entera.
Se me deshizo el corazón en mil pedazos.
Valentín se acercó a abrazarme y lloramos como nunca antes habíamos llorado. Mi mamá nos contuvo a ambos en sus brazos, mientras sentíamos cómo nos quebrábamos por dentro, parte por parte. Deseaba con todas mis fuerzas retroceder el tiempo hasta la semana pasada para abrazarla con más fuerza y protegerla, y, si el destino ya estaba escrito, despedirme de ella.
Aunque sea, decirle un último adiós.
Pero nos la arrebataron, y con ella, todas nuestras esperanzas de que volviese a casa con su mamá estando viva.
Ya no tenía fuerzas para nada. En mi pequeño cuerpo sólo había bronca y dolor.
Un dolor que parecía ser eterno.
Mi mamá, con sus brazos gigantes, nos agarraba con solidez en el piso. Creo que ella también lloró un poco.
Valentín estaba deshecho a mi lado, gritando que el mundo era una mierda y que ella no se merecía esto. ¡¿Por qué justo ella?! ¡¿Por qué no pude haber sido yo?! vociferaba. Yo también me preguntaba lo mismo. Pensaba en los miles de universos posibles donde ella todavía estaba con nosotros y la recordaba, una y otra vez.
Pero era inútil, porque esto no era una película taquillera de Hollywood ni un mal sueño: era la realidad en su forma más pura.
El teléfono de Valentín no podía parar de sonar. Yo no había visto el mío desde que me levanté y no quería verlo nunca más.
Alguien tocó el timbre. Mi mamá, consternada, fue a chequear quién era. Yo no podía levantarme, sentía todo el cuerpo paralizado. Cuando abrió la puerta, pudo verse la figura de un Mateo destrozado y lleno de lágrimas. Sin mediar palabra y mirándonos a los ojos, se tiró al piso y los tres nos encontramos en un abrazo.
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una desaparicion, tres amigos, un mensaje de texto desconocido
Editado: 21.06.2021