AVISO DE CONTENIDO: Este capítulo contiene escenas de violencia y temas delicados como suicidio, ansiedad, depresión y abuso sexual. Leer con precaución.
Miércoles 25 de marzo de 2020
11:23 a.m
No pude pegar un ojo en toda la noche.
La ansiedad me carcomía las entrañas de tan sólo pensar en que hoy iba a tener que levantarme de la cama y enfrentarme a mis peores miedos. Bueno, lo que hacía desde que Irina había desaparecido.
Sin embargo, esta vez era diferente.
Por la tenebrosa situación que vivimos ayer junto a los chicos, tuvimos que tomar una decisión drástica y arriesgada: contarle sobre todo lo ocurrido a Martina y Ana Clara, pidiéndoles cautela. Después de todo, el asesino — o quien mierda sea — estaba entre nosotros, vigilando cada uno de nuestros movimientos. A estas alturas era obvio que nos conocía bien, sabía nuestros horarios y el entorno en el que nos manejábamos. Ya no era una horrible coincidencia ni otro secuestro exprés, esto había sido planeado con minuciosidad y una anterioridad que ponía los pelos de punta.
Necesitábamos toda la ayuda que fuese posible y confiábamos ciegamente en las chicas. Además, no me convencía del todo la idea de encontrarme con una persona desconocida en una de las aulas más alejadas de la puerta principal.
Luego de ver el pendrive y el contenido de la carta, nos comunicamos inmediatamente con ellas. Acudieron a mi casa casi al instante y allí estábamos los seis, sin tener ni la más puta idea sobre qué hacer.
Pero había algo de lo que sí estaba segura: dos cabezas — o mejor dicho, seis — pensaban mejor que una.
— Esto es una locura — dijo Ana Clara cuando se lo contamos — ¿y por qué mierda no dijeron nada? ¿No es más fácil ir con la policía?
— La policía no va a hacer un carajo — bufó Mateo — son todos unos corruptos de cuarta.
— No es sólo que sean unos corruptos, a la justicia le importa una mierda la vida de las mujeres porque el sistema está hecho para que funcione exactamente así — dije.
— Pero el sistema está mal — exclamó Valentín, mirándome como si lo que acababa de decir fuese una ridiculez — no tiene que funcionar así.
— El sistema fue construido para funcionar así — aclaré, intentando hacerle entender — por supuesto que no debería ser de esa manera, pero así son las cosas: fue creado para beneficiar sólo a unos pocos.
— ¿Por qué están haciendo esto? — preguntó Martina con timidez, impactada por todo lo que le habíamos dicho — ¿qué quieren de nosotros?
— No sé — le respondió Mateo — pero tenemos que crear un plan. No podemos mandarnos a la boca del lobo así como así.
Trazamos una cronología simple de cómo se sucederían los hechos. Calculamos con frialdad cada hora, minuto y segundo del día siguiente para poder estar preparados en caso de que la situación lo ameritara, pero mi cabeza no podía parar de repetirme una y otra vez 'nunca vas a estar preparada para nada'.
En parte, aquello era cierto, pero me negaba rotundamente a dejarme llevar por mis pensamientos. Terminaría paralizada ante la situación tal como le sucedía a Valentín y no podía dejar que el miedo se adueñara de mí.
Cuando todos se fueron, me quedé acostada en la cama mirando el techo. ¿Por qué tuvo que pasarme esto a mí? ¿Por qué Irina no pudo correr más rápido? ¿Por qué las cosas se dieron de esta manera?
Sabía que era inútil pensar en el pasado y en lo que podría haber sucedido, pero inevitablemente quise armar una gran cantidad de escenarios en los que todo salía bien. Quizás lo que me atormentaba no era lo que había sucedido, si no lo que habría podido evitar. ¿Qué tan grave tenía que lo que le pasó como para que decidiese no contármelo a mí, su mejor amiga? ¿Acaso no confiaba en mí? Jamás la hubiese juzgado, sea lo que sea que le haya pasado.
Me atormentaba pensar que se había llevado ese secreto junto con ella y ahora todos estábamos acá, intentando lidiar con los fantasmas de carne y hueso que dejó en el mundo de los vivos.
Sea lo que sea que te haya pasado, te juro que lo voy a averiguar le dije entre lágrimas a nuestra foto enmarcada en la mesita de luz.
Voy a saber la verdad aunque eso me cueste la vida.
El sonido del teléfono terminó despertándome cuarenta minutos antes de entrar al colegio, para ser exacta. En algún momento de la madrugada, al parecer, mis ojos no pudieron más y se cerraron solos. En ese breve lapso de tiempo todos mis problemas se esfumaron y me dieron tregua, pero la ansiedad volvió cuando caí en la cuenta de que me estaban llamando.
Al estirar mi brazo hacia la mesa de luz, pude ver claramente en la pantalla el nombre de Valentín. Deslicé hacia abajo la barra de notificaciones y me aterré al ver que tenía tantos mensajes y llamadas perdidas. Decidí no ver nada y atender a mi amigo.
— ¡Eva! — exclamó del otro lado — ¿donde estás?
A juzgar por el tono de su voz sabía de antemano que estaba alterado por algo. No estaba segura de querer saber el por qué.
— Me despertaste — solté, despabilándome — ¿qué pasó?
— Laura está muerta — dijo, y se le quebró la voz — la mataron de una forma cruel y horrible, Eva. No puedo más, estoy harto de esto, quiero irme bien lejos y olvidarme de todos.
Algo dentro de mí terminó de romperse. Sentí que mi corazón era el cristal más frágil del mundo y lo acababan de romper con tan sólo unas palabras.
Está muerta. Está muerta. Está muerta.
Valentín me oyó llorar del otro lado de la línea. Intenté contenerme un poco, no quería desarmarme otra vez. Tenía que mantener la compostura si queríamos averiguar algo hoy.
— ¿Por qué ella y no yo? Hubiese preferido morirme yo antes que ella. ¿Por qué mierda pasó así? — se preguntaba él sollozando.
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una desaparicion, tres amigos, un mensaje de texto desconocido
Editado: 21.06.2021