Cuando terminamos de ordenar, era tarde y tuvimos que subir las escaleras en puntas de pie para no despertar a su madre, que ya estaría durmiendo seguramente.
—Te puedo dejar otra camiseta. – ofreció y yo se la acepté porque la que llevaba puesta además de estar húmeda, olía a salsa de tomates. Revolvió en sus cajones y encontró una que era lo suficientemente grande como para servirme de camisón.
Era blanca, de tela suave y fina. Muy fina, casi transparente.
Lo miré alzando una ceja, pero por la cara de confusión que había puesto ante mi gesto, podía adivinar que ni siquiera lo había hecho a propósito.
Me encogí de hombros.
—Voy a lavarme los dientes. – llevándome la prenda conmigo. Basta de exhibicionismos por esa noche. —¿Puedo usar tu cepillo? Thiago me miró arrugando la nariz y me reí. —Qué asco, era un chiste.
—Ahora nunca voy a saber si de verdad fue un chiste. – bromeó con cara de disgusto y yo puse los ojos en blanco.
—Vení conmigo. – ofrecí. —Así te aseguras.
—No, está bien. – respondió, pero a mí ya me había divertido la idea, así que me lo llevé a los empujones hacia el baño para que entrara también.
Nos paramos frente al espejo y sonreí por las pintas que traíamos. Él con su pijama de camiseta celeste, pantalones oscuros, y esa cara de niño bueno… con todo y sus ojitos azules. Y después estaba yo, apenas un poco más baja de estatura, con su camiseta de fútbol sucia, el cabello alborotado y mis ojos verdes casi felinos; el rostro de la maldad.
Sacó su cepillo y le puso pasta de dientes con la vista fija en lo que hacía. Una sonrisa torcida apenas, y despeinándose con la mano que tenía libre.
No sabía si eran las luces de ese baño, pero hasta en el reflejo estaba guapo. O es que yo a esta hora, me ponía un poco tonta, y ya llevábamos tanto tiempo juntos…
Miré el dentífrico y me puse un poco en mi dedo índice, enseñándoselo para que estuviera tranquilo, y me lo metí en la boca para lavarme.
Él se cepillaba con fuerza y cada tanto escupía la espuma, sin perderme de vista, y a mí me seguía subiendo la temperatura.
Nos enjuagamos turnándonos el agua de la canilla y él se dio vuelta unos instantes para que pudiera cambiarme de camiseta, y en todo ese tiempo, el chico tímido que casi había roto una lámpara al verme con poca ropa, parecía haber desaparecido. Estaba calmado y sus ojos me seguían con atención y otra cosa…
Otra cosa que me estaba poniendo la piel de gallina, …y los pezones duros como una piedra.
Cosa que no ayudaba para nada a la remera blanca que lo mostraba todo.
Me condujo por el pasillo en silencio, apoyando una mano en mi espalda baja, y cómo no, nos cruzamos con su mamá que nos miró con gesto suspicaz. Habría pasado por la puerta de la habitación de Thiago, y al no verlo, todas sus alarmas se habrían disparado. Que ahora nos viera salir del baño, no era mucho mejor.
—Es que la casa es tan grande, que me pierdo. – expliqué con una sonrisa que juro quiso ser inocente.
Poco convencida siguió caminando, antes de darle una mirada de advertencia a su hijo.
Mirada que nos hizo reír por lo bajo hasta que estuvimos en su habitación.
—En diecisiete años no había tenido nunca un problema con mi mamá, y ahora los tengo todos juntos. – bromeó y se acomodó en el colchón del suelo.
—No exageres, que Nacha me ama. – dije metiéndome en la cama y tapándome hasta el mentón, porque hacía un frío de mil demonios.
—Le caes bien, es cierto. – dijo. —Ahora soy yo el que le cae mal, por favor deja de insinuarle cosas que no son, porque va a pensar que te invito con otras intenciones.
—A veces te escucho y es como hablar con un viejo de cuarenta años. – negué con la cabeza. —Que me invitas con otras intenciones… – repetí con gesto estirado para molestarlo, y una almohada voló en mi dirección para golpearme en la cara. —Ey. – me quejé con una risa.
—Yo no hablo así. – dijo enfurruñado y tuve que reprimir el impulso despeinarlo, porque había sido adorable.