Perdóname...

Capítulo 42

Salieron de casa, rumbo a la clínica, cuando recibió la llamada que estaba esperando desde el día de ayer, pero que debido a todos los acontecimientos ni siquiera él había podido comunicarse.

—Diana, buenos días. ¿Novedades?

—Como estás Valentino, buenos días. Hay malas noticias.

—Diana estoy manejando y tengo a las niñas en el auto conmigo, las llevo a que vean a su madre.

—Eso es bueno Tino, deben estar en contacto con Maritza, eso la pondrá de buen humor, y dicen que las personas con cáncer mejoran cuando su ánimo está elevado.

—Puede ser, nada se pierde con intentarlo, ¿no? Pero necesito que me informes lo que está pasando, por cierto, me hice la prueba ayer.

—Eso es bueno, podría ser nuestra salida para el problema que tenemos en este momento.

Valentino miró la hora en el equipo de navegación del auto, eran casi las siete de la mañana, su reunión con Avalos era a las nueve, luego de pensar por un rato dijo —Diana, sé que te estoy molestando demasiado, pero ¿podrías venir a la clínica a las siete con treinta? Así conversamos un rato en lo que espero que salgan las niñas de ver a su mamá.

—¿Tú no entrarás con ellas?

—Solo un instante, hay cosas rondando en mi cabeza y quiero aprovechar para hablar con el doctor Quezada y que me informe si ya realizo lo que le he pedido.

—Está bien, estaré por allá, lo más pronto que pueda.

—Dile a Daniel que lo espero en la empresa a las once de la mañana, habrá cambios y quiero que proceda con los documentos legales.

—Está bien, se lo diré.

Luego que Diana colgara la llamada, Valentino giro el auto en dirección al restaurante que acostumbraba a usar cuando venía a la clínica. Se estacionó y bajo a ayudar a sus pequeñas con las casacas, el clima ya había empezado a cambiar, y Lima siempre tenía un clima espantoso.

Ingresaron al pequeño restaurante, y la dueña salió de inmediato a recibirlo.

—Joven Valentino, pase, como ha estado. Hace mucho tiempo que no lo veía.

—Teresita, que gusto verla después de tiempo. Sigue tan bella como siempre.

—Quien es ese impertinente que está coqueteando con mi esposa — se escuchó decir desde la cocina a una voz varonil muy gruesa.

—Don Abel, como ha estado — grito Valentino para que lo escucharan desde la cocina.

—¿Valentino? —Dijo un tipo de unos sesenta años con una gran barba gris y un mandil negro sobre un uniforme blanco.

—Sí, soy yo.

—Muchacho, que gusto verte de nuevo. — respondió mientras lo abrazaba con fuerza y luego miraba a todos lados como buscando a alguien más. — ¿Y Luana?, donde está la pequeña.

—Ella no pudo venir, pero la próxima vez si la traeré, para que los salude.

—Está bien, está bien. ¿Y estas preciosuras quiénes son? — pregunto al ver a las mellizas.

—Son mis hijas, Giselle y Georgia

—Son hermosas, pero no se parecen a Luana. —Dijo Abel mientras las observaba, su esposa le dio un codazo en el brazo para que se callara y no siguiera siendo impertinente.

—Nuestra madre se llama Maritza y es la esposa de mi papá — Hablo Giselle enfadada.

—Tranquila, cariño —trato de tranquilizarla Valentino — lo que pasa es que ellos son amigos míos y de Luana, por eso la confusión.

—Oh, ellos no saben que te casaste con mamá —Pregunto Gia.

—No cariño, ellos no lo saben, ya que hace mucho tiempo que no los veo.

Tratando de romper el hielo, Teresa los acompaño a una mesa al fondo del local.

—¿Qué puedo traerles?

—Tere, ¿podrías hacerles unos panqueques a las niñas?

—Claro que sí, ¿con jarabe de saúco? O miel ¿Cómo lo desean pequeñas?

—Con miel, por favor — dijeron las dos a la vez.

—¿Y usted Joven Tino?

—Tráeme un café pasado y unos panes con pollo y por favor…

—Si ya sé, no le pongo lechuga y mucha mayonesa. No cambia. —sonrió la amable señora.

Tomaron el desayuno de manera amena para luego caminar hacia la clínica, en la puerta se encontraron con Diana y con Diego que apenas estaban llegando.

—¿Chicos, me esperan en recepción? O vienen conmigo a la habitación de Maritza.

—Vamos contigo — respondió Diana —Quiero saludar a mi amiga y ver cómo sigue.

—Vamos entonces.

Cuando llegaron el doctor Quezada estaba terminando con su revisión de rutina,

—Valentino, buenos días, hoy vino temprano.

—Necesito hablar contigo sobre lo que acordamos ayer, quiero saber si me tiene algunas respuestas.

—Las tengo, acércate a mi consultorio.

—Ok, dejo a las niñas con su mamá y paso por tu consulta.




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