Perenne

Capítulo 13: Same Abyss

Living principal del Hotel Claude Monet.

9:03 pm.

Uriel avanzó por el último corredor de la estancia entre jadeos, agotado y seguro de que ya no sentía sus pies; sin embargo, nada de eso lo hizo parar de correr cuando finalmente divisó la puerta del living a unos centímetros de él. La adrenalina junto con la emoción golpeó su pecho al saber que estaban cerca y con ello, también lo hizo el pánico cuando el sonido de varios gritos llegó a sus oídos. Tragó saliva, nervioso, dirigiendo momentáneamente su cabeza a una inquieta Izaro que lo miraba con preocupación.

¿Otra vez había llegado tarde?

Negó mordiéndose el labio, intentando vagamente reprimir los incontables sollozos que amenazaban con salir en cuanto tocó la madera. Se dijo a sí mismo que tenía que ser fuerte mientras arremetía contra la puerta y provocaba que esta se abriera junto con un estruendoso sonido e inevitablemente maldijo por lo bajo cuando tras dar un paso hacia delante, terminó resbalándose y cayendo de rodillas; la chica a su lado no tardó en gritar su nombre e ir a socorrerlo. Lo tomó del antebrazo con cuidado y se quedó mirándolo detenidamente con una expresión temerosa, fijándose en aquel rostro aturdido por el repentino impacto que luego tomó un gran bocado de aire y levantó la cabeza; su cara en cuestión de nada se tornó perpleja.

Aquello no podía ser cierto.

— ¿Uriel? —confundida, Izaro lo soltó de su agarre y llevó su vista hacia la misma dirección; el impacto apenas la dejó tartamudear—. ¿Eh...?

Pesadilla, esa era la palabra perfecta para describir aquello. Era imposible para él contar siquiera la cantidad de cuerpos que yacían en el suelo, destrozados por esos seres, ¿Qué demonios eran esos seres? Parecían animales que sobrepasaban los dos metros de altura, fornidos y con pelaje corto de color marrón; sus caras variaban bastante, unos poseían cientos de ojos y otros ni uno solo tenían. Los hocicos alargados competían con los pocos cabellos azabaches que caían hasta sus hombros. Las orejas de punta, firmes ante cualquier movimiento. Las garras estampadas contra los cuerpos en el suelo, dejándolos caminar en cuatro patas.

En total había nueve.

Uriel se quedó ahí, quieto, con la mirada perdida en las paredes pintadas por completo de un viscoso rojo y el suelo repleto de cuerpos desgarrados de una forma bastante grotesca. La música de fondo reproduciendo la canción de Ava Max titulada Omg what's happening siendo opacada por los incontables gritos de quienes aún seguían con vida y el horrible ruido que emitían los seres al masticar la carne; el olor putrefacto en el ambiente dando directo a su estómago. Su boca se abrió ligeramente queriendo decir algo, pero una fuerte arcada lo obligó a estampar una de sus manos contra sus labios.

Izaro apenas lograba respirar. Frunció el ceño, inquieta, mientras veía como la mujer que horas antes había estado hablando con Uriel dejaba de gritar y moverse cuando una de esas cosas le pisó la cabeza. Las lágrimas en sus ojos no tardaron en bajar por su mejilla con frustración, soltando un suspiro que más bien sonó como un sollozó. Levantó la cabeza, tal vez buscando desesperadamente algo que les ayudara contra esas criaturas y entonces, sus pupilas se toparon con aquel hombre en la cima de la baranda. De repente toda angustia en su pecho se transformó en ira. Sus manos se volvieron puños y la cólera reflejada en su cara le dio el suficiente valor de tomar el impulso de pararse, siendo seguida por unos ojos iguales a los suyos. Sus piernas se movieron con determinación, siendo seguida por unos pasos trastabillados que dudaban de la acción de la joven; el sonido sordo de las pisadas contra la sangre generó un lábil chapoteo que llamó la atención de las bestias, los observaron atentos.

Su último paso llevándola al centro de la sala.

Sus pupilas ligeramente alzadas con enojo hasta él.

El arma en su mano apuntando directo a la cabeza.

Y sus labios abriéndose de golpe para gritar a todo pulmón:

— ¡¡Tú!!

Sí, él estaba ahí, en la baranda, apoyando el dorso de su mano contra la barbilla debajo de aquella cabeza de conejo ligeramente levantada; la sonrisa formada en sus labios se expandió al verlos a ambos. Christopher a su lado solo se limitó a mirar al par con indiferencia sin decir nada.

— ¡¡Oh!! ¡¡Pero miren nada más a quiénes tenemos aquí!! —la algarabía en la voz del sujeto les hizo ruido. Su comportamiento infantil, luciendo tan feliz mientras se aferraba del reluciente metal pintado de cobre y se balanceaba, les parecía a los de abajo que estaba de más. Él los ignoró, sus rostros, su rabia, todo lo que no le causara risa le dio igual; sin embargo, sus ojos no dudaron ni un momento en posarse encima de Uriel con una excesiva atención—. A los portadores más crueles del mundo —susurró, deteniéndose por un instante para luego hablarle directamente a él con sorna—. Y uno sobre todo es tan astuto... —Ensanchó su sonrisa—. Muy astuto... Dime, Uriel, ¿se sintió bien matarlos? Yo creo que te divertís...

El mencionado le gruñó.

—Cállate... —lo cortó en seco, sintiendo una punzada de dolor en su pecho mientras las uñas se clavaban en la piel de sus palmas con ansiedad—-. ¿Dónde están los demás? ¡¿Qué demonios hiciste con ellos?!

Izaro seguía sin bajar el arma, era consciente de que las ganas de pagarle un buen pepazo al otro no le faltaban al igual que las balas.

— ¿Las personas? —Fingió pensar—. ¡Ah, los vejestorios! Pues realmente no hice nada malo con ellos, solo decidí convertirlos en lo que de verdad son... unos insignificantes animales —remarcó lo último con desprecio, señalando a los seres que se mantenían quietos. El par que lo miraba palideció a los segundos, sus caras eran un poema, uno bastante bueno como para producirle una carcajada; en el fondo los llamó exagerados—. ¡Por Dios, quiten esas caras! Se ven más blancos que una hoja de papel. Además, no veo cuál es el drama.



#8116 en Thriller

En el texto hay: amor, suspenso, thirller

Editado: 22.05.2021

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