perfectamente imperfectos

Todo comienzo tiene su Encanto

El pequeño despertador azul marino mantuvo su matutino escándalo por aproximadamente cinco minutos, cinco minutos en que la joven protagonista se mantenía recostada boca abajo cubriendo toda su cavidad facial con aquel pedazo de nube extremadamente suave, el cual le ayudaba a ocultar la negación que mantenía firmemente hacia la simple idea de comenzar su día lunes en una nueva preparatoria, completamente sumergida en la comodidad de su almohada esperaba que la aguja de su despertador avanzara hasta marcar que era demasiado tarde para asistir a aquella espantosa prisión, pero sin embargo la minúscula aguja se negaba a moverse, es más, parecía haberse quedado pausada, aunque esto solo era producto de la alterada imaginación de la chica, para ella parecía bastante real. Le hubiera gustado continuar con su entretenido sueño, sobre una especie de dragón gigante que practicaba su puntería en varios bosques que rápidamente terminaron rostizados, pero eso no pudo ser ya que el ardiente espectáculo fue interrumpido por los gritos furiosos de su padre.

 El hombre tenía una frondosa barba con unas cuantas canas al igual que su cabellera, poseía los mismo ojos rosados cuarzo que su hija, una piel casi tan pálida como nieve, de no ser por aquellos minúsculos salpicones marrones que el hacía llamar pecas, vestía de traje negro con corbata azul petróleo bastante formal, su rostro dulce daba la sensación de que era una persona tierna, amorosa y dedicada, tristemente al conocerlo el padre de Charlie era todo lo opuesto a lo que se creía de él, era una persona testaruda, exigente, egocéntrica, ambiciosa e irritable, era extremadamente irritable, odiaba todo lo que estuviera fuera de lo normal, todo lo que no fuera perfecto o todo lo que él no pudiera comprender, todo eso era instantáneamente transportado a alguna minúscula parte de su cerebro especializada para encerrar todo lo que le disgustara, no podrían imaginarse la infinidad de cosas que le molestan, pero las cosas que más le irritan son las que se encuentran relacionadas con su hija menor, Charlie.

El hombre no paraba de repetir una y otra vez que ella solo era una floja y una egoísta, además, de que estaba decepcionado de ella por no ser igual a su hermana mayor, esa fue la gota que derramo el vaso “¿Por qué no puedes ser como Charlotte? “ esa maldita frase que oía a diario la hacía sentir tan mal, tan inútil, tan insuficiente, tan indeseada, tanto fue el enojo por ingresar a la nueva institución más la angustia provocada por el odio que su padre le guardaba, que no pudo evitar gritarle que abandonara la habitación de inmediato, mientras estaba casi a punto de romper en llanto. Con una expresión indiferente pero victoriosa a la vez el hombre de cuarenta años le dedico una mirada amenazante a su hija.

 

-Tienes diez minutos para vestirte y desayunar jovencita, sabía que ibas a hacerme una rabieta como esta por lo que adelante tu reloj diez minutos, ahora levántate en diez  te quiero en el auto. –

 

Las palabras de su padre eran más frías que helada de invierno y más cortantes que el sable de un samurái, hasta daban la impresión de que aquel hombre ya no poseía ni el más mínimo rastro de su alma. Una vez pronunciada la última palabra el padre de Charlie dio un giro seco y se dispuso a abandonar la habitación con la frente en alto.

Diez minutos después de la discusión la pelirroja se encontraba sentada en el asiento trasero de una camioneta amplia y negra,  con los ojos cristalizados como si fueran del más delicado vidrio y se encontrasen a punto de quebrarse, no comprendía porque su padre debía ser tan cruel con ella no comprendía porque el la odiaba tanto. De pronto la puerta del conductor se abrió, la joven se limitó a sentarse derecha y no pronunciar una sola palabra pero la persona que subió a la camioneta dispuesta a acompañarla en su primer día la sorprendió, quien entro en el auto no era su padre sino una mujer, podría decirse que es la persona que Charlie más aprecia en el mundo, su hermana mayor Charlotte.

¿A donde debo dirigir su leal corcel mi princesa? – Charlotte miraba a su hermana menor  por el espejo retrovisor y le sonreía dulcemente – vamos pasa al asiento delantero –

Charlie no lo dudo y con una expresión de felicidad y confusión bajo de la camioneta apresurada por subir en el asiento junto a su hermana mayor.

Ch-Charlotte ¿qué haces aquí? ¿tú no estabas estudiando fuera de la ciudad?-

Si pero me entere que mi hermanita se cambiaría de secundaria luego de estudiar diez años en el mismo sitio por lo que decidí venir a acompañarte en tu primer día – despeino un poco a su hermana para luego besar su frente.

Charlotte encendió el auto y comenzó a conducir rumbo a la nueva institución de su hermana, en el camino Charlie le conto a la joven de diecinueve años todo acerca de la discusión con su padre, la carta, el nuevo establecimiento, los insultos de sus compañeros y de la falta que le hacía verla. Charlotte nunca estaba en casa ni cuando era una adolecente ni ahora,  solía pasársela en el instituto, en clases extra, trabajando de tutora o haciendo ejercicio, su hermana mayor siempre fue buena en todo lo que hacía, era la mejor de su clase, tenia dieces en todas las materias, ganaba el primer premio en ferias escolares, medallas y trofeos en todo deporte que hiciera y hasta se graduó un año antes de la secundaria, todo esto generaba que Charlie solo viera a su hermana durante la noche que era cuando se quedaban hablando sobre lo que habían hecho en el día, pero cuando Charlotte cumplió dieciocho años se mudó sola fuera de la ciudad por lo que Charlie la veía muchísimo menos que antes.




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