El laboratorio en Bukchon Hanok Village estaba impregnado con una mezcla de aromas que oscilaban entre lo fresco y lo exótico. La luz del amanecer se filtraba por las ventanas, proyectando sombras largas sobre las mesas llenas de frascos y herramientas de precisión. Min-Jae había llegado temprano, algo poco habitual en él, y estaba sentado frente al diario de la madre de Hye-Jin. Sus dedos acariciaban la cubierta gastada mientras sus ojos recorrían las páginas amarillentas.
Había encontrado algo inesperado: una fórmula que, a primera vista, parecía revolucionaria. Era una mezcla de ingredientes inusuales, con una nota base que usaba una sustancia derivada de una planta altamente tóxica. Si se utilizaba en la proporción adecuada, el resultado sería una fragancia embriagadora e inolvidable; pero un error mínimo podría hacer que el perfume resultara perjudicial para quienes lo usaran.
Cerró el diario con un chasquido, sintiendo un nudo en el estómago. Sabía que debía compartirlo con ella, mas la duda lo carcomía. ¿Podía confiar en ella para manejar algo tan delicado? Además, revelar este hallazgo significaba confesar que había estado revisando el diario sin su permiso.
El chico escondió el diario en una gaveta con llave para asegurarse de que nadie pudiera encontrarlo. Cuando la joven llegó al laboratorio, con su cabello recogido en una coleta alta y vestida con una blusa de lino blanco, su expresión era de concentración.
—¿Llegaste temprano? —preguntó, sorprendida al verlo ya trabajando en una nueva mezcla.
—No podía dormir, así que pensé en avanzar un poco —respondió él, sin apartar la vista de los frascos frente a él.
Hye-Jin lo observó con suspicacia. Algo en su actitud parecía... extraño.
—¿Qué estás mezclando? —inquirió al acercarse para inspeccionar.
—Una idea que tuve anoche. Creo que puede funcionar como nota de corazón, —contestó, desviando el tema con rapidez.
La muchacha frunció el ceño, pero decidió no insistir. Estaba demasiado ocupada con los preparativos para el concurso como para entrar en una discusión innecesaria. Sin embargo, el comportamiento evasivo de Min-Jae la dejó con una sensación de incomodidad.
Más tarde ese día, la chica sugirió visitar el jardín de especias detrás de la perfumería familiar. Era un lugar que había sido cuidado con esmero por su madre, lleno de plantas raras y exóticas que se utilizaban en las fragancias más exclusivas.
El jardín estaba rodeado por un muro de piedra antiguo, y en su interior, los aromas de lavanda, jazmín y bergamota flotaban en el aire. Una fuente de mármol en el centro goteaba con suavidad para añadir un toque de serenidad.
—Este lugar siempre me ayuda a pensar —comentó ella mientras cortaba con cuidado unas hojas de menta.
El hombre la observaba en silencio. Había algo en su manera de moverse, en la precisión con la que manejaba las plantas, que hablaba de su pasión por la perfumería. Por un momento, sintió una punzada de culpa. ¿Por qué no podía ser honesto con ella?
—Es un lugar hermoso —dijo finalmente para romper el silencio.
Ella asintió, pero su mente estaba en otra parte. Había estado pensando en los fragmentos incompletos de fórmulas que había encontrado en el diario. Había algo extraño, como si faltara una pieza clave, y no podía sacudirse la sensación de que él sabía más de lo que decía.
Esa noche, en el laboratorio, Hye-Jin decidió confrontarlo.
—¿Hay algo que quieras decirme? —preguntó de manera directa, cruzando los brazos mientras lo miraba fijamente.
Min-Jae levantó la vista de su trabajo, sorprendido por el tono de su voz e inquirió:
—¿De qué estás hablando?
—Has estado actuando de manera extraña todo el día. Y sé que has estado revisando el diario de mi madre.
Él cerró los ojos por un momento, como si estuviera reuniendo paciencia.
—Sí, lo he revisado. Pero no hay nada que no te haya contado —mintió.
Ella dio un paso hacia él, con una mirada llena de desconfianza e interrogó:
—¿Estás seguro? Porque algo me dice que no estás siendo completamente honesto.
El chico dejó el frasco que sostenía y se acercó a ella, acortando la distancia entre ambos y contestó:
—Escucha, Hye-Jin. Todo lo que estoy haciendo aquí es por el bien del proyecto. Si tienes dudas, dilo, pero no me acuses de algo sin pruebas.
La proximidad entre ellos hizo que el aire se volviera pesado. Por un momento, ella sintió que su enfado se mezclaba con otra emoción más confusa, más intensa.
—No confío en ti, Min-Jae —confesó al fin, con su voz más baja e igual de firme.
El aludido sostuvo su mirada, mas no respondió. «Tal vez», pensó. No la culpaba por no confiar en él.
Mientras tanto, en otro rincón del laboratorio, Soo-Ah y Eun-Soo estaban revisando algunos ingredientes. La complicidad entre ellos era evidente, aunque hacían un esfuerzo por mantener las apariencias frente a sus amigos.
—Este lugar está lleno de secretos —murmuró ella mientras inspeccionaba un estante de esencias antiguas.