Matías caminaba con la mirada perdida en las ramas secas de los árboles que parecían fragmentar el cielo. Tropezó con una raíz nudosa que cruzaba el sendero y de no ser por Rodrigo, el joven fotógrafo, que lo tomó de la camiseta justo a tiempo, hubiera caído sobre la tierra húmeda.
—Gracias —se limitó a decir el periodista y bebió un poco de agua de la cantimplora que llevaba colgada del cuello.
Siguieron avanzando, después de todo no podían demorarse más de un día en aquel lugar antes de partir hacia su próximo destino. Si alguna criatura paranormal habitaba en el bosque, sin dudas se manifestaría ante ellos. Habían recorrido gran parte de la Argentina y Matías siempre conseguía, por lo menos, redactar alguna pequeña nota que enviaba a la revista acompañada de las fotografías de su amigo.
—¿Escuchaste eso? —preguntó Rodrigo, al tiempo que llevaba las manos a su cámara de fotos.
Matías negó con la cabeza y agudizó el oído.
—¡Exacto! Ya no se escucha nada. Debemos estar cerca —explicó el regordete fotógrafo.
El periodista comprendió enseguida lo que su amigo quería decir. No entendía cómo no se había dado cuenta antes. Parecía que todos los sonidos típicos de la naturaleza hubieran desaparecido de golpe. Las aves ya no cantaban, el sonido del arroyo que los había acompañado gran parte del camino había desaparecido e incluso, los insectos habían optado por dejar de perseguirlos.
—¡Por ahí, detrás de los arbustos! —exclamó Matías y la insinuación de una sonrisa le curvó la comisura del labio.
No era más que una cueva en la ladera de la montaña, pero el silencio que se extendía a su alrededor y la forma en la que la vegetación se cerraba sobre la entrada, evitando el paso de los rayos del sol, le conferían un halo de misticismo. Los lugareños a los que había entrevistado en el pueblo se referían a ella como la "cueva de las brujas'' y le atribuían una gran cantidad de propiedades mágicas.
Una enredadera con espinas protegía la entrada y Matías se hizo daño cuando apartó las ramas para ingresar por la abertura en la roca. Se llevó el pulgar lastimado a los labios y sintió el sabor a óxido de su sangre.
El flash de la cámara, que no dejaba de capturar imágenes, ahuyentaba las sombras de la pequeña cueva. Parecía poco probable que hubiera brujas viviendo allí, pero los restos semicomidos de una rata en descomposición delataban que podía tratarse de la madriguera de algún animal, probablemente de un puma.
—Quiero filmar un poco. Quizás luego pueda recortar alguna imagen del video —dijo Rodrigo.
Conteniendo la respiración, el periodista encendió la linterna de su celular y recorrió con la mirada el hediondo habitáculo. Ya tenían las imágenes y no era prudente seguir en aquel sitio cuando regresara lo que fuera que viviera allí.
Antes de emprender el viaje de regreso, escucharon un sonido que cortó el silencio del bosque durante una fracción de segundo. Parecía un grito muy agudo o tal vez un angustioso silbido y, cuando cesó, el canto de los pájaros se reanudó.
Los jóvenes se miraron e hicieron una especie de acuerdo tácito para salir de ese lugar lo más rápido posible y comenzaron a correr. Estaban seguros de que aquel sonido no lo había realizado un animal y solo se sintieron seguros una vez que abandonaron los límites del bosque y llegaron a la ruta. Cuando entraron al auto ambos estaban sudados y jadeando.
—¿Qué habrá sido eso? —preguntó Matías, aunque sabía que su amigo no tenía la respuesta.
—No sé, pero quizás aparezca en la filmación —aventuró con la mirada fija en la pequeña pantalla de su cámara.
Matías se acercó un poco para poder ver el video. Al principio, no se apreciaba ninguna imagen extraña, pero su corazón pareció detenerse cuando los parlantes reprodujeron con un tinte metálico el silbido del ser que los había estado acechando.
—¡Eso parece la sombra de alguien o de algo! —exclamó Matías, sobresaltando a Rodrigo que pausó el video.
—¡Es verdad!, aunque, pensándolo bien... podría ser mi propia sombra —dijo el fotógrafo.
Las siguientes imágenes eran borrosas y solo permitían apreciar las piernas de Rodrigo corriendo por el terreno irregular.
Una vez que llegaron al humilde hotel en el que pasarían la noche, Matías realizó algunas búsquedas desde su computadora portátil conectada a su celular que le brindaba internet. Necesitaba más información sobre la criatura del bosque, pero la idea de regresar a la cueva de las brujas le erizaba la piel.
Estuvo a punto de compartir con Rodrigo el resultado que había encontrado en línea, pero se detuvo al ver que su compañero se había quedado dormido sobre la cama que aún se encontraba tendida. El muchacho roncaba abrazado a su cámara y había olvidado quitarse los zapatos.
Procuró no hacer ruido para no despertar a su compañero. Era tarde, pero Matías sabía que era mejor redactar las noticias cuando todavía estaban frescas en su memoria. Mientras escribía se regodeaba imaginando las felicitaciones que Viviana, la jefa de redacción, les daría y esperaba que su nota titulada "El guardián de la cueva de las brujas", ameritara cuanto menos una mención en los blogs de sus seguidores.
Unos cuantos blogs especializados se habían hecho eco de sus noticias y lo llamaban el "Periodista paranormal". Hubiera preferido que lo recordaran por su verdadero nombre, pero tampoco despreciaría el alias que sus fans le habían otorgado.
Matías bostezó y se prometió que escribiría, por lo menos, unas pocas líneas más antes de irse a la cama. Después de todo, la revista no había exactamente autorizado esa pequeña escala. Los habían enviado como corresponsales a cubrir un evento público en la provincia vecina. Partirían al alba y los esperaba un largo viaje. El presidente había prometido apadrinar al séptimo hijo varón de una familia de granjeros. Tenían que llegar antes que el jefe de Estado y quizás, si tenían un poco de suerte, podrían conseguir una primicia con un auténtico lobizón.
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Editado: 14.08.2022