Los aeropuertos son un puto desmadre.
Miro cruzar de un lado a otro con desesperación a las personas por los pasillos del aeropuerto. Incluso una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios cuando un niño tropieza y caer encima de la maleta del otro que va frente a él. Me llevo una mano a la boca, ocultando la carcajada que estaba a punto de brotarme de los labios. Agacho la mirada, mirando mi pasaporte mientras intento no reírme. Ni siquiera sé por qué motivo me causa risa las desgracias que le pasan a las otras personas, es más, me río de lo que a mí me sucede. Algunas personas dicen que es porque veo la vida como un juego, ¿pero no lo es en realidad? Tienes que combatir nivel a nivel hasta que logras llegar a la meta, hasta que consigues cumplir todos los propósitos y niveles del juego. Algunas personas se quedan estancadas a mitad del juego, pero las que siguen continúan en una lucha constante por subir a ese mástil como Mario Bros al finalizar cada nivel.
Así soy yo, así veo la vida yo.
Alzo la mirada al escuchar el llanto agudo de una niña de no más de cinco años que le está armando una tremenda rabieta a su madre a mitad de la sala principal. Miro hacia todos lados analizando las expresiones de disgusto de los ancianos, de malestar de los adultos, de irritación de los jóvenes y de confusión de los niños. Yo tengo toda una mezcla de ellas en mi expresión, mientras sigo con la mirada a la señora que toma en brazos a su hija y esta deja de llorar.
Me muerdo el labio inferior, aburrido, y conecto mis audífonos a mi teléfono. Al instante comienza a reproducirse mi lista de música y cierro los ojos un momento, reclinando la cabeza hacia atrás mientras inhalo y exhalo con tranquilidad por la nariz.
Si las películas y las series me habían enseñado algo, era que el primer viaje siempre es una gran experiencia por vivir. Todo sonrisas. Una falsedad que te oculta todos los sentimientos y emociones que experimentas por dentro. Una falsedad para mí porque no dejo de agitar la pierna contra el suelo por los nervios que me carcomen las entrañas.
No sabía si estaba haciendo lo correcto al haber echado en la primera maleta que encontré en la habitación de mis padres mi ropa interior, pero si de algo estaba seguro era que definitivamente necesitaba un cambio de aires. Necesitaba salir de ahí para saber quién soy, por qué estaba cansado de la presión social que ejercían mis amigos y mis padres contra mí, y por qué era que me sentía desubicado. Estaba cansado de que fuera el centro de atención de todo el mundo en mi colonia y en la preparatoria. Necesitaba… no, necesito estar en un lugar donde nadie me conoce, donde nadie sabe quién soy y qué he hecho, que no conozcan ni mi nombre. Donde pueda descubrir al fin por qué tengo el presentimiento de no vivir la vida que debería vivir.
Doy un respingo cuando alguien se sienta junto a mí y se tambalea la fila de asientos en donde estoy. Abro los ojos y trago saliva con dificultad, mirando de soslayo a la persona que se sentó junto a mí.
Era una anciana vestida con una falda enorme y una blusa demasiado ajustada. A pesar de ser mayor, por el atuendo que llevaba, juraría que ni siquiera había cruzado los cuarenta a no ser por su cabello cubierto de canas y las arrugas en su piel.
Me miró y sonrió.
—Hola —me saludó y le sonreí.
—Hola —murmuré con la voz ronca.
Se ajustó su bolso en el hombro y, con un movimiento de cabeza, se echó el cabello hacia atrás de los hombros.
—¿A dónde vas?
Fruncí el ceño y apreté los labios. Me encogí de hombros y miré mi pasaporte.
—No lo sé, ¿usted a dónde irá?
Me tendió su boleto de avión y leí lo que decía: Inglaterra.
La miré y sonrió.
—Genial, dicen que está muy hermoso…
—Lo es. Es la cuarta vez que voy, uno de mis hijos vive allá y voy de visita nuevamente —su sonrisa se extendió, elevando las comisuras de sus labios—. Entonces, ¿no tienes destino fijo? —Asentí—. ¿Eres mayor de edad? —Asentí nuevamente—. ¿Y qué haces aquí si no sabes adónde ir?
Me encogí de hombros.
—Necesito salir…
Se llevó una de sus delgadas y arrugadas manos a la cara, y se rascó debajo de los labios. El rojo intenso de sus uñas estaba esplendido. Tomó aire, lo suficiente como para que sus pulmones se llenasen por completo, y después lo expulsó en un fuerte suspiro.
—Te comprendo… Cuando tenía diecinueve años también quería irme y dejar todo atrás. Pero la única diferencia contigo es que yo sí tenía un lugar fijo adónde ir.
—¿Sí? —Asintió con una sonrisa—. ¿A dónde fue?
—Rumania.
—¿Por qué?
Tomando el cuello de su blusa, se cubrió la boca y tosió. Se aclaró la garganta después y se relamió los labios. Su labial no se difuminó.
—Porque estaba obsesionada con los vampiros y quería visitar el castillo de Drácula, donde ni siquiera vivió el mismo. —Un resoplido salió por su nariz—. Además de que tiene unos paisajes hermosos y siempre me pareció un país interesante por visitar.
No sonaba mal, de hecho, sonaba interesante. Me quedé unos minutos en silencio ensimismado en mi propio mundo, con la mente en blanco mirando fijamente el piso brilloso del aeropuerto. Una silueta extraña con forma de militar se reflejaba sobre el piso del aeropuerto, miré por debajo de mis pestañas poco a poco para comprobar qué era, y no había nada. De repente, una mano pasó por enfrente de mi rostro y parpadeé varias veces, volviéndome a la realidad.