Pero Te ConocÍ...

TRES

—¿Qué harás ahorita?

Miro a Emil por encima de mi hombro mientras termino de guardar mis cuadernos en la mochila. Me la pongo en el hombro y me giro para estar frente a él.

—Iba a hacer lo que hago saliendo…

—¿Tomar el sol? —Inquiere.

El rubor se inunda las mejillas y desvía su mirada a su mochila.

—Exactamente. ¿Por qué?

Se aclara la garganta, y sin mirarme dice:

—No, solo que no quería llegar a mi casa todavía. Mi hermano salió desde temprano y pues no va a estar fastidiando que es hora de irnos. Lo detesto al prost. —Sonrío al escucharlo decir una mala palabra.

Pero admito asintiendo con la cabeza que su hermano es un completo cabrón.

—Qué grosero, Emil —le reprendo con tono burlón y su rostro se tiñe por completo de un color rojo.

Resulta extraño, pero me gusta verlo así. Sus facciones se contraen y sus ojos delgados se cierran un poco más. Se muerde el labio nervioso y, sin saberlo, me muerdo el mío mientras miro sus labios.

—Yo… Este…

—Tranquilo, los dos sabemos que es un cabrón tu hermano —me río, camino hacia él y le rodeo los hombros con uno de mis brazos, atrayéndolo a mí.

Noto que se pone nervioso debajo de mí, o quizá solamente sean imaginaciones mías. Inconscientemente, acerco poco a poco mis labios a su oído, sintiendo su cabello hacerme cosquillas en la piel.

—¿Quieres venir conmigo? —Le susurro y su rubor aumenta más.

Trago saliva. Traga saliva.

—Está bien —dice en un susurro que apenas alcanzo a escuchar.

Me separo de él, quito mi brazo de sus hombros y me giro sobre mis talones comenzando a caminar hacia la puerta del aula sintiendo un cosquilleo recorrerme el brazo que tenía sobre él. Aprieto la mano, me ajusto la mochila en ambos brazos y apresuro el paso hacia el campo que está atrás del instituto.

Empujo la puerta principal, sintiéndolo detrás de mí con cada paso que doy, y respiro el aire fresco del día cuando mis pies tocan los escalones que descienden al sendero de pavimento. Solo por un segundo, sentir la cercanía de Emil me hizo sentir un poco extraño.

¿Qué demonios me pasaba?

Rodeamos el instituto hasta que, frente a nuestros ojos, divisamos el gran campo expandirse por el horizonte. La hierba alta se mecía de un lado a otro con el fresco aire del día, los rayos del sol lo iluminaban de un tono amarillento que me encantaba. El sol estaba en su punto alto, y gracias a la fresca brisa con la que amanecimos hoy, el calor casi no se sentía.

—Nunca había notado lo hermoso que se ve todo esto —comentó y sonreí.

—Al atardecer es más hermoso, te lo aseguro.

—Sí te creo —lo miré por encima del hombro: tenía los ojos entrecerrados a causa del sol, una mano encima de sus cejas para cubrirse los ojos del sol y una mueca extraña en los labios.

Le sonreí, me sonrió y volví la vista enfrente.

Le hice una seña con la cabeza para que me siguiera.

Caminamos entre la maleza, sintiendo por encima de los pantalones el césped rozándonos las piernas. Extendí las manos hacia abajo, sintiendo en las yemas de mis dedos las puntas de las plantas tocarme. Cuando llegamos a una distancia considerable donde el instituto parecía estar a kilómetros de distancia, me detuve en seco. Chocó contra mi espalda y sentí un cosquilleo en el estómago.

—Lo siento —murmuró y dio varios pasos hacia atrás.

Me giré sobre mis talones y lo miré de pies a cabeza.

—¿Por qué vienes seguido aquí?

Me encojo de hombros, quitándome la mochila.

—Me gusta capturar en mi mente esta imagen para después plasmarla en mis dibujos, ¿sabías que dibujo, no? —Asiente.

Dejé la mochila sobre el césped, me comencé a quitar la chaqueta y su ceño se frunció más, y sabía que no era por culpa del sol.

—¿Qué pasa? —Inquirí desatándome las agujetas de las botas cafés después de dejar la chaqueta en el césped.

—¿Nos vamos a desnudar?

—Sí. —Respondí, franco.

—¿Los dos?

Asentí.

—Bueno, si quieres… Yo sí lo haré.

Sin girarme, me quité la camiseta, el pantalón… todo. Me quedé desnudo frente a él, expuesto por completo. Su mirada me recorrió por completo y fruncí el ceño. Nunca nos habíamos desnudado uno frente al otro, jamás me había visto tal como soy y eso me estaba comenzando a poner nervioso. Su mirada se detuvo en mis ojos y su rostro volvió a ponerse rojo.

Sin decir nada, me giré sobre mis talones. Con el sol tocándome cada parte de mi anatomía, me recosté en el césped que se mecía con los soplidos del viento. Sentí pequeños piquetes cuando me recosté por completo, pero me relajé y pensé en otra cosa que no fuera mi alrededor. Cerré los ojos y me dejé llevar, me di el lujo de sentir el sol en mi piel y el aire envolverme como una manta. La respiración se me tranquilizó, cada músculo de mi piel se relajó y, de pronto, todo se volvió silencio.




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