Pétalos.

Capítulo 3.

Arthur se mantenía aburrido, cargaba su diario en manos, leyéndolo pausada y estudiosamente. Había estado solo y aburrido en casa todo el día, no sabía a dónde se había metido Michael y ya se había cansado de revisar todo lo que había en la casa. Cerró el libro de golpe con una mueca.

Había mentido a Michael —bueno, no mentir, se decía, sólo... ocultarlo— sobre no poder tocar nada. Ciertamente podía tocar y tomar lo que quisiera con sus manos, pero no podía sentirlo, no tenía tacto y, además, nadie quería ver cosas flotando por ahí. Quería que Michael confiara en él, así que lo hacía creer que era inofensivo.

Volvió a dejar el libro sobre el escritorio del rubio. Arthur nunca había conocido a nadie con el cabello tan platinado y la piel tan pálida, había estudiado a los albinos cuando estaba vivo pero sabía que Michael no era eso. Tenía el cabello blancuzco y los ojos color miel, era lo más extraño y atrayente que había visto. Él a veces sentía ansiedad sobre saber si su cabello seguía tan negro y sus ojos tan azules.

Ser un fantasma fue lo peor que le pudo haber pasado, no podía ver su reflejo. Él tenía una manía por su apariencia.

No había nadie en la casa, no había llegado Michael ni su madre en toda la tarde, sólo estaba su hermana mayor encerrada en su habitación, la cual Arthur ya había revisado minuciosamente.

Se acostó en la cama de Michael, ya era de noche y él no llegaba, ¿dónde se había metido todo el día? Tendría algunas explicaciones que dar cuando entrara por la puerta, no podía tener a Arthur aburrido todo el día, y ahora que había aceptado quedarse con su diario, deberían estar juntos. Para siempre.

Al rato Arthur percibió a Michael, escuchó la puerta de entrada y pasos apresurados y fuertes por las escaleras, luego hubo risas antes de que la puerta de la habitación se abriera y Michael entrara... con un acompañante.

Arthur frunció el ceño ante eso. Ambos chicos entraron al cuarto riéndose de quién sabe qué, Michael le dio una leve sonrisa a Arthur cuando lo vio, no dijo nada. El chico que entró con Michael era ligeramente conocido, tenía el cabello marrón y unos lentes.

Claro, dijo Arthur, es el de la foto, el amigo de Michael.

Ahora el mayor estaba de pie en la habitación, sus brazos cruzados y el ceño fruncido viendo como ese muchacho entraba y se sentara en la silla giratoria junto al escritorio, parecía tener mucha confianza. Michael estaba un poco incómodo.

Michael había estado fuera de casa todo el día, ya era fin de semana y no había salido con Chris en un tiempo. No se habían estado viendo mucho aparte de en la escuela así que pasaron todo el día juntos y fueron al cine, aprovechando que ambos eran unos nerds de Star Wars, fueron a ver un maratón. Luego decidieron quedarse un rato más en casa del menor.

No pensó que le molestaría a Arthur, ¿por qué habría de molestarle? Después de todo, estaban en su casa y Chris era su amigo, además así podrían conocerse Arthur y él. Pero ahora veía como él miraba de arriba abajo a Chris, de los más extrañado, y era un poco incómodo.

No podía pedirle a Arthur que saliera, ni podía echar a Chris. Así que sólo hablaría con él el tiempo que fuera y esperaría que Arthur dejara de incomodarlo mirándolo así o se fuera.

Michael estaba sentado en la cama, Chris en el escritorio y Arthur miraba todo desde un rincón de la habitación.

Chris y Michael era amigos desde siempre, desde que Michael se mudó ahí y no tenía otros niños con quienes jugar, excepto Chris. Los dos eran extremadamente unidos, siempre juntos desde que tenían memoria. Incluso recordaba cuando no iban a la misma escuela porque la de Chris era privada y la madre de Michael no podía pagarla, así que Chris le dijo a sus padres que se cambiaría a la pública con Michael, lo que no fue necesario pues Michael consiguió una beca. Y los dos no podían estar más felices después de eso.

Chris también resultaba ser la persona más alegre y sonriente que Michael pudiera conocer. Tenía el cabello oscuro, marrón y alborotado, y unos ojos verdes de los que se podría enamorar en un segundo, eran del color de las hojas en los árboles del bosque, y su cabello también le recordaba a los troncos de esos árboles. Todo eso sin contar la sonrisa de Chris, era... No podía explicarse todo lo que Michael sentía cuando veía a Chris.

Chris empezó a ver las cosas en el escritorio de Michael con curiosidad, hasta que se topó con el diario de Arthur, a lo que él miró a Michael lo más ceñudo posible, gritándole con los ojos que hiciera algo. El menor se sorprendió de recibir esa mirada, se sintió nervioso.

—Chris, ven, sientate aquí —llamó Michael.

Arthur abrió los ojos asombrado y volvió a colocarse ceñudo, Michael estaba invitando a ese muchacho a sentarse en su cama.

Chris dejó atrás todo lo que estaba viendo e hizo lo que su amigo pidió. Se quitó sus lentes en el proceso y rió.

—Te ves gracioso cuando me los quito —sonrió y los dejó sobre la mesa.

Michael rodó los ojos, siempre le decía eso. Él quedó sentado en posición de indio de un lado de la cama y Chris estiró sus piernas y pegó su espalda a la pared.

—¿Tus padres no están, um, molestos contigo? —Michael trató de sacar conversación viendo que ya hacía horas que era de noche.

—Me da igual —se encogió de hombros.

—Mi madre no me dejaría volver a salir si hago eso... Jamás —rió.

—Tienes suerte de que tu madre nunca esté, no estás obligado a pedirle permiso para todo.

—Pues si llegas a casa de madrugada y tu padre te dice que hueles a alcohol no respondes algo como "tú también" —Michael rodó los ojos.

—Él estaba tomando cerveza, no tenía derecho a regañarme —murmuró resentido.

—¿Qué pasó luego? No terminaste de contarme.

—Bueno... —se rascó la nuca—. Había bebido, pero estaba bien, él dijo que si no tenía nada que quisiera decirle y sacó una bolsa llena de cocaína.



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En el texto hay: fantasmas, amor lgbt, angst

Editado: 20.09.2020

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