Michael caminaba enojado y decidido la distancia que había entre la casa de Chris y la suya. Daba pisadas fuertes y trataba de no pensar en todo lo que acababa de pasar.
Dio gracias por no haberse topado con los padres del castaño cuando salió, hubiera sido tremendamente incómodo...
Más tarde podría recriminarse por todo lo que había ocurrido esa horrible noche... Ni siquiera quería pensarlo. En otro momento jamás le habría dicho algo como eso a Chris, nunca a su Chris... Menos si se veía tan alterado.
Odiaba eso, odiaba toda esa situación y odiaba que su Chris estuviera cayendo en las drogas, y sabía perfectamente quién era el culpable de eso.
No tenía tiempo de pensar, o llorar o siquiera imaginar lo que estaba por ocurrir. Estaba decidido, era todo lo que le importaba ahora.
No vaciló ni un momento cuando estuvo frente a su propia casa, sabía que seguramente Arthur lo iba a estar esperando y que no estaría nada feliz, pero no le importaba, no sentía miedo.
Entró y todo era un completo silencio. Agradeció también por no toparse con su madre o hermana.
El reloj marcaba pasada la medianoche cuando subió las escaleras igual de apresurado, alterado y furioso. Aún no era muy tarde, pensó, nada lo detendría.
Rara vez Michael se encontraba en ese estado: sin importarle nada, sin timidez, decidido... Nunca había experimentado el espantoso sentimiento que tenía en su pecho. Lo odiaba, quería que desapareciera, pero sabía cómo aprovechar esa euforia.
Abrió la puerta de su habitación, entró y cerró de un portazo. Ahí estaba Arthur, el Arthur aterrador, que tenía los ojos rojos y una expresión inquietante. Casi estaba flotando sobre el piso, sus puños apretados y su mirada cargada de ira, como si pudiera matar a alguien en ese momento.
El semblante del fantasma empeoró al verlo. Michael hubiera gemido del miedo en cualquier otro momento, pero esa mirada no le estaba causando nada. Arthur caminó rápidamente hacia él y no tardó en tomarlo del cuello, dificultándole la respiración y alzándolo levemente del suelo.
Michael hubiera estado aterrado, hubiera gritado del miedo y dolor que el mayor le estaba causando, hubiese temblado y llorado, pero sólo estaba sintiendo más enojo.
—¿¡Dónde mierda estabas!? —preguntó Arthur haciendo más duro su toque en el cuello del menor, casi asfixiándolo.
Michael frunció el ceño, estaba cansado de esa mierda. Se quitó las manos del pelinegro de encima y lo empujó lo más lejos que pudo. Nunca había hecho algo como eso, pero Arthur estaba tan enojado que ni siquiera podía estar sorprendido. Seguía tomando a Michael fuertemente, y él seguía tratando de zafarse.
—¿¡Dónde te metiste!? ¡Seguro estabas con ese...!
—¡Cállate, Arthur! ¡Suéltame! —le gritaba el rubio de vuelta.
Michael debía ser más rápido, sabía que en cualquier momento Arthur podría meterse a su mente, si es que ya no lo había hecho.
—¡Contéstame, Michael! ¿¡Cómo te atreves...!? —siguió.
Los gritos eran tan altos, tan enojados, que si alguien además de Michael lo pudiera escuchar, hubiera pensado lo peor de esa situación.
—¡Que te calles, Arthur, y que me sueltes! —volvió a interrumpirlo Michael—. ¿Quieres golpear a alguien?
Arthur se relajó ligeramente, seguía viéndose horriblemente enojado, pero suavizó —sólo un poco— su ceño.
—¿De qué carajo estás hablando?
—Un idiota —respondió Mikey—. Hay un idiota que realmente odio, y quiero darle una lección. ¿Me ayudas?
Michael no cambiaba su expresión, su ceño fruncido, sus puños cerrados y su enojo.
Arthur sí pareció confundido esta vez. Relajó totalmente su semblante y se quedó pensativo algunos segundos —que Michael también aprovechó para calmarse.
Finalmente, Arthur sonrió ladeado, una sonrisa casi malvada. Rió por un segundo y respondió.
—Por supuesto que quiero ayudarte, Mikey —contestó con dulzura fingida—. Pero más te vale que vayas pensando en lo que me dirás luego, que no se te olvide lo que hiciste.
Michael asintió tragando saliva. Dios, no quería enfrentarse a la ira de Arthur, no de nuevo. No sabía cuánto más podría soportar, pero estaba decidido.
El menor se apresuró en tomar el diario de Arthur, que descansaba sobre su escritorio, y esconderlo en sus pantalones. Así Arthur podría salir con él.
Ambos bajaron las escaleras y salieron de la casa. Arthur no terminaba de entender lo que estaba pasando, pero no rechazaría un poco de diversión.
La casa de Jesse no quedaba tan lejos, y era ahí donde irían.
Las calles estaban frías y desoladas, sólo algunas lámparas alumbraban la desierta calle. Las luces de las casas permanecían apagadas mientras ellos andaban por ahí.
Michael nunca estaba en la calle tan tarde, siempre le daban miedo las calles oscuras. Estaba empezando a acobardarse, pero no pensaba en eso.
Algunas calles más abajo y ya podía ver perfectamente la de Jesse. Rara vez había ido a una que otra fiesta a la que Chris lo había obligado a ir.
Odiaba a Jesse, lo podía decir con seguridad ahora.
Volvió a tragar saliva cuando se vio sólo a unos metros de la casa. Podía ver a Jesse ahí, la luz de su habitación estaba encendida y podía ver la silueta del mayor fuera de la casa, sentado en la acera fumando un cigarrillo.
—¿Qué vamos a hacer? —habló Arthur sacándolo de sus pensamientos.
Michael volvió a tragar saliva, volvió a acobardarse... Pero no, debía hacerlo.
—¿Ves a ese fumando? —Arthur asintió—. Bien, voy a distraerlo, tú entra a su habitación y hazle lo mismo que le hiciste a la de Chris... Pero peor.
Arthur rió y sonrió ladeado, con sorna.
—Bien, ¿y cómo se supone que sabré cuál es su habitación? —siguió riendo el mayor.
Michael rodó los ojos.
—¿Cómo supiste cuál era la de Chris? —frunció el ceño.
Arthur se permitió reír más fuerte. En cualquier otro momento se hubiera enojado bastante; sabía a dónde iba esa situación y no le gustaba para nada, y, sinceramente, estaba empezando a enojarse mucho con Michael también. Pero haría lo que él dijera, le interesaba ver el resultado.