Michael caminaba apresurado, con lágrimas amenazando con salir de sus ojos, hacia el baño de chicos de la escuela.
Estaba siendo un día bastante malo para él, para empezar: estaba tan adolorido por la paliza que Arthur le había dado la noche anterior que ni siquiera podía moverse con normalidad. No habría asistido a la escuela ese día de no haber sido por los nudillos de su madre tocando la puerta de su habitación en la mañana, tras un "se te hace tarde" por parte de ella.
Todo fue inmensa pena y sufrimiento desde el momento que abrió sus ojos. Incluso esa pequeña acción fue dolorosa para él; sus ojos y mejillas dolían por tantas lágrimas —además de los golpes en su rostro—. Los moretones ya estaban formados por completo cuando vio su cuerpo, estaban en todas partes, y todo le dolía.
No recordaba haberse dormido, pero despertó arropado y acomodado en su cama. Arthur estaba recostado sobre la puerta del armario, mirándolo fijamente, con la misma expresión sombría que tenía desde el día anterior. Sus ojos seguían rojos, era... simplemente aterrador.
Michael sintió taquicardia una vez lo vio, quiso llorar otra vez, pero sólo se levantó de la cama —cojeando y quejándose— y se dispuso a ir rápido al baño y largarse a la escuela, al menos ahí estaría lejos de Arthur... pero cerca de Chris.
Su plan no fue del todo bien, una vez se hubo levantado, Arthur también lo hizo. El mayor comenzó a acercarse a él, su expresión era calmada, pero no dejaba de ser inquietante; Michael retrocedió con miedo, ¿Arthur iba a golpearlo más? El pequeño temblaba, pero no fue agredido, Arthur sólo rozó su rostro con sus dedos, acariciando sus marcas de llanto y las bolsas moradas debajo de sus ojos, incluso se atrevió a besar su frente y darle un extraño e incómodo abrazo, todo eso sin decir ni una palabra.
Michael se separó en completo silencio y salió de ahí lo más rápido posible. En cuanto cerró con llave la puerta del baño, se permitió llorar un poco en silencio, y siguió así hasta que salió de la ducha. Ni siquiera quería mirar su cuerpo en el espejo, era horrible, tenía moretones desde su cuello hasta sus brazos, su abdomen, sus muñecas y sus piernas. Era un desastre.
No quería ir a la escuela, no quería, no quería ver a nadie, escuchar a nadie... menos con un rostro y cuerpo tan demacrado. Pero tampoco quería quedarse en casa...
Cuando volvió a su habitación vio su uniforme ya arreglado sobre la cama, su mochila hecha y Arthur estaba sentado en su silla giratoria, inexpresivo.
Se vistió en silencio, con manos temblorosas y ganas de desplomarse, y trató de arreglar su desastroso cabello. Se sentía tan inseguro e indefenso que, sobre su uniforme, se colocó un enorme suéter negro que lo cubría mejor. El suéter era de Chris.
Salió de la casa bastante apresurado, evitando que su madre o hermana lo vieran, evitando el desayuno, por lo que estaba muriendo de hambre en el momento que entró al baño de la escuela a llorar.
El día había sido muy pesado, sentía las miradas de todos, viéndolo y juzgándolo. Se sentía horrible. Más de un maestro ya le había preguntado si se sentía bien, a lo que sólo asentía débilmente con la cabeza.
Estaba bien, podía soportar todo eso, la lástima, los ojos sobre él... Con lo que no podía lidiar era el dolor insoportable que tenía en su cuerpo, y la penetrante mirada de Christopher, la cual sentía directo en su nuca, ya que, desafortunadamente, compartían casi todas sus clases.
El chico no le había dirigido la palabra al otro en todo el día, lo estaba evitando a toda costa. Chris, mientras tanto, perseguía al menor con la mirada todo el tiempo, mas no le había hablado en todo el día.
Aún faltaban unas cuantas horas para poder irse a casa, pero Michael ya no lo soportaba. Tuvo que salir de su salón casi corriendo porque le dolía incluso sentarse en un pupitre, era tan humillante...
Se sintió liberado en cuanto entró al lugar, estaba completamente despejado, lo que significaba que podría estar sólo ahí por bastante tiempo... o eso creía él.
No tardó en limpiar las lágrimas en sus mejillas y en sollozar fuertemente. Su cabeza dolía horrores y todo lo que quería era gritar y apretar sus puños hasta que las palmas de sus manos sangraran.
Pudo disfrutar de algunos segundos de paz y tranquilidad, antes de que vinieran los problemas:
—Michael —era Chris.
El rubio se paralizó sólo con escuchar su voz, estaba ahí, parado, viéndolo... Se veía tan desgraciado como Michael, con ojeras, marcas de llanto y el cabello despeinado a más no poder; además de la enfermiza palidez con la que ambos contaban.
Michael limpió ágilmente sus lágrimas y se dio la vuelta para no verlo.
—Vete.
—No, tienes que explicarme ahora mismo qué es lo que tienes —exigió ceñudo.
—Largo... —pronunció Michael, aún limpiaba sus grandes y necias lágrimas, no dejaban de salir en contra de su voluntad.
—Michael, ¿qué carajo está pasando? Tienes que decirme.
—¡Nada! —lo encaró Mikey con enojo—. ¡Ya déjame solo!
—¡No puedo dejarte solo! ¡No entiendo qué es lo que te pasa! ¡No entiendo nada, tienes que decirme! —gritaba el mayor también con sus ojos llenos de lágrimas.
Michael también estaba al borde de las lágrimas, su pecho le dolía... Y el de Christopher también, horriblemente. No soportaba estar así, y mucho menos ver a su Michael así, con sus ojos rojos y llorosos, al igual que su nariz y sus hinchados labios. Casi se sintió mal por pensar en lo caliente que se veía.
Sin pensarlo dos veces, el de ojos verdes no tardó en ir hacia el menor —quien no reaccionó muy bien, alertándose ante la proximidad del chico que amaba, no porque le diera miedo, sino porque, desde la paliza de anoche, todo lo tenía alerta— y pegar sus labios con los de él.
Todo pasó muy rápido, ninguno de los dos podía siquiera explicarlo. Para cuando Michael se dio cuenta, estaba besándose fogosamente con Christopher en el baño de la escuela. El mayor sostenía con fuerza sus hombros, evitando que pudiera alejarse, sus labios eran muy fuertes contra los del pequeño, y se sentía tan bien que casi dolía.