Esmeralda
Los días habían pasado de forma rápida, entre salidas con Iker, el restaurante, las chicas en la universidad y uno que otro problema, enero se había pasado casi volando. Estábamos entrando en febrero, y una publicación en una revista nos traía algo nerviosas. Cuando damos entrevistas, siempre es lo mismo, uno nunca sabe cómo saldrán. Puede ser buena y ventajosa o, contrario a eso, puede ser crítica y hundirnos.
Habíamos estado despiertas desde las cinco de la mañana, recibiendo proveedores, revisando el cambio de guardias, recibiendo a los primeros empleados, y ni así el tiempo pasaba rápido. Las horas se nos habían hecho eternas. Pronto fueron las 8 am, y Vodka se fue a comprar la revista.
"Un lugar modesto, en una de las zonas más concurridas de nuestra ciudad, cuya fachada ofrece la idea de que, efectivamente, estamos ante un exclusivo restaurante. En todos los sentidos".
Escuchaba a Zafiro leer la crítica, y me relajé. Habíamos pasado dos días estresadas por eso, y creo que era el momento justo de dormir. Rubí y Zafiro se fueron a la universidad, mientras que Diamante se quedó hasta mediodía en el restaurante.
– ¿Qué harás? – me preguntó cuando estábamos en el estacionamiento.
– Me voy a ver con Rubí en la cafetería de su universidad – asintió – dijo que podíamos tomar un café.
– No tenemos reservaciones desde el domingo al miércoles que viene, ¿qué te parece si esos días cerramos? – asentí, me gustaba la idea. La escuché suspirar y al final me acomodé frente a mi carro y pregunté.
– ¿Dónde vas? – se me quedó viendo.
– Guardias nuevos – esas dos palabras, solté el aire.
– ¿Te acompaño? – sonrió y asintió.
Las dos nos subimos al carro de ella, mientras yo llamaba a Rubí avisándole que llegaría a nuestro café más tarde o que por la noche conversábamos. Ella prefirió la noche, y sin más, nos fuimos hasta el Bronx, necesitábamos algunas armas en específico, y qué mejor lugar que este.
Este lugar era como un barrio bajo en México, pero internacional. Había librerías colombianas, boutiques brasileñas, manicuristas de todos los países, y reinaba el español latinoamericano. Me sentía como en casa. Caminamos un par de calles y pronto llegamos al callejón tres, le decían de esa forma, ya que en un muro estaba escrito el número tres muy colorido.
Entramos en el bar de mala muerte, y un hombre se nos quedó viendo. Por suerte, el dueño, un hombre que se hacía llamar Santiago, nos vio y enseguida nos saludó, haciéndonos pasar directo hasta la parte de atrás donde tenía todo lo que nosotros buscábamos: electrochoque, armas y alguna que otra arma maravilla.
– Señoritas – dijo llamando nuestra atención – aquí está lo que buscaban – mostró un set de pistolas y electrochoque – pueden probar si quieren – una sonrisa se dibujó en mi rostro, y le pedí un arma, una de las más pesadas.
Nos hizo pasar al lugar que tenía adecuado para poder disparar, y allí nos pasamos un par de minutos apuntando, disparando y probando algunas armas. Hacía tiempo que no nos dábamos el tiempo de hacerlo, y Diamante se veía que lo disfrutaba, era su manera de desestresarse. Eso de pasar el tiempo en casa o pendiente de nosotras le pasaba factura.
– ¿Estás bien? – le pregunté a mi amiga, y asintió.
– Solo es un bache en mi camino – dijo y luego volvió a disparar – tú, ¿estás bien? ¿Cómo va la relación que se traen con tu Romeo? – preguntó.
– Todo bien, tenemos nuestras mañas. Él tiene una acosadora – reí – aún hay cosas que debemos hablar, pero por lo pronto estamos bien – apunté y disparé mi arma – esta me gusta, liviana, pequeña.
– De bolsillo – las dos nos carcajeamos.
Pagamos las cosas que nos llevábamos, cargamos el carro y nos fuimos al apartamento. Esa tarde decidí quedarme en casa, cociné para las chicas, y esa noche todas cenamos juntas, hablamos, tratamos de calmar a Rubí. No había tenido días cómodos, su último semestre de carrera era de pasantías, y le había tocado la pasantía en la empresa de uno de sus profesores.
Zafiro se estaba preparando para el concierto que el conservatorio de NY impartía para el día de San Valentín, mientras que Diamante estaba algo misteriosa. Era evidente que algo la molestaba. Me quedé lavando los trastos una vez que la comida terminó. Mi móvil comenzó a sonar minutos después, y fue Vodka quien me relevó y terminó de asear la cocina.
– ¿Qué haces? – preguntó Iker, del otro lado de la línea.
– Acabamos de terminar de comer, hoy nos vinimos a casa temprano, no es una temporada muy buena – recordé a mis amigas - ¿y tú?
– Nada, terminé ahora poco en la oficina. Pienso en ir a comer con Verona, muchas juntas – no me imagino lo que es trabajar en una oficina - ¿dormirás?
– Eso creo ¿Por qué? – me gusta cuando es espontáneo.
– ¿Paso por ti? – preguntó, y me puse de pie enseguida.
– Está bien – sonreí mientras tomaba mi cartera y buscaba una chaqueta – avísame cuando esté abajo, para poder bajar, ¿ok? –
– Estoy aquí – mordí mi labio y colgué la llamada mientras iba a la habitación de Dia a avisarle que saldría.
Bajé casi corriendo, era tarde y hacía frío, pero necesitaba esto. Habíamos estado bajo mucha presión desde hace un par de días, él por su negocio y yo por la nota que hicieron para el restaurante.
El elevador sonó, avisando que llegaba al primer piso. Salí rápidamente y me despedí del portero. Apenas la puerta se cerró, lo vi de pie junto a su carro con un enorme ramo de flores en sus manos. Me encantaba, me apresuré a llegar junto a él mientras este me recibió entre sus brazos de inmediato.
Un beso necesitado nació entre nosotros. Sus brazos cubrieron mi pequeño cuerpo, y un escalofrío subió por mi espalda. Eso era todo lo que necesitaba. Entramos en su carro y tomamos rumbo a la que había sido nuestra guarida en lo que llevábamos de relación.