Piedras Preciosas - Volumen I

Capítulo XXXVI: Verdades que Duelen.

Íker Denaro

Una semana, una maldita semana llevaba en Italia, y no había día que no despertara con resaca. Estaba cansado, me sentía agotado. Los viajes, las reuniones, la situación en casa no me habían hecho bien y la presión de los abogados me estaba sobrepasando. Mi padre había partido a Europa, mi hermano se había quedado en Nueva York, mientras mi primo viajó a Rusia. Él quería ver qué tan quebrado estaba nuestro lazo con Víctor y su familia.

Verona se quedó en Italia, en la casa familiar, a la que había evitado ir por algunos días. Ella compartía la opinión de Esmeralda y no quería ser juzgada en estos momentos.

— Esmeralda, ¿dónde estarás, hechicera mía? — Volvía a pensar en ella y mi cabeza quería perderse en ella nuevamente.

Me levanté y me di una ducha con agua fría, bajé en busca de algo para comer. Estaba en mi apartamento, pero tan pronto como entré a la cocina, me di cuenta de que no estaba solo. Verona estaba dentro. 

– ¿Café? – ofreció y yo asentí. Nos quedamos en silencio y así fue como preparamos el desayuno para los dos. Ella trataba de preguntar cualquier cosa, pero al ordenar mi cocina se podía dar cuenta de cuánto bebí en estos días.

Decidí hablar cuando me vio alejarme. Me pidió que saliéramos a la terraza y así pudiéramos hablar. Acepté, debía hacerlo en algún momento. Nos acomodamos en el balcón y allí comenzamos hablando de trivialidades, de cómo iban los negocios y cómo estaba el tiempo en Sicilia.

– Tengo una pregunta y tengo que contarte algo – se me quedó contemplando. – ¿Cuál quieres primero? – terminó por preguntar. 

– La pregunta – elegí. 

– ¿Has sabido algo de Esmeralda? – negué con la cabeza. 

– Sé que salió de Estados Unidos, con rumbo a México, nada más – fue lo último que supe y luego nada más – no quise saber más, me hacía mal cada que leía su nombre en algún informe.

– Pero no saber de ella tampoco te hace bien – asentí, era la verdad, la incertidumbre era mala consejera. 

– ¿Qué debes contarme? – la observé enderezar la postura y soltar. – Milenka llegó esta mañana a la casa, exigiendo verte, creo que su padre la corrió de su casa – escupí mi café y lo regué por toda mi camisa. 

Me levanté de golpe y busqué mi móvil. Verona me siguió los pasos y me sugirió que llamara a Víctor mientras ella hablaba con mi padre. Pronto nos pudimos comunicar con los dos, por mí parte Víctor me dijo que su hija no entendía razones, que estaba perdida en su obsesión disfrazada de amor y que él no lo aceptaría. Ahora estaba en mis manos si la aceptaba o la dejaba a su suerte. Mi padre dijo lo mismo. Ellos seguirán tal cual, Franko estaba volviendo a Nueva York en estos momentos, ya que mi padre había solucionado el problema en Rusia.

Por una parte, me sentía tranquilo, nuestros negocios no bajarían, por lo que la presión de los abogados dejaría de ahogarme. Pero, por otro lado, ¿qué haría con Milenka? La idea de tener un hijo con ella ya me pesaba, y ahora tener que mantenerla a cuestas, por lo menos hasta que su embarazo termine, solté un suspiro y mi tía me sugirió que hablara con ella. No es que tuviera mucha opción, me cambié de ropa y tomé algunas de mis cosas del apartamento. Decidí irme enseguida a la viña, allí estaba ella.

Apenas me vio se lanzó a mis brazos, sollozó por algunos minutos y Verona volteó los ojos para luego dejarnos solos. La llevé hasta el despacho de mi padre y allí hablé con ella.

– Debemos hablar – dije y Milenka se alejó enseguida. 

– Sé que no estás contento conmigo porque fui donde esa mujercita a contarle sobre nuestro hijo – cerré los ojos. Quería evitar gritarle o tratarla mal, pero ella no me estaba colaborando. – ¡Entiéndeme! Ella se estaba entrometiendo en nuestra familia – trató de acercarse a mí de nuevo y yo la evité. 

– Haber Milenka, aquí no existe un "nuestra familia", aquí somos tú, yo y un bebé. Que sea o no sea mi hijo, no cambiará la relación entre nosotros dos. – Los sollozos comenzaron nuevamente. – Eso lo debes entender, desde ahora hasta que nazca el bebé, te quedarás con mi familia. Luego de eso, haremos una prueba verídica de paternidad, no la que falsificaste tú – abrió los ojos como platos. Yo no podía dejar pasar este momento para hacérselo saber. – Tendrás que adecuarte a estar aquí. Se te arreglará una habitación.

– No puedo creer que pongas en duda mi palabra – siguió llorando. – Sin embargo, llegará el momento en el que te tragues tus palabras – se tocó el vientre y salió del despacho.

Solté un suspiro y me senté en uno de los sofás. Cualquier ápice de pena o lástima que haya sentido por esa mujer en este momento se me había ido. Sabía muy bien que ella había sido quien le contó a Esmeralda sobre su embarazo, pero nunca pensé que no me negaría lo que hizo con esa prueba de paternidad. Es que ni siquiera trata de excusarse, porque eso de la familia que formaremos, no me lo creo.

El resto de la tarde pasó entre negocios, alguna que otra junta y un incómodo almuerzo. Verona y Milenka no se soportaban y ninguna de las dos hacía algún esfuerzo. Me quedé tranquilo cuando la rubia aceptó dormir en una de las habitaciones de invitados. De todas formas, esa noche planeaba dedicarme a leer algunos reportes, ya que teníamos socios importantes demandando más cargamento.

Me encerré en el despacho una vez que la cena terminó, hice algunas llamadas y, cuando mis ojos ya no podían más, me dejé caer en el sillón que había allí. Tenía muchas cosas en mi mente; el día no había ayudado a relajarme, pero me había comprometido con mi tía a no seguir bebiendo, eso no me haría nada bien; era peor.

Dormí por algunos minutos hasta que sentí unas cálidas manos en mi pecho. – Esmeralda – dije sin pensar; sin embargo, enseguida abrí los ojos, encontrándome con Milenka sobre mí, únicamente en ropa interior, dejando besos desde mi mejilla hasta mi cuello.



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En el texto hay: mafia, matrimonio, diferenciadeedad

Editado: 05.03.2024

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