Iker Denaro
Mis ojos se cristalizaron cuando mi secretaria me entregó aquel sobre. Ella solo había firmado; no habíamos hablado hace varios días, su móvil estaba apagado y mis mensajes no llegaban. Me había cansado de llamarle, la había buscado en el restaurante, donde nadie me pudo decir a dónde había ido. Lo mejor que saqué fue que les había dicho a las chicas que se tomaría un par de días, pero ya iban varios.
Luego me enteré de que había salido del país, específicamente a México. Pensé en contactar a Rogelio, pero no sabía cómo me respondería el hombre. Solté un suspiro y me dejé caer sobre mi silla; no tenía cabeza para trabajar. En casa las cosas iban bien, pero no tenía ánimos para ver a Milenka; ella solo lograba alterarme. Por otro lado, tampoco quería ir a nuestra casa; la soledad me abrumaba y allí solo había recuerdos de mi pequeña hechicera junto a mí.
Me senté en mi carro y me di un momento; la verdad es que estaba cansado, harto. La convivencia en casa era agotadora, algo agobiante. Pero hoy no podía flaquear; debía erguir la espalda e ir por Milenka. Esa tarde teníamos cita con el médico; ella debía someterse a una terapia. Pero en estos momentos, dudo mucho que ella acepte hacerlo. Debía ser positivo; esto debía hacerlo por nuestro hijo.
Aunque me frustraba aún no poder hacer el examen de ADN, aceptaba que su comportamiento poco a poco había ido cambiando, mejorado un poco, no del todo. Aún estaban esos celos que le enervan la paciencia. Aunque últimamente me preocupaba más la relación con mi esposa que con la madre de mi hijo. Solté un suspiro; qué situación más complicada.
Apenas llegué al apartamento, sentí cómo todo estaba en silencio. Subí hasta la habitación de Milenka y vi que la puerta estaba abierta. Escuché unas voces chillonas; ella estaba con algunas modelos que rondaban su círculo de amigas. Aunque esas víboras no sabían el significado de esa palabra, todas se me quedaron viendo cuando entré al lugar. Ellas bebían café o té, con algunos dulces; podía apostar que la mesa la había preparado nana Sarah.
– Buenas tardes – dije y ella respondió a coro – Milenka, pensé que estarías lista, debemos estar en – observé mi reloj – cuarenta minutos en la consulta del doctor. Ella se puso de pie y caminó hasta mí, tomó mi mano y se me quedó viendo.
– Pensé que, como mis amigas vinieron, podríamos dejar la cita para otro día – respiré profundo – estamos bien; qué más podría decirme un médico. Ella trató de besarme y la esquivé en cosa de segundos.
– Toma un abrigo, tu bolso, y te espero en el recibidor – ella abrió los ojos como platos – a mí me valen las apariencias, no vivo de ellas; no te estoy pidiendo un favor, quiero saber cómo está mi hijo. Sus ojos se cristalizaron. Si es que es verdaderamente mi hijo. Enseguida su expresión cambió; solté su agarre y salí por la puerta.
Esperé diez minutos en el recibidor; cuando no bajaba, ordené a mis hombres que sacaran a las modelos de la habitación y prepararan uno de los carros grandes. Subí apenas vi que las mujeres bajaban; Milenka estaba molesta, tiraba todo lo que había a su alrededor y yo solo la esquivé y tomé sus manos, apenas llegué a donde estaba.
– DETENTE – dije y ella se quedó viéndome – no tengo paciencia para ti; eres una mujer burda, sin clase y, por más, que te vistas de marcas y vivas, llena de lujos, sin un poco de tino. Como no entiendes que lo que hago es por tu bien. A ella se le cristalizaron los ojos – esta es la última vez que aguanto una escena como esta. La próxima vez te encerraré en una clínica de salud mental hasta que ese niño nazca, pueda hacerle la prueba de paternidad, y depende de eso ver qué hago contigo. Pero – me dolía el estómago ser de esta forma, pero ya no me quedaba otra – no quiero a una persona como tú en mi círculo cercano. Solté sus manos y ella se dejó caer en el suelo.
– No puedes hacerme eso – susurró – nosotros vamos a ser padres; vamos a formar una familia – titubeó - ¿Por qué eres de esa forma conmigo? ¿Por qué te molesta tanto que vengan mis amigas? …
– Me molesta que me quieras ver la cara – la enfrenté – ¿crees que no me doy cuenta? ¿Crees que no sé lo que quieres hacer? Llevo un par de días tratando de que vayas al doctor. Me asombra que una mujer como tú no haya tenido cita médica; bueno, solo una ¿NO? – Hice que bajara las escaleras y la llevé hasta mi despacho, donde tenía los documentos que le dejó a Esmeralda – en donde te dieron los documentos que le dejaste a la que era mi mujer. – eso fue todo; ahora tenía a una histérica llorando, culpándome por no amarla.
La tarde fue complicada; Milenka logró lo que ella quería. Finalmente, perdimos la hora médica y mis manos quedaron atadas por una semana más, ya que el doctor solo tenía horas libres desde el miércoles que venía en adelante. No sabía qué hacer; estaba cansado, frustrado, con ganas de ver a Esmeralda, pero ella tampoco se había comunicado conmigo.
Por la noche recibí diferentes llamadas; en la mayoría me aconsejaban paciencia, que le diera tiempo, pero era lo menos que quería hacer. Necesitaba desesperadamente salir de esto, saber si de verdad sería padre, aunque todo apuntaba a que no.
Esa noche no quise salir de mi despacho; de todas maneras, solo una pared me separaba de mi habitación y Nana Sarah se había encargado de mantener comida y bien surtido mi frigobar. Más allá de no tener licores a la vista, no puedo negar que hicimos una buena elección con el personal.
– Hicimos – la palabra me traía recuerdos. Solté un suspiro, y no podía negar que me estaba muriendo por un beso de esos labios que me han hecho su maldito peón.
Mi cabeza iba de un lado a otro; quería saber de ella, necesitaba hacerlo. Ya era tarde y no quería molestar a nadie, así que decidí irme a la cama. Al siguiente día volvería a buscarla. Sabía que en el restaurante podrían saber sobre su paradero. No me daría por vencido tan fácilmente; ese no era mi estilo. Que ella haya firmado esos papeles sin decirme nada había dejado un vacío en mi pecho. Yo la amaba, no quería perderla, pero era la única manera que había encontrado de poder saber si sería realmente padre. Pero cada vez esa duda se despejaba más.