A pesar de sólo haber cuatro kilómetros de distancia entre la casa de Kim y la mía, era necesario pasar por dos puntos de control. En cada uno debía mostrar mi cédula para pasar y tomar el bus. Era un fastidio, pero el gobierno insistía en que esos puntos de control eran necesarios para identificar y detener a los criminales y a los inmigrantes ilegales. Sólo así se podía conservar a Bucaramanga como una de las ciudades más seguras de América Latina.
No obstante, seguía habiendo uno que otro robo, por lo cual puse especial cuidado en la caja que contenía mi Fronesis Link.
Después de descender en el segundo punto de control me reuní con mi papá que me esperaba en la acera de en frente.
—¿Qué le regaló su amiga, mija?
Abrí la caja para que mi papá viera el navegador onírico.
—¡Cómo le dio semejante regalo! No, mija, esto no se lo vamos a poder agradecer.
Aunque mi papá se ofreció a cargar la caja, no lo dejé, me daba pena hacerlo cargar cosas cuando sólo tenía una mano útil. ¿Qué le había pasado? Un muro le había aplastado la mano mientras trabajaba como albañil. Los médicos lograron salvarle la mano, pero le quedó paralizada, con el meñique y el anular contraído, de modo que mi papá se la pasaba diciendo que «podía dar bendiciones como el Papa». Los malnacidos a cargo de la obra sólo nos dieron una indemnización que no nos alcanzó para nada. Después de ese evento nadie contrataba a mi papá, ergo las finanzas de la casa se fueron hacia abajo, ergo tuve que salirme de la universidad y ponerme a trabajar como cajera.
Vivíamos en un barrio de la periferia, donde vivían familias de todos los departamentos de Colombia que se habían mudado a Bucaramanga en busca de oportunidades. Mis padres y yo éramos de Cúcuta, pero nos fuimos cuando yo tenía dos años después de que la ciudad colapsara a causa del crimen y el flujo de inmigrantes.
Cuando llegamos a la casa, papá tomó su caja de herramientas y salió a hacer una reparación eléctrica en una casa cercana. Algunas personas del barrio le encargaban pequeños arreglos con tal de apoyarlo.
Mi mamá a esa hora estaba trabajando y Joaquín, mi hermano menor, estaba en el comedor realizando sus tareas.
—¿Ahora que vaina te regaló la Kim?
Dejé la caja en el comedor para que él lo descubriera.
—¡Dile que te regale un auto, mejor! —exclamó al ver lo que contenía la caja—. ¿Acaso enloqueció?
—Se compró uno nuevo. Mejor que me lo diera a mí antes de tirarlo, ¿no?
Se puso a examinarlo mientras yo me dirigía a la cocina por un vaso con agua.
—¡Guau! Es un Quartz del año 2044.
—¿Un qué?
—Es el colmo. Te acaban de regalar un Fronesis Link y ni siquiera lo revisaste. Míralo bien, es un modelo Quartz de la marca Oneiros Tech —señaló mientras me acercaba, casi restregándome el módulo en la cara—. Se supone que esa marca es la que inventó los navegadores oníricos. Es la mejor, al nivel de Valve y Microsoft.
—¿Cómo sabes eso? —pregunté, quitándoselo de las manos.
—Todo mundo lo sabe, hermana —contestó, condescendiente—. Más te vale seguir siendo amiga de Kim, se me hace que ella será quien nos saque de pobres —bromeó—. Oye, ¿y si le echo los perros para que se haga mi novia y me caso con ella?
—No seas bobo, Joaquín.
Con el Fronesis Link en mis manos me dirigí a mi cuarto.
—Ey, espera, a mamá no le va a hacer mucha gracia, según ella, ahorita sólo deberías estar trabajando y estudiando para regresar a la universidad.
—Necesito distraerme, hermano.
—Lo sé, nada más no te vayas a enviciar.
—Ya vas a empezar —mascullé, recargándome en la pared y mirando hacia el techo.
—Sólo ten cuidado o luego te vas a volver una adicta en cama usando pañal para poder estar conectada veinte horas al día.
—No exageres. Mejor concéntrate en tu tarea.
Ya en mi habitación encendí mi laptop y entré al portal de Dromen en internet, mismo que servía para diseñar avatares y entornos. Primero me registré, adjuntando un correo electrónico y una identificación oficial que avalara mi identidad.
La membresía costaba unos cien pesos al mes, lo mismo que una bolsa de papas fritas. Era un lujo que me podía conceder.
Al escoger mi nombre de usuaria me demoré una media hora hasta recordar a Desirée, la protagonista de una novela que escribí durante la adolescencia, una aldeana oprimida que aprovecha la revolución en su reino para volverse una espía y traficar información de ambos bandos, adquiriendo dinero y poder.
«Desirée», ese sería mi pseudónimo.
En el portal de internet de Dromen había una sección con un enorme mapa con decenas de miles de mundos creados. La plataforma llevaba poco más de una década existiendo y contaba con más de treinta millones de usuarios.
Descubrí que Dromen se dividía en dieciséis grandes servidores, uno para cada idioma. El servidor de habla hispana era el segundo más grande con siete millones de usuarios.