Casi sin mediar palabra y como si sus cuerpos fueran inflamables se prendieron el uno en el otro. La ropa se volvió cenizas en el primer beso, apenas un roce de sus labios y bajaron al mismo infierno.
Sentían el calor en la punta de los dedos, sus caricias quemaban. No sé detuvieron, llevaban esperando ese encuentro una eternidad, venían de otras vidas, de buscarse en otros cuerpos, de negarse el uno al otro. Llegaron desesperados a cumplir con su contrato, un contrato de almas que habían firmado sin saber que esa era su mayor condena, desearse por encima de todo y vivir eternamente a medias.
Eran dos animales heridos que purgaban sus pecados en cada embestida, cada gemido era un credo. Su sexo entre las manos le daba el poder de hacerle llegar al paraíso en cuestión de minutos. Él la miraba temblando de placer mientras con sus dedos la hacía estremecer al dar con el punto exacto de la felicidad.
Solo duró unos minutos pero aquel encuentro les bastó para reconocerse y admitir al fin, que estaban hechos el uno, a la medida del otro.
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Editado: 25.11.2023