Los angeles le pidieron un alegato a su favor, algo que les hiciera cambiar de opinión, algo que acreditase de que era digna para cruzar aquellas murallas. Esperaban que asumiese la culpa, arrepentimiento, tal vez, penitencia.
Ella alzó la mirada, sin temor les sonrió y les extendió una carta de su puño y letra. Una carta de letra impoluta, limpia como la verdad que se encerraba en ella.
"He abandonado mi cuerpo, liberando mi alma, sé que tengo que pagar por todo lo que hice en vida. Me habéis pedido que reconozca como error haberme enamorado de alguien prohibido, me pedís que reniegue de lo que siento con la promesa de dejarme entrar al cielo, el ansiado paraíso. No sé cuándo ocurrió, ni cómo o porqué... Pero ocurrió. Un día crucé mi mirada con la suya y ya estaba en el Edén. Hipócritas, vosotros lo pusisteis en mi camino, cruzasteis nuestros destinos aún a sabiendas de que era prohibido y ahora ¿me pedís que reniegue de este sentimiento? ¿Que pida perdón? No hay perdones, ni arrepentimiento... Aprendí a amar incondicional, más allá de la distancia o las circunstancias, amé y fui amada. Ni mil infiernos borraría lo que siento, ni ningún cielo merece arrepentirme de ello. Admito amar por encima de todo, asumo el castigo pero aquí no hay disculpas, no puedo."
Desató la ira de aquellos ángeles, no son tan misericordiosos como cuentan, la miraron con desdén y proclamaron su castigo, el mayor de ellos, aquél para el que no estaba preparada.
-Te condenamos a una eternidad en el infierno, allí pagarás por tú pecado. Y él... Cuando llegue su hora, vivirá aquí, en el paraíso, lejos de ti.
Volvió a sonreír con descaro, sabía que por más destierros que hubiesen de por medio, ellos estaban destinados a reencontrarse una y otra vez, eran espejos, reflejos el uno del otro, ni los ángeles tenían potestad para separarlos, ni dios podría con ello.
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Editado: 25.11.2023