Plaga: Invierno Negro

Capítulo 7. – La Raíz de la Oscuridad

La pradera que precedía a la Torre de Marfil amanecía a menudo llena de rocío, o nieve según la época del año, y solía ser un momento agradable, que los estudiantes aprovechaban para pasear o para hacer sus ejercicios de sincronía con el ambiente.

Pero aquel día no era así. Aquel día, la pradera estaba llena de monstruos. Criaturas de todas las formas y toda la gama de colores oscuros, a cada cual más llena de magia negra. Espíritus corruptos, cadáveres profanados… Todo un batallón, dispuesto a defender a su líder hasta el final.

Y en el otro lado, Hayden, observando el panorama desde su montura. Eran demasiado monstruosos. Era normal sentir asco y miedo sólo de mirarlos… La lógica le decía que aprovechara el momento para huir del Valle, y sabía que sus soldados se sentían igual.

– Hermanos y hermanas de Valarys… – Les dijo, volviéndose hacia ellos. – Amanece un día aciago para nosotros. Estamos heridos, desfallecidos. Derrotados. Hemos perdido a nuestros compañeros en una batalla que no está a nuestro favor. – Paseó sus ojos por los elfos. Miradas bajas, derrotadas.

– Podría parecer que ésta historia no tiene final feliz. Que Klynian nos ha abandonado, e incluso Molbazaar rehúsa acogernos en el seno de la muerte. Pareciera que, en éste día, luchamos solos contra un enemigo que nos supera en número y ferocidad.

Hizo una pausa.

– Pero hoy no lucharemos solos. Padres, hermanos, compañeros… Todos los que han muerto, todos los que morirán, están aquí pendientes de nosotros. Humanos, Elfos, Enanos… Todos y cada uno de los seres mágicos de éste mundo está pendiente de nosotros.  Puede que sólo vean oscuridad ante ustedes, pero eso es porque son la luz que la separa de sus seres queridos, de la gente que han jurado proteger. Cuando se alistaron en la Guardia Dorada, ofrecieron ante mí sus vidas por Valarys y por la magia. ¡Pues bien! – Levantó la voz, sacando el cuerno de uro.

– Esos seres oscuros han envenenado el Árbol Sagrado. ¡Han profanado lo más Sagrado para nosotros! ¡Dos valientes soldados humanos han ofrecido sus vidas y sus armas para detenerlos, para librar nuestro árbol! ¡¿Acaso la Guardia Dorada va a ser menos?!

Y entonces, un gran coro respondió, acompañado del resonar de espadas desenvainadas.

– ¡¡No!!

– ¡Muy bien, hermanos y hermanas! – Gritó el Capitán Hayden, enarbolando su lanza dorada. – ¡Es hora de demostrarle a esa escoria qué pasa cuando uno se mete con la Guardia Dorada de Valarys! ¡En formación!

Y comenzó a galopar, tocando su cuerno de guerra, sabiendo que todos y cada uno de sus hombres lo seguirían. Hacia una muerte prácticamente segura, sí, pero también hacia la victoria. Hacia la gloria. Hacia la salvación para sus familias, para sus seres queridos. Hacia la batalla.

Eran pocos, sí, pero como bien había dicho, no estaban indefensos. El cuerno de Hayden, que continuó sonando según se lanzaban contra las defensas oscuras, no era un cuerno normal: Su tañer estaba encantado, dándoles a sus hermanos la confianza en sí mismos que necesitaban, ofreciéndoles la posibilidad de vengar a sus compañeros.

La formación de punta de flecha penetró en las filas de seres oscuros como un cuchillo en la mantequilla, con los magos de la retaguardia repartiendo velos mágicos de Klynian entre los soldados ofensivos, que los hacían temporalmente resistentes al ataque.

Al igual que hiciera Roy el día anterior, los magos ígneos se libraron sin mucho esfuerzo de las nubes de hadas, mientras los espadachines y lanceros los defendían de los enemigos más grandes. Espada contra carne, dientes contra escudo, la batalla pronto se encarnizó. 

Desde lejos, los arqueros abatían enemigos que intentaban atrapar por la espalda a sus compañeros, y los magos de hielo detenían a los más duros, preparándolos para que los espadas acabasen con ellos. Las ráfagas de luz dorada volaban por doquier, así como las nubes de fuego y los estallidos eléctricos.

Hayden, por su parte, era uno de los tres únicos a caballo, lo que les daba una ventaja frente a sus enemigos. Lanza en mano, los abatía a uno y otro lado de su montura, remando en un mar de oscuridad, pero sabía que aquel no era su papel en la batalla. Él era el capitán, y, como tal, su deber era proteger a sus hombres de lo peor. Estaba destinado a enfrentarse a alguien a su altura. Y entonces, lo vio.

Un ogro de las cavernas, henchido de oscuridad y armado con una monstruosa hacha de guerra, se aproximaba desde la blanca entrada de la Torre. Su postura, su confianza, el tamaño de su arma… Aquella criatura segaría las vidas de sus enemigos como un granjero siega el trigo para la cosecha.

Ni siquiera él con su montura podría librarse de la muerte si conseguía alcanzarlo. Por eso no dejaría que lo hiciera. Dio la vuelta, retrocediendo hacia el bosque dorado y saliendo de la batalla. Podría parecer que huía, pero no era así: Lo único que hacía Hayden era poner tierra de por medio, que le permitiera ejecutar su ataque. Entonces, arrancó con su caballo al galope. Si aquel monstruo lo alcanzaba, lo mataría. Por eso no iba a permitirlo. Su única posibilidad era eliminarlo de un golpe.

Él era el único que podía conseguirlo, él y su Envite Sagrado.

Su caballo alcanzó la velocidad necesaria al llegar a la batalla, y entonces, Hayden lo hizo saltar. Y saltó, por encima de la espada del no–muerto que había intentado atacarlo. Saltó, por encima de sus compañeros, que luchaban por sus vidas. Saltó, por encima de los gnomos y las hadas corruptos. Saltó, y pareció que cabalgaba por el aire.

Por el sol, pensó, mientras enfilaba su lanza. Por la luz, y por todo lo que es bueno de éste mundo. Por Praliné, por el Árbol. Si mi vida debe acabar aquí, Molbazaar, al menos concédeme la victoria sobre mi enemigo.

Su lanza se recubrió de luz dorada, y entonces el tiempo pareció volver a su curso normal, y jinete y montura, elfo y caballo, se lanzaron contra el ogro, con la lanza por delante y todos sus hermanos detrás.



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En el texto hay: aventura epica, accion, medieval

Editado: 14.05.2020

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