Plaga: Invierno Negro

PARTE II: El Mago oscuro - Capítulo 9. – Mañana Loreciana

Un día más, Lorecia amanecía tranquila. La pequeña ciudad de paso situada al noroeste del reino humano de Arquilia. Pero eso ya lo sabemos. Al alba, el sol ilumina las construcciones de piedra, entre las cuales se encuentran la Torre del templo de Klynian y la casa del Gobernador. Pero eso también lo sabemos.

Lo que no sabemos es que cada vez se oyen menos alegres explosiones y nubes de humo del barrio de los magos. Los cantineros cada vez tienen que vérselas con menos borrachos, y, día tras día, las pertenencias sin dueño aumentan en las posadas, al tiempo que su clientela baja.

El número de granjeros que venden sus mercancías se ha reducido ahora ya a menos de la mitad, y la mayor parte de ellos lo hacen con una hoz o un cuchillo en la cintura, preparados por lo que pueda pasar.

Y los enanos, que cada vez tenían menos clientela, comentaban en susurros que tal vez deberían buscarse otro punto más transitado y con menos riesgos laborales.

Pero, por el momento, no podían hacerlo. Por el momento, ella seguía allí.

A pesar de lo que le habían dicho a Roy, Leon y Chanty no habían ido directamente a tierras elfas. Tras todas aquellas batallas, estaban agotados, tanto física como mentalmente, su equipamiento no estaba en la mejor de las condiciones y ambos necesitaban el cobijo y suaves aromas que brindan el hogar y la familia. Estaban a punto de emprender un viaje largo con un final incierto, y habían decidido no realizarlo sin antes despedirse. Así que allí estaban, de vuelta en Lorecia, donde empezó todo.

Y, como cuando empezó todo, Chanty estaba haciendo lo que más le gustaba: Pasear por el mercado, ojeando las armas y armaduras que los enanos habían llevado. Solo que ésta vez no lo hacía para sonreírse al ver a los novatos dejarse engañar… Ésta vez era ella misma la que tomaba cartas en el asunto.

– Insisto. – Decía, en aquel momento, ojeando una espada de cerca. – He visto muchas espadas en mi vida, y en mi opinión ésta no es más que una burda imitación.

– ¡Me ofende, mi buena señora! – Replicó el enano, pasándose la mano por su bigote castaño. – ¡Esta espada está forjada con acero de Dan–Khor, a los pies de Akash! Es una ciudad legendaria por sus forjas, eternas, y por la alta calidad de sus aceros. No encontrará nada mejor a éste lado del mar, se lo aseguro.

Chanty examinó la espada de cerca, observando los finos hilos oscuros que surcaban su hoja, dándole un aspecto sofisticado y poderoso. Sí, el enano tenía razón, era una buena pieza. Se puso en posición de guardia, y dio un par de giros, agitando la espada en el aire como si hubiera un enemigo ante sí.

– Como anillo al dedo, señorita. – Dijo el enano, halagador. – Pareciera usted la mismísima Klynian, encabezando las tropas de ángeles para librarnos de ésta terrible plaga. Y puede ser suya por sólo cien mil piezas de oro.

– ¿Cien mil? – Chanty examinó su peso, su filo… – ¿Por este pedazo de acero?

– De los mejores aceros del mundo… – Le recordó él.

– No sé, no sé… – Chanty sacudió la cabeza. – Yo no pagaría cien mil por algo que tuviera ésta guardia tan incómoda, y el punto de balanza tan desubicado. Si lucho mucho tiempo con ella, seguro que me acabo lastimando. Tal vez por… ¿Veinte mil?

– Oh, disculpe, señorita… – Replicó el enano. – Olvidaba que es usted una elfa. Por supuesto que está al tanto del precio real de mercado del acero de Dan–Khor… ¿Qué le parecería cerrar el trato por noventa mil?

Pero Chanty no iba a dejarse engañar tan fácilmente, y siguió rebatiéndole el precio, siempre muy educadamente por su parte y de forma muy halagadora por la parte de él. Puede que su familia le hubieran enseñado a regatear, pero los elfos le habían enseñado formas. Y muchas veces, las formas son importantísimas a la hora de conseguir algo.

Leon, por su parte, no tenía tan clara esa lección, y sus palabras no tuvieron el efecto que habría deseado. Aunque, desde luego, sí el que habría cabido esperar.

– ¿Que se van al reino Elfo? – Exclamó su madre, sorprendida, en un tono que no escuchaba desde que le hubiera mencionado su idea de unirse al ejército. – ¿Es un chiste verdad? ¿Qué se te ha perdido a ti allí, eh?

– Ya te lo dije mamá… – Suspiró Leon. – Los elfos no tienen un solo reino, son varios…

– No me cambies de tema, señorito. – Replicó la mujer, poniendo los brazos en jarras. La bolsa que llevaba colgada a un hombro, a rebosar de provisiones, se balanceó. – Es muy peligroso… ¿Qué se te ha perdido a ti tan al norte? ¿eh? ¡Este lugar ya es lo bastante peligroso como para que encima te vuelvas un aventurero de esos!

– No me volví “un aventurero de esos”, mamá. – Replicó él, conteniéndose para no suspirar de nuevo. – Sigo siendo un soldado. Sigo fiel al Rey, ¿sí? Es sólo que tenemos que acabar con nuestra misión. ¡Chanty, ayúdame!

Ella se volvió, después de asegurarle al vendedor que no le pagaría más de treinta mil.

– Tu madre tiene razón. – Le dijo, ganándose un resoplido del chico. – Los elfos son peligrosos, y nuestra misión, más aún.

Si quería protegerlos, argumentaba Estela, ¿Por qué no se quedaba allí? También necesitaban su protección, ahora más que nunca. – Mira éste lugar. – Dijo, amargamente. – Está desolado. La plaga hizo estragos en nuestras tierras, y aún los hace. Necesitamos que alguien nos devuelva la esperanza

– Precisamente por eso tengo que irme, madre. – Respondió él, tomándola de los hombros. – Tengo que detener al causante de todo esto y evitar que se lo haga al mundo entero, que suma al mundo en una etapa de oscuridad.

– Mira lo que has hecho. – Replicó Estela hacia Chanty. – Me has convertido al hijo en un poeta. Dentro de nada dejará la espada y pillará un instrumento.

Chanty se echó a reír, y se volvió al enano, para decirle que si a la espada, que éste le había dejado por setenta mil, le unía un hacha de una mano, sí le pagaría treinta mil.



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En el texto hay: aventura epica, accion, medieval

Editado: 14.05.2020

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