Capítulo 22. – El Juicio de Xerxes

Arcadia. El mar de la tranquilidad de la zona elfa. El único lugar cuyos habitantes no tenían un origen común, pero compartían el color azur, consecuente a la ingesta de nelumbam. Arcadia, el lugar donde no ocurría nada, donde los colores parecían fundirse en una suave niebla azulada.

Y precisamente por eso, las emociones allí parecían brillar más de lo normal.

El velo rosa de Klynian se extendía por el firmamento, precediendo a la luz dorada del sol, que indicaba el este, el camino que Leon y Chanty debían seguir para llegar al Árbol. Ya quedaba poco, ambos podían sentirlo. Quedaba poco, y se sentían más unidos que nunca, más determinados que nunca a terminar con aquella plaga oscura.

Pero antes de que pudieran seguir su camino, había algo que tenían que hacer. Alguien los esperaba a la salida de la ciudad: Cuatro jinetes los esperaban en el camino, cuatro elfos aguardaban a la llegada del humano, la elfa y el hada.

–Alphonth… – Dijo Leon, viendo al altielfo en el centro, a la cabeza, mirándolos son gravedad.

–Chanty… – Saludó Alphonth, con semblante serio. La tensión se palpaba en el aire. –Veo que has escogido un bando. – Soltó, dejando traslucir la amargura en sus palabras.

–Todos estamos en el mismo bando. – Aclaró la rubia. – El bando que quiere derrotar al Mago Oscuro y salvar el Árbol. La cuestión es, ¿Has escogido tú dejar de ser un imbécil?

Los otros elfos se miraron entre sí. Chanty no se andaba por las ramas. Aquello podría significar otra discusión, o peor aún, una guerra fría que durase meses o incluso años. Los elfos eran conocidos por sus venganzas y por su fría cólera, que esperaba generaciones antes de devolver el golpe.
Así que no podían posponer el enfrentamiento, y mucho menos convertirlo en algo crónico que envenenara sus corazones. Sabían que no le haría bien a nadie.

Y sólo había una forma de acabar con ello: El Juicio de Xerxes.

Maya bajó del caballo, y Alphonth la imitó. Chanty fue a descabalgar también, pero antes acercó su montura a la de Leon y, agarrándolo de la chaqueta, lo besó en los labios con ganas.

– ¿Recuerdas cuando dije lo de la pasión? – Murmuró en su oído, con un cosquilleo, tras dejarlo sin habla. – Lo decía completamente en serio. – Compartió una sonrisa cómplice con él. –Esta mañana siento que podría combatir lo que fuera.

Y bajó del caballo, dejando a Leon tratando de mantener la serenidad. Sí… Definitivamente, ocurriera lo que ocurriera, él ya tenía su victoria frente al altielfo.

Mientras la elfa morena dibujaba una especie de anillo en el suelo, el humano espoleó su caballo acercándose a los demás, que se habían bajado a observar, y se unió a ellos.

–Entonces al final, Chanty sí te enseñó. – Dijo en bajo Fany, con una sonrisita, cuando se acercó. – Y qué tal…

–¿Qué es eso? ¿Un Juicio de Xerxes? – Preguntó rápidamente, sacudiendo la cabeza y cambiando de tema.

–Es el enfrentamiento definitivo al que se someten dos elfos en disputa. – Informó Bryznar. – Cuando el honor de ambos ha quedado en la nada y todos sus aliados los han abandonado. Cuando el enfrentamiento se reduce a un choque entre ideas.

–O sea, cuando los elfos llegan a las manos. – Entendió Leon.

–¡Sí! – Celebró Driine, golpeando el aire frente a ella con su único brazo mientras revoloteaba junto a Leon. – ¡Pártele la nariz, hermana!

–No es tan simple. – Añadió Fany. – Ellos están a punto de encarnar sus posiciones en la disputa, de enarbolar su honor como bandera. Le pedirán a Xerxes que solucione la disputa entre ambos, y él, el patrón de la batalla, le concederá la victoria al más justo.

–Una batalla campal. – Repitió Leon. En el fondo, elfos y humanos no eran tan distintos. La diferencia es, principalmente, que los elfos eran más dramáticos.

–No siempre es entre dos combatientes… – Se encogió de hombros Bryznar. – Se han documentado casos de familias enteras enfrentándose en un duelo de Xerxes para soliviantar disputas entre enamorados. Creo que hasta escribieron un libro sobre eso. Para cuando decidieron apelar a Xerxes, la ciudad ya estaba manchada de sangre.

– Al menos, – Dijo Fany. – nuestros altielfos no son tan estúpidos… Hasta ahora…

Leon asintió, tragando saliva. Una batalla campal. Alphonth y Chanty estaban a punto de resolver sus diferencias literalmente con los puños por delante. ¿Qué significaba eso? ¿Realmente sería el fin de la disputa? Si vencía Chanty, ¿Aceptaría Alphonth su liderazgo sin más quejas o futuras puñaladas? ¿Y si ganaba él? ¿Qué significaba?

–Xerxes. – Llamó Maya, alzando los brazos en medio del anillo mágico que habían grabado en la tierra, entre los dos altielfos. – Patrón de la batalla, rey de los combatientes, guía de la victoria. Ayúdanos a discernir entre el bien y el mal, lo correcto de lo incorrecto, la luz de la sombra. Encomendamos estas almas a tu juicio, dejándote a ti la tarea de decidir quién merece la victoria en esta discusión que nos aflige.

Leon miró a Chanty, que lo miró y sonrió, haciendo un gesto con la mano, en señal de que todo iría bien, pero el arquiliano sentía las piernas flácidas. El hecho de que ella estuviera a punto de darse de golpes con su antiguo amante por su causa le producía una mezcla de sentimientos, entre la valentía, el orgullo y la preocupación. ¿Hasta dónde llegarían ambos para mostrar que tenían razón?

– A un lado, oh Gran Rey, Chanty, del Bosque Verde. Y, al otro, Alphonth Ommegon, de Ciudad Concilio. – Recitó, haciendo que dos esferas (una verde para Chanty y una azul para Alphonth) se materializasen en sus manos extendidas. – Estas son las almas que, ante cuatro testigos y una sacerdotisa de Klynian, apuntada por los mismos dioses para impartir justicia, han puesto su disputa en tus manos. Sin armas, ni magia, nada más que ellos mismos para defender sus ideas. – El anillo del suelo brilló con luz dorada. – Te rogamos, oh Xerxes, que impartas justicia entre iguales y restablezcas el honor perdido.