Träd analizó todo lo que la joven le había contado y le pareció absurdo, no porque pensara que mentía, sino por la mentalidad tan retrógrada que tenía la gente de la Turf Muladhra. Al parecer no solo el clima de la región les provocaba una vida complicada, sino las mismas leyes que tenía la gente y pensar en ello le molestaba, no podía meterse en esos asuntos y aunque perdonara la vida a la chica, seguramente la Reina convencería al Rey de otorgarle un castigo lo suficientemente acorde a lo ocurrido; algo en su interior se encendió y supo que no podía permitirlo.
— Si te perdono ¿Cuál será el castigo que tu gente te imponga?
—Puede variar, toda la vida en prisión o el exilio; ya que el Rey me protege, quizá solo sea un tiempo en prisión y el aumento de mis impuestos, si es que pueden aumentar aún más...—dijo y comenzó a rasguñar el tronco ligeramente con la uña de su dedo índice, no parecía del todo preocupada—. No tienes que preocuparte, si decides perdonarme yo misma le pediré el exilio al Rey.
— ¿Por qué crees que me preocupo?
—Por la forma en la que me estás mirando, lo reflejas, algunas personas me miran como tú y estoy cansada de ser una carga para todos. Solo me iré.
— Me parece una sabia decisión, pero con el clima que cubre este continente... —Träd miró hacia el cielo y hacia los lados—. No creo que dures demasiado.
—Ese ya será mi problema, solo mío.
La hora se terminó y la diplomática junto a Harts regresaron a la fortaleza, dos guerreros del Rey las esperaban y de inmediato tomaron a la joven lisiada para devolverla a prision. Cuando volvieron la encadenaron, Träd se acercó a ella y la tomó del mentón haciendo que ésta la mirara a los ojos, sabía que había algo más inusual en ella que solo su heterocromía y ya sabía qué hacer para ayudarla. Harts se sonrojó, la joven princesa era bastante hermosa y sus ojos escarlata eran sumamente llamativos, tenerla tan cerca le resultaba muy incómodo.
—Te ayudaré...
Träd entró nuevamente a la fortaleza junto a sus dos guardias, ahí el Rey y la Reina Mulad la esperaban puntualmente. Lucían tranquilos, pero transpiraban impaciencia al igual que los guerreros detrás de ellos; para la diplomática aquella esencia era lo que más le agradaba de su trabajo, la expectación de la personas, teniendo prácticamente toda la vida de un reino en sus manos, le gustaba jugar con el suspenso; las personas cuanto más desesperadas podían aceptar tratos más desfavorables para ellos y aunque no era algo moralmente correcto, era divertido y con mucho beneficio para su Reino.
—Es inocente —dijo y de inmediato el Rey se sintió aliviado—; sin embargo, no deja de ser considerado como una ofensa y muchos de mis soldados no están satisfechos, así que un simple contrato no puede ser suficiente.
— ¿Qué necesita? Lo que usted quiera y esté en las posibilidades de mi reino, lo cumpliremos.
—Un matrimonio, las mejores alianzas son las hechas a base de sangre.
La Reina no pudo ocultar su sorpresa. La Turf Manipura era famosa por sus tratos tan favorables para ellos a base de contratos y nunca por matrimonio, la joven diplomática frente a ella siempre buscaba que las alianzas se cerrarán sin llegar a la sangre; por todo el mundo era bien sabido que la famosa diplomática Träd Ram siempre evitaba ese tipo de contrato y era tan buena en su trabajo, que no lo necesitaba. El Rey y la Reina se miraron entre sí, ambos pensaron lo mismo.
—Me parece bien, escoja a cualquier noble y aun si está casado, lo anularemos para que se lleve a cabo —dijo la Reina sin desaprovechar la oportunidad— ¿A quién de los suyos le busca pareja?
—A mí y no quiero un noble.
Una sorpresa más. La princesa Träd, la menor de las hermanas era conocida por sus libertinajes –tanto hombres como mujeres- y nunca tener la intención de contraer matrimonio; un alma libre, como muchos decían y cantaban. Si alguien de la Turf Muladhra se casaba con la princesa hermana, la alianza de sangre prácticamente le aseguraba la supervivencia a todo la gente de la Turf, lo sorprendente es que ella no deseaba un noble.
—Entonces le buscaremos a las doncellas y caballeros más galantes de nuestra Turf y los traeremos ante usted, denos unos d...
—Ya elegí —interrumpió y miró entonces al Rey, que se había mantenido en silencio durante todo el rato que llevaban— Desposaré a Harts.
El Rey dió un pequeño salto sorpresivo que logró ocultar. No podía creerlo y por un momento sintió que la joven diplomática lo estaba retando, no sabía si pensar que era una especie de prueba o hablaba enserio; se levantó y acomodando su gabardina respiró profundamente y con la firmeza de un Rey la confronto.