Tierra y polvo estaba esparcidos en el piso del cuarto. Había taladros y martillos y mayólicas nuevas que al parecer revestirían las paredes grises y sucias. Pedazos de mármol y artefactos antiguos vislumbraban de una esquina bajo una ventana en forma de medialuna con rejas que de ahí salían pequeños rayos de sol que iluminaban partes del cuarto. No podía respirar. De pequeña era alérgica al polen y al polvo, no podía siquiera respirar porque me ponía roja y empezaba a estornudar, uno tras otro. Mientras fui creciendo, mi alergia desapareció. Lo que me molestaba era la picazón que aún de grande sentía.
Arrugué la sudadera azul que llevaba puesta y la subí hasta mi nariz para taparme del fastidioso olor. Botes de pintura blanca para paredes estaban aún sellados con brochas encima de estos.
Los ruidos ya no los escuchaba pero mi curiosidad no desaparecía más cuando me fijé en viejas armaduras de guardias medievales de metal oxidado. Al parecer, los habían encontrado en el agua después de mucho tiempo de su estancia ahí. El color que había tomado el fierro era de un verde bastante oscuro y en efecto, el olor era a mar. Sal y agua mezclados. No podía usarlo para mí libro, a menos que cambiase un poco la temática. Había escuchado que muchos escritores cambiaron varias veces los ambientes, personajes o la idea principal. Así que si ellos lo hacían, ¿por qué yo no que era tan solo una principiante?
Con mi lápiz y libreta empecé a hacer bocetos de la armadura para luego describirlos en mi guarida, mi estudio. Siempre me ha gustado dibujar algún objeto o paisaje para luego usarlos, de esa manera los podía ver de una manera más realista y esperaba a que sucediera eso con los lectores también.
Mientras daba vueltas por el lugar en búsqueda de algo más interesante, un bulto se mostraba bajo una tela blanca cerca de una mesa. Lo levanté con casi toda mi fuerza, porque a pesar que tan solo era un telón, era bastante pesado y mis delgados brazos no podían con ello. El polvo empezó a salir de ahí y sin pensarlo tosí creando eco en el lugar. Mi pantaloneta negra deportiva se manchó del polvo que salió y traté de sacarlo con una delicada palmadita. Sin embargo, lo que me encontré fueron más botes de pintura. Todo resultaba indicar que era un lugar abandonado, que en realidad jamás sería abierto al público. Parecía como si habían pasado meses desde que no nadie entraba ahí. Tanto así, que solo mis huellas eran las únicas que se veían en el... Mentira. Había otras huellas en el suelo.
Cuando mi hermana mayor, Shanne, me llevaba al parque, solíamos correr entre árboles, jugábamos a las escondidas en todo el bosque detrás de casa y cuando llovía, saltábamos en los charcos de barro cuál rana saltarina.
Era un juego bastante inocente para nosotras pero cuando regresábamos a nuestro hogar, nuestra madre nos hacía ver y sentir bajo cada cachetada y látigos con la correa de papá que estábamos totalmente equivocadas. Aprendí a tener que limpiar cada huella que dejábamos en las losas del suelo y cada vez que lo hacía, no dejaba de mirar primero la diferencia entre las de mi hermana y las mías. Desde ahí, no me toma mucho tiempo identificar si son mis huellas o cuantas personas estuvieron en el mismo lugar.
Definitivamente, no era la única que había entrado en aquella sala. Tenía 18 años y aun así mis pies eran bastante chicos para alguien de mi edad. Dos huellas más. Lo más probable era que alguien había entrado para hacer revisiones al lugar o algo por el estilo.
Mi investigadora interior empezó a salir. Había visto algunas películas alrededor de mi corta vida relacionadas con misterio e investigación. No dudé en seguir el ejemplo de alguno de estos.
Me agaché hacia los espacios que se habían creado en medio del polvo y lo toqué como ellos hacían. Por supuesto, no sabía con qué fin lo hacía.
No podía saber si había estado alguna mujer o no, solo veía huellas de zapatillas y no de tacos. Así que en realidad no podía ser muy rápida como los investigadores lo son.
¿Para que debía preocuparme yo si es que había estado alguien ahí o no? Yo solamente quería saber de dónde provenían los ruidos que anteriormente había escuchado. Todo había sido culpa de lo curiosa que puedo llegar a ser. Mi silencio fue interrumpido por un pequeño sonido de gotas que caían. Era imposible que a esa hora empezase a llover. El sol había salido tarde, si bien es cierto, pero las nubes decidieron no acompañarlo.
Me levanté del suelo y pasé mi mano por las cosas antiguas que estaban en la mesa sin apartar mi mirada de al frente. Un tarro de goma líquida. Abierto. Una brocha manchada de pegamento chorreando de esa. Provenía de ahí el sonido de las gotas. No me resistí en tocarlo y por acto de reflejo retrocedí mi dedo índice al sentir el frío del líquido. Estaba fresco; alguien debió usarlo recientemente.