La chica entró, como bien Zulema le sugirió, en el interior de la celda. La contraria esperó un par de segundos a que ésta estuviera por completo dentro, asegurándose después, revisando la galería, de que nadie estaba vigilando. De haber podido cerrar la puerta de seguridad, lo habría hecho, pero por desgracia, no podía, así que se limitó a entrar despacio y en silencio, con los ojos aguzados en una mirada instintiva, casi primitiva.
Susan estaba dándole la espalda, contemplando el escorpión impreso en la pared, viéndola reflejada a ella en aquel mural.
Zulema entonces, advirtiéndose de lo que Susan estaba haciendo, se quedó mirando su cabellera oscura, negra como el azabache, intentando introducirse en su mente, pensar lo que pensaba, ver lo que veía, creer lo que creería. En cualquier otra ocasión, aquello no le hubiera costado tanto, pero se distrajo fácilmente a causa de todas las preocupaciones que tenía en mente. Se acercó a ella con sutilidad, tanta que sus pasos ni siquiera fueron audibles al oído humano, y se postró a un par de centímetros de ella.
—Bú —musitó con aquel tono reptante, tan propio de ella, obrando así una delicada brisa que con su aliento, logró mecer uno de los mechones que cubrían la oreja derecha de la chica.
Ésta se sobresaltó ligeramente, dando un respingo, apartándose inmediatamente de Zulema dejando así de darle la espalda, mirándola directamente a los ojos.
Ahora que la veía, ahora que la tenía delante, vio cómo ésta sonreía de una forma extraña, casi como si se estuviera divirtiendo al verla así de preocupada. Esa sonrisa ladina se fue difuminando en su rostro, transformándose en una fina línea impasible. Achicó los ojos, con recelo. Fue entonces la mora quien rompió el silencio.
—¿Qué quieres? —preguntó en un hilo de voz, en un susurro débil.
—¿Qué? —preguntó Susan incomprensiva. No sabía por dónde cogerla, de repente sonreía, y de pronto parecía querer matarla. Qué impredecible era.
—Que qué quieres —preguntó entonces, con un tono más defensivo, casi de amenaza, acercándose paso por paso hacia ella.
—Pero qué cojones dices —no quería admitirlo, pero se estaba empezando a poner nerviosa, así que empezó a retroceder a cada paso que ella avanzaba. No tenía miedo de otra presa, tampoco le tenía miedo a ella, era más bien otro tipo de preocupación, algo que tenía que ver con los sentimientos.
—Que qué coño quieres. Qué quieres de mí. ¿Eh? —preguntó, alzando la barbilla, enarcando una ceja, sin dejar de avanzar hasta que la espalda de la chica impactó contra el frío hierro de la litera de Bambi, ahora vacía.
Se esforzó por no parecer nerviosa, por no demostrarle su debilidad; ella.
Pero fue tremendamente inútil, pues Zulema, quien parecía lograr leerte el alma, consiguió, al parecer, introducirse en su mente y averiguar qué era lo que estaba pensando. Logró saber por qué motivo su labio inferior palpitó de aquella forma tan nerviosa, por qué sus ojos evitaban a los suyos. Esa intimidación le gustaba, tenía el poder de nuevo. Y aunque fuera solo en aquella celda, en aquel momento, en aquella situación de su vida en la que había perdido las riendas de la mayoría de sus cosas, ahora la tenía a su merced, a ella, y eso le gustó.
—¿A qué cojones viene todo esto, Zulema? —preguntó, reuniendo todo el valor, dando un paso al frente, con la única diferencia de que la contraria no la imitó y no retrocedió, sino que se quedó en su sitio, con la barbilla izada, y una sonrisa que ladeó instantáneamente, al ver cómo esta se le encaraba. Soltó un suspiro por la nariz a modo de risa irónica, terminando por sonreír bajando la mirada, como si hubiera sido todo una broma, un "pequeño susto" que quería darle porque sí, porque se aburría. Pero no... no era en absoluto nada de eso, pues en cuanto alzó de nuevo hacia ella la mirada y aún con esa risa en los labios, alzó sus brazos hasta impactarlos con fuerza sobre el borde del somier de la litera superior, atrapándola así, acorralándola entre sus brazos, sin escapatoria, produciendo un estruendo metálico.
Susan descendió rápidamente la mirada mientras tragaba saliva. Esta vez no por miedo, sino porque la tenía muy cerca, demasiado cerca...
—Eh. Mírame —ordenó la mora.
Pero la chica no fue capaz de mantenerle la mirada ni un segundo, no teniéndola tan cerca... Tragó saliva una vez más, empezando a ponerse cada vez más nerviosa.
—Mírame —insistió Zulema, en un tono que dejaba en ridículo a la joven. Se le estaba empezando a agotar la paciencia—. Que me mires —la obligó entonces, agarrándole de la mandíbula, ascendiendo su barbilla hacia su rostro. Ambas entonces se miraron fijamente a los ojos. Zulema parecía estar intentando leerle la mente, de veras parecía que era capaz de hacerlo, con aquellos ojos escrutándote, juzgándote. La chica no pudo soportar la presión ni un segundo más, y se deshizo de su agarre, apartando su mano de su barbilla, separándose de ella para marcharse.
Pero Zulema fue más rápida, siempre lo era, siempre se adelantaba a los movimientos de cualquiera, así que la sujetó del brazo justo a tiempo, imposibilitando que la otra se escapara.
—Dónde coño te crees que vas —preguntó despacio, arrastrando cada una de esas palabras—. Tú no te vas de aquí. No —chasqueó la lengua, mordiéndosela después visiblemente, negando con la cabeza.
—Vete a la mierda —objetó Susan, intentando escapar una vez más.
—Nnno —sentenció Zulema, interponiéndose entre ella y la salida, con un tono de chulería y un deje de impaciencia, intentando no perder los nervios, pero le estaba costando. Susan frenó en seco, suspirando a la vez que intentaba reunir la paciencia suficiente para no tener un enfrentamiento en aquel momento.
—¿Qué coño quieres, Zulema? —preguntó al borde de la histeria.
La mora sonrió una vez más, para después soltar una risa que se convirtió en un susurro.
Editado: 12.04.2020