Platónico lo llaman | Vis a Vis

6.- El pulso. Acelerado.

—¿Qué es lo que me estás tú diciendo? ¿Qué Zulema te besó? —preguntó Sole, completamente atónita.

—Nos besamos. Las dos —corrigió—. Pero por favor, Sole, no puedes decirle nada a nadie. Zulema no puede enterarse de que alguien sabe esto.

—¿Nadie más lo sabe?

—Nadie.

—¿Ni tampoco Saray?

—Ni siquiera Saray.

—¡Ay! ¡Pero cómo tú me dices esto a mí! ¡Me dejas con tremenda responsabilidad, muchacha!

—¡Tú me has preguntado!

—¿¡Y por qué me haces caso!?

—Escúchame, es tan sencillo como olvidarte de lo que te acabo de contar.

—Sí, claro. Es muy sencillo olvidarme de que tú y Zulema se besaron. ¡Já! Tú dime, ¿cómo hago? ¿Ah?

Susan colocó sus manos sobre los hombros de Sole para tranquilizarla y la miró fijamente.

—Tienes que prometérmelo.

Su mirada no era solo de súplica, sino también de temor. Había cometido un grave error; contar lo que sucedió en aquella casa, en aquella fuga, y una de las protagonistas era Zulema Zahir. Si se enteraba de que alguien sabía aquello, la chica estaba perdida.

Sole la miró angustiada, era complicado no contar algo así, tan fuerte, y olvidarlo no era una opción.

Susan suspiró, soltando a la mujer, y preguntó con pesadumbre y desconsuelo:

—¿Me entiendes ahora?...

Sole la observó con lástima.

—No, chiquita... No podré entender nunca cómo alguien puede tirar así su vida a la basura... Esto es casi como si le vendieras tu alma al diablo.

Susan chasqueó la lengua. Sole continuó:

—Mujer, tienes que entender que Zulema no te va a traer nada bueno...

—Tú tan bien como yo sabes que eso es imposible, menos aún sabiendo lo que ya sabes.

—Tienes que tener mucho cuidado. Si alguien se entera... van a ir a por ti. Todo el mundo odia a Zulema.

Susan frunció el ceño:

—¿Ves esto? —inquirió, señalando con su mirada las escayolas en sus piernas—. Sería capaz de volver a hacerlo por ella. No le tengo miedo al dolor, Sole. Le tengo miedo a su dolor.

Soledad contempló con disgusto y pena a la chica, chasqueó la lengua y acarició sus manos con suavidad, como lo haría una madre.

—Cuídate mucho, mi hijita... —le dio un ligero apretón y se levantó, depositando un beso en su frente—. Intenta descansar.

Al día siguiente.

—Maca. Escúchame atentamente. Viene Anabel a ponerte el sonotone.

—¿Qué dices? ¿Qué es eso del sonotone? —la rubia parecía despreocupada, como si no se tomara en serio lo que la mora le estaba diciendo, así que ésta la agarró del brazo para que no se alejara y le prestara atención, era un asunto muy serio.

—El sonotone es que te meten un alambre por el oído, y le dan vueltas y vueltas y vueltas hasta que no escuchas nada más el resto de tu vida. Solamente un ligero... piiiii.

Macarena frunció el ceño.

—Le has hecho perder mucho dinero a Anabel, con las apuestas en el boxeo. Y yo le tengo muchas ganas. A ella y a sus chicas. Así que te voy a ayudar. Están al venir. Vamos.

Ambas mujeres se prepararon para combatirlas, colocándose cada una en un sitio estratégico del baño, para pillarlas completamente desprevenidas al llegar.

—¿Cuántas son? —preguntó Maca.

—Cuatro. Dos para ti y dos para mí.

Macarena asintió, con el corazón en un puño.

—Por cierto, el plan que hice para ir al dentiste y matar a Karim... Quería entregar a tu hermano en bandeja, pero salió mal y sigue vivo. Creo que merecías saber la verdad.

Macarena se dio la vuelta, intentando reunir paciencia, pero no pudo. Para cuando volvió a mirar a Zulema, su rostro se había transformado en uno de auténtica rabia. La mora intervino;

—Ahora estamos en paz.

—Algún día te romperé la columna y tendrás que tocar una campanilla con la boca para llamarme. Hija de puta.

Las chicas de Anabel fueron oportunas, pues entraron en aquel momento exacto.

La rubia y la morena fueron más rápidas, y golpe tras golpe fueron combatiéndolas, Zulema mordió a una de las presas, escupiendo después un gargajo de sangre contra otra de las tipas. Mientras, la más alta, alambre en mano, luchaba por hundirlo contra el tímpano de Ferreiro. Ésta se supo defender bien. De algo le había valido el boxeo... Puñetazo tras puñetazo logró tumbar a su combatiente hasta la saciedad. Zulema se aercó a ella cuando tuvieron todas las papeletas para ganar.

—Quieta, Duracell.

El rostro de Macarena estaba repleto de sangre, y con esa misma mirada asesina contempló a Anabel contra la puerta, con el rabo entre las piernas. Detrás de ésta se resguardaba Bambi, con el mismo temor.

Cuando la rubia se acercó, éstas en seguida retrocedieron, Anabel, misteriosamente protegiendo a Bambi, alzando la barbilla fingiendo valentía, aunque por dentro estuviera muerta de miedo. Los restos de orgullo que le quedaban, estaban a punto de derrumbarse contra sus pies.

—Te crees la puta ama de la cárcel, pero se acabó. Ahora hay otro gallo en el gallinero.

Zulema rió, divertida por la situación, y por las estúpidas metáforas de la rubia, le recordaban el cierto modo a las suyas.

—¿Y sabes quién es? —continuó Macarena—. Yo.

Anabel le hizo una señal a Bambi para marcharse de allí.

Fue entonces, cuando desaparecieron, que Macarena se acercó a Zulema con un rostro amenazante.

—Así que era un favor por intentar matar a mi hermano, ¿no?

—Entiendo que no entiendes el concepto "daño colateral". Pero te aseguro que es mejor que maten a tu hermano, a que maten a tu hermano, a tu padre y a tu madre. De verdad. Eso es lo que quiere Karim, matar a toda tu familia, ¿lo entiendes? Es una cuestión de supervivencia.

—De tu supervivencia —la corrigió la rubia.

Mierda, la había descubierto... Al parecer la conocía demasiado bien, lo suficiente como para saber que ella sólo se movía por intenciones propias. Cuando Ferreiro se marchó, Zulema se dio la vuelta, chasqueando la lengua con rabia, secándose los restos de sangre de los labios.



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En el texto hay: amorodio, lesbico, accion

Editado: 12.04.2020

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