PlatÓnico: Doble Vida

CAPÍTULO 25

Eren vio con terror el auto destrozado de Lucrecia y bajó del suyo a toda prisa. La ambulancia llegó en ese momento.

Cuando ingresaron a la mujer al hospital estaba consciente y él corrió junto a la camilla tomándole la mano.

–Te amo, no lo olvides –balbuceó Lucrecia con voz entrecortada–. Lo que te dijo Lucas es cierto pero mi amor por ti es sincero. Jamás te sientas culpable. Quiero que la busques.

– ¿A quién? –preguntó Eren desesperado sin soltarla.

– ¡A Alexa! –respondió ella antes de quedar inconsciente.

 

Eren permaneció en una sala de espera del hospital sentado con la cabeza gacha y las manos cubriendo sus ojos. Aunque quería estar positivo revivía aquellos momentos en que su hijo entró a cirugía y clamaba por su salud. De nuevo lo aquejaba esa sensación de malestar en el estómago.

Lucrecia tenía que estar bien, era fuerte como un roble, era muchas cosas buenas. Rogó hasta el cansancio por su vida pero nuevamente no fue escuchado.

Como en una repetición vio al médico dirigirse a él.

– ¡No! ¡No por favor! –le pidió negando con la cabeza.

Sin embargo cada persona tiene su tiempo en el libro de la vida y es algo que absolutamente nadie puede cambiar.

 

Durante el funeral de su esposa en la ciudad de Guatemala, Eren estuvo ausente. Conocidos y desconocidos le daban el pésame y él agradecía con la cabeza. Varias personas se pararon al frente a hablar de Lucrecia. Todos coincidían en que había sido una mujer fuerte, justa y trabajadora.

–Ser parte de la vida de Lucrecia ha sido extraordinario –dijo Eren cuando le llegó el turno–. Agradezco a Dios que me haya permitido ser su esposo. Aprendí mucho gracias a ella y la extrañaré por siempre.

La abuela lo abrazó cuando regresó a su lado.

 

 

Días después, Eren y los padres de Lucrecia se encontraban en la oficina de un abogado quien les dio a conocer el testamento.

Ésta había nombrado heredero universal de su cuantiosa fortuna a su esposo; dinero en bancos, casas, terrenos, autos, joyas, así como un fideicomiso que era herencia de su abuela paterna. Todo, absolutamente todo era para él.

–No lo quiero –aseguró Eren.

–Su deber es tomar posesión de la herencia –informó el abogado–. Después podrá hacer lo que quiera con ella si no la desea.

Al salir de ahí los suegros se acercaron a Eren.

–Debo admitir que no estoy conforme con la decisión de mi hija de heredarte todo –manifestó la señora–. Sabrás que si llevo el caso a juicio podría nulificar el testamento, sin embargo Lucrecia nos expresó su voluntad hace tiempo y por respeto dejaremos el asunto en paz. Espero que te comuniques con nosotros y nos visites alguna vez.

Se despidieron y Eren los abrazó llorando.

El chico se marchó en su auto hasta perderse completamente.

 

 

Cuando Alexa se enteró que Lucrecia había perdido la vida en un trágico accidente quedó impactada. No podía creer que estuviera muerta. Nunca la conoció realmente, la había visto a lo lejos una o dos veces pero Eren siempre hablaba bien de ella. Sabía que la quería a pesar de no ser una pareja en toda la extensión de la palabra. Pensó en hablarle por teléfono, con seguridad estaría destrozado. Quería abrazarlo y llorar a su lado. Al final escribió una larga carta y la hizo llegar a su casa.

En el tiempo transcurrido desde la separación con Eren había caído en una especie de conformismo y desgano. No buscó otro trabajo o acabó su carrera universitaria. Se dedicaba a su hijo al cien y realizaba los quehaceres domésticos de tal manera que todo funcionaba como relojito. Comidas elaboradas, postres suculentos, muebles y pisos brillantes. Era como si se hubiera auto impuesto un castigo, como si necesitara reivindicarse por sus malas acciones. Vivía a expensas de los pocos pesos que Lucas le daba a veces.

 

Lucas parecía complacido de saber que tenía a su esposa trajinando en la casa todo el día. El concepto de familia era muy importante para él, por lo menos la imagen que proyectaba al exterior porque al interior seguía ausente y desinteresado.

Por algún tiempo había tratado a Alexa con tolerancia pero en los últimos meses había cambiado de nuevo.

–No puedo perdonar tu infidelidad –le reprochaba con frecuencia–. Por eso nunca he podido quererte.

–No me querías desde mucho antes Lucas, solo te di la excusa perfecta –se defendía Alexa.

–Sabía que sucedería, lo presentí desde que te conocí –argumentaba él.

Alexa volvió a caer en ese círculo tóxico de estar aclarando calumnias, defendiéndose de acusaciones y el hoyo en su corazón que estuvo cerrado por mucho tiempo sangraba de nuevo.

–Nunca tuve la menor oportunidad contigo porque me etiquetaste desde el primer día. Así hubiera sido el ser más bueno en el mundo jamás me habrías querido. Lo único que me gustaría saber es por qué me odias tanto, espero descubrirlo en algún momento.  




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