Kyle.
Siete meses después.
Penélope se aferró con fuerza a mi brazo como si su jodida vida dependiera de ello. La alejé una vez noté el pequeño grupo en la esquina del jardín de la casa de Nicholas. Caminé rápidamente dejándola un poco atrás sonriéndole a mi pequeña de ojos azules.
— Pero si es una de las niñas más hermosas de la ciudad —Sofía chilló graciosa al verme caminando en su dirección.
Centré mi atención en la pequeña en brazos de Erick ignorando el disgusto de Verónica al ver a Penélope queriendo tocar a Sofía. Me daba igual, no era mi jodido problema si no se había ganado a mis amigos, tampoco me afectaba. Solté su mano e igual pasé de largo el sonido molesto que salió de su boca cuando solo tenía ojos para la pequeña.
—¿Dónde está Alaia? —inquirí. Sabía que probablemente Penélope estaba enojada por no ser el centro de atención, pero estaba acostumbrado, y de no estarlo me tendría sin cuidado.
— Está con Anne y Jake jugando. Deben salir del cuarto de juegos en cualquier momento —habló Nicholas mirando en cualquier dirección menos en la nuestra. Ellos creían que no me daba cuenta, pero desde hace mucho había notado el hecho de que la pelirroja a mi lado no era de su completo agrado.
Erick lo miró luego de pasarme a la bebé. ¿Qué demonios se traían este par?
— ¡Verónica! ¡Emma! —mi respiración se detuvo una vez escuché el grito más allá de nosotros. No quería mirar.
¿En serio era ella?
Mis ojos me jugaron una mala pasada y cedieron ante la tentación de mirar más allá. Samantha Daniels entró al lugar robándose la atención de todos como siempre hacía. Sus ojos no miraron en mi dirección cuando llegó al lugar donde todos estábamos. Demonios. Era hermosa. Su cabello parecía más corto cayendo en su espalda, pero había algo más en ella. Y sabía que era. Había cumplido su palabra.
Verónica corrió en su dirección tirando de ella para un abrazo mientras que Emma en su lugar caminó despacio sonriendo mientras se acercaba con Ansel. Sofía luchaba por meter sus pequeños dedos en mi boca como normalmente hacía, pero por estar mirando a la mujer que acababa de llegar lo ignoré.
Sus ojos marrones brillaron de alegría posándose en Ansel. Emma no dudó ni un segundo en pasarle a su hijo, sus bellos ojos llenándose de lágrimas cuando lo envolvió entre sus brazos. El cambio era notorio. Ella no era la misma mujer que se había marchado hace más de un año. Y tampoco la misma a la que le había gritado todas esas estupideces por medio del teléfono.
Me había lamentado tanto esa noche que perdí la cuenta de cuantos golpes di al saco de boxeo al meterme arbitrariamente al estadio a las dos de la mañana. No me importó la sanción por violar el reglamento. Lo dejé pasar.
Sus palabras se repetían cada noche en mi cabeza. El dolor en su voz. La había roto y ella misma se había arreglado. La vieja Sam habría llegado y me habría insultado, la nueva mujer que tenía frente a mis ojos solo me ignoraba sin quitar la sonrisa en su rostro.
Ambos habíamos cambiado para bien o para mal. Fui al psicólogo de planta de la liga luego de ello. En sesiones me di cuenta que cada palabra que salió de su boca era cierta. Quise ir tras ella tantas veces luego de ello, pero la culpa no me abandonaba, ella se merecía alguien mucho mejor que el bastardo en que me convertí con su partida. Mejoré, pero aun así eso no llenaba el vacío ni compensaba lo que le había dicho. Ella me amaba y yo la dejé. No sabía si lo mejor era demostrarle cuanto la quería o dejarla ir para que fuese feliz, y luego de llamar en vano, simplemente escogí la segunda opción. No iba a hacer nada para dañarla de nuevo. Pero aun así me sentía culpable por todo lo que dije. No había respondido a mis llamadas para pedir disculpas y por ello me había rendido y dejado de insistir.
Ella no se merecía que la siguiera lastimando.
Estaba intentando sanar y yo debía dejarla y aprender a sanar también. Yo estaba roto. Y le tiré mierda a ella sabiendo que ambos teníamos la culpa de lo que sucedió. Le tenía fobia al compromiso porque me aterraba la idea de enamorarme y salir lastimado. Se sentía más liviano que alguien te amara a amar y temer perder. Hasta que te enamoras. Eso me sucedió.
Tenía fantasmas en el armario. Más que ella. Pero eso no era justificante alguno para lo bastardo que fui con esa mujer.
La amaba. La admiraba. Siete meses y más habían sido mi tormento. Había seguido adelante con Penélope. Si es que a eso se le podría llamar así. Andar con ella era fácil y sin complicaciones. Si, era una celosa y posesiva. Pero llenaba el vacío que sentía por la falta de Sam. Y sabía que jamás la amaría, porque no era ni de cerca como la mujer que llenaba de felicidad mi corazón así ella me odiara.
Puede que ella y yo no nos hubiésemos enredado de la manera convencional, pero mi corazón no mentía al decir que la amaba. Y sabía que, si la terminaba de conocer, la amaría aún más. La mujer expresaba sencillez, cariño, valentía, y amor. Demasiado amor propio. Ella tenía razón antes de irse, sus ojos brillaban de una forma distinta, pero no era de fascinación por mi como había dicho y por alguna razón eso no dolía tanto, porque quería verla así. Tenía luz propia que la hacía brillar.
Los saludó a todos sonriente, pensé que la sonrisa se iría al poner sus ojos en mí, pero no fue así. Incluso la mirada en sus ojos continuó siendo la misma.
— Hola, Kyle. —abrí la boca y luego la cerré. ¿Hola? ¿Por qué quería tirar de ella hacia mi ahora?
— Sam. —dije en su lugar, esperaba que mi voz no me traicionara y mi cuerpo tampoco. Un carraspeo a mi lado me hizo apartar mis ojos de ella.
Demonios, me había olvidado de Penélope.
— Ella es Penélope, mi...—la miré sin saber que decir. —amiga. —pude sentir a la mujer gruñir furiosa pero no me importó. Eso éramos, jamás le había dado otro título. Y no lo haría ahora tampoco.
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Editado: 11.05.2024