Sam.
Rompí en llanto una vez puse mis ojos en el hombre que amaba acostado en esa cama de hospital, su cuerpo conectado a varios aparatos deteniéndome en la puerta por minutos. Había tenido que rogar para que me dejaran pasar, y luego de que Thomas y Lacey casi atacaran a un guardia de seguridad, la jefa del departamento de cuidados intensivos me había permitido el ingreso.
— Señorita. —miré a la mujer a mi lado con decepción y dolor. —Solo tiene diez minutos. —asentí, pero permanecí en mi lugar cuando la puerta se cerró al salir ella. En menos de un par de horas mi vida se había ido a la basura.
Caminé nerviosa hasta llegar a él, estaba magullado y hematomas comenzaban a formarme en su rostro. Era un milagro que estuviera vivo teniendo en cuenta como había quedado el auto. El camión que había chocado contra él y su conductor ebrio habían sido los causantes de que mi bebé probablemente creciera sin padre.
Los doctores no decían nada más que debíamos esperar. ¿Esperar a que? ¿A qué se le consumiera el cuerpo entero?
Con mis manos temblorosas toqué su rostro y recé en silencio con lágrimas en los ojos para que abriera los suyos y me mirara con ese amor y diversión con el que siempre lo hacía.
Cinco minutos y ese momento nunca llegó. ¿Cómo habíamos acabado así?
— Tienes que despertar, cariño. —lloré tomando su mano y besándola. —No te puedes ir, tienes mucho por delante. Dos niños que necesitan a su padre en su vida. —dije recordando al pequeño que Penélope tendría. Él necesitaría de Kyle tanto como el mío. —Por favor, no me dejes. —mi voz se rompió y solté su mano llevando la mía a mi boca conteniendo el jadeo que amenazaba con salir.
No podía con esto.
— Te amo. No pensé que luego del desastre de Tyler pudiera volver a enamorarme...y luego llegaste tú. —dejé de contener las lágrimas, mi voz confundiéndose por el dolor que estaba sintiendo. —Nunca te lo he dicho, pero...esa noche. Supe que algo era diferente entre nosotros. Quise ignorarlo, pero solo me enganché más. —mis ojos se posaron en la mesita a su lado, el medallón que nunca se había quitado tras la muerte de su hermano estaba allí. —No me lo quites, Liam. —tragué en seco intentando controlarme y luego volví mis ojos a Kyle. El hombre del que me había enamorado estaba allí, solo necesitaba que despertara de una maldita vez. —Sé que, si te vas, eventualmente lo superaré. Pero no quiero dejarte. No quiero que me dejes. No después de lo mucho que nos costó sanar. —me incliné y deposité un beso en sus labios secos. Un simple roce. —Me ayudaste a sanar. Juraste protegerme, Kyle. Despierta y cumple tu maldita promesa. —las lágrimas y yo éramos una sola.
Suspiré tratando de seguir. Tomé el medallón en mis manos y con cuidado se lo coloqué entre su mano.
— Aún no es tu momento, Kyle. No nos hagas esto. Te necesitamos bien. Tus hijos necesitan un padre amoroso que los proteja de todo lo que quiera dañarlos. Necesitan de tus chistes malos y tu mirada sonriente por las mañanas...y yo necesito al hombre que amo conmigo para poder darle la mejor familia a nuestro hijo. —me abracé en medio de la soledad deseando que fuesen sus brazos sosteniéndome y no los míos.
Un golpe en la puerta me hizo levantar la mirada, la compresión llenándome cuando vi a la mujer en el umbral observándome con tristeza.
— Lo siento, se acabó el tiempo. —asentí.
— ¿Me das un segundo? —la duda se instaló en sus ojos. —Por favor. —lloré a punto de colapsar de nuevo. Ella suspiró y asintió cerrando la puerta dejándome sola con Kyle.
Me acerqué a él y repasé su rostro con mis dedos por un par de segundos.
— Te amo. Aférrate al amor que te tengo, que te tiene tu familia y que tus hijos te tendrán. Aférrate a eso, cariño. Sostente en nosotros, por favor. Te necesito. —apreté mis ojos dejando salir las lágrimas. —Todos lo hacemos. —aclaré y me acerqué a sus labios presionando los míos contra ellos. Fríos. Sin vida. Secos. No eran los mismos que me habían besado en su cumpleaños. —Te prometo una vida hermosa si te quedas conmigo. Me casaré contigo y tendremos una hermosa casa en donde nunca faltarán las risas y la alegría. Por favor...quédate. —me alejé de su cuerpo sabiendo que no podría verlo mientras siguiera aquí.
Limpié mis lágrimas con el dorso de mi mano y caminé a la salida vacilando antes de abrir la puerta. Al final, lo hice justo cuando la enfermera iba a volver a entrar probablemente a sacarme.
— ¿Puedo hacerte una pregunta? —asintió con cariño. Podría tener unos cincuenta y la mirada amable en sus ojos me decía que no era la primera llorona desesperada que veía. —¿Hay posibilidades? —mi voz se rompió ante la idea de que en un par de días tuviera que vestir de negro para despedir al hombre que amaba.
Me miró con tristeza y comprensión.
— He visto milagros en los treinta años que llevo aquí. No pierdas la esperanza. —fue lo único que dijo. Asentí y me alejé de ella. Los doctores habían dicho que las cosas no iban bien. ¿Cómo demonios iba a sobrellevar eso?
Caminé por lo que parecieron minutos a lo largo del hospital, mis pies no dando el mínimo ápice de cansancio. Ya el corazón me dolía demasiado como para sentir algo más.
***
— No eres como ninguna de las mujeres con las que he estado. —rodé los ojos al tiempo que mi cuerpo se daba la vuelta para encararlo aún con la sabana envuelta alrededor.
— No soy idiota. Tus palabras poéticas puedes usarlas con las demás, no caigo en ello. —sonreí mordiendo mi labio inferior.
Él se encogió de hombros sonriendo de lado, un hoyuelo apareciendo en su mejilla. Demonios, ¿podía ser más perfecto?
— ¿Te gusta lo que ves?
— Me acosté contigo anoche, es obvio que si me gusta. —caminé hacia él y me subí a horcajadas de su cintura. —Fue una noche grata, espero que se vuelva a repetir. —quise tragarme las palabras una vez salieron, por lo general salía corriendo a la mañana siguiente por muy buen sexo que hubiese tenido. Algo en este hombre era distinto.
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Editado: 11.05.2024