Kyle.
Apreté a Sam contra mi mientras lo que sea que estuviera cocinando se quemaba justo frente a sus ojos. Igual me lo terminaría comiendo como siempre hacia. Aunque debía decir que, con el embarazo, había pasado más tiempo en la cocina por alguna razón y estaba mejorando. No era la mejor y se quemaban muchas cosas, pero lo intentaba.
— ¿Necesitas ayuda? —me miró de soslayo, molesta por mi intromisión.
— Lo arruiné. —se quejó como una niña haciéndome reír.
— Solo un poco.
— Se supone que debes darme ánimos, Kyle.
Planté un beso en su mejilla y caminé al refrigerador sacando lo que había quedado de la pizza de anoche y metiéndola al microondas.
— ¿Quieres un poco? —sonreí viéndola dejar lo que estaba haciendo y resignándose por tercera vez en la semana a que la cocina no era lo suyo.
— Si. —le serví una porción en el plato y se la tendí. —Estuve pensando...—me miró a medio mordisco. —Tomaré clases de cocina. —casi me ahogo con el bocado en mi boca cuando las palabas salieron de su boca y no pude contener la risa.
— Sabes que yo puedo hacerlo, no te mortifiques con eso, amor.
— Pero tengo que...—sus ojos se empañaron de lágrimas. Erick me lo advirtió. Sabía lo que venía. —¿Cómo le voy a preparar la merienda a nuestros hijos si no se hacer nada sin quemarlo? —lloró. Me puse de pie y la abracé. —No me tengas lastima, Johnson. Estoy embarazada, no dañada.
Contuve las ganas de reír.
— Ya lo haré yo entonces.
— ¿Seguro? —asentí. —Te amo. —asentí. —¿Sabes que se pondrá peor conforme pase el tiempo? —se burló. De nuevo solo asentí.
— Tengo la paciencia de un santo contigo, hermosa. Puedo con esto.
— Espero lo recuerdes todo lo que queda del embarazo.
***
Tomé la caja de terciopelo que había comprado hace un par de semanas y saqué el anillo. Carajo. ¿Por qué estaba tan nervioso?
Había tenido que decirle a Verónica lo que haría para que me sacara a Sam de encima y luego decirle a Erick que viniera por mi porque aún no estaba del todo bien. Pero eso no fue impedimento para salir de mi casa a buscar el anillo perfecto para la mujer durmiendo en mi habitación.
Sabía que ella era lo que quería. Carajo. Estaba embarazada de dos de mis hijos. No había nadie más para mí. No desde que ella apareció en mi vida. Una vez se lo dije. Lo quiero todo. Lo bueno y lo malo. Pero solo con ella.
Ahora solo faltaba el cómo hacerlo.
— Amor, sabes...—el anillo tamborileando en mis dedos cayó al suelo deteniendo su oración a la mitad. Lo tomé con rapidez y lo escondí en mi espalda mirándola. —¿Qué escondiste?
Me encogí de hombros.
— Nada. —muy mala respuesta, Johnson. Sus ojos me miraron con determinación. —Solo una estupidez. —Carajo. Iba de mal en peor.
— Quiero ver. —caminó hasta estar a un par de pasos de mi tendiéndome su mano.
— No, no lo haces. —nervioso, caminé hasta llegar a ella y puse un beso en sus labios que no fue bien recibido. —Sam.
— Dame eso. —rodé los ojos sabiendo que era un caso perdido.
— ¿Puedes callarte? —solté con miedo. Abrió la boca molesta y la cerró de golpe girándose. La tomé por detrás girando su cuerpo renuente a mi toque.
La estaba cagando con cada palabra que salía de mi maldita boca.
— Te amo.
— Yo no te amo a ti. —masculló irritada.
— Sam...—enmarqué su rostro con una de mis manos manteniendo el anillo en la otra tras mi espalda. —Quería ser romántico, pero no me dejas de otra. —duda e incertidumbre brilló en sus ojos. Sonreí mientras me ponía en una rodilla vestido en nada mas que vaqueros y sacaba el anillo.
— Kyle...
— Cállate y escúchame. Por favor. —asintió sin saber que más hacer. La molesta Sam se había ido. —He tenido claro lo que quiero contigo desde hace meses. No puedo decirte desde que momento comenzó todo, solo que desde que puse mis ojos esa mañana tras la mejor maldita noche de sexo de mi vida, supe que estaba perdido. —las lágrimas se acumularon en sus ojos. —Fui un tonto, un idiota y todos los sinónimos que puedas encontrar al no admitir mis sentimientos por ti cuando estuvimos juntos. Y no sé si arrepentirme o no. Lo único que tengo claro es que cada sufrimiento que he pasado desde hace dos años, lo volvería a pasar si eso nos trae de vuelta aquí, con nuestros bebés.
— Yo también lo haría...—lloró.
— No hay alguien más que quiera para ser mi esposa o la madre de mis hijos. —mi rodilla dolía, pero me mantuve firme. —Te amo como jamás he amado a nadie. Mi madre tiene razón, me salvaste la vida. Cada día lo haces con cada mirada, cada sonrisa, cada beso. —me puse de pie queriendo sostenerla contra mí. Sus manos se presionaron en mi pecho cuando tomé su cuello entre mis manos. —Cásate conmigo. Hazme el hombre más feliz por tener tus besos cada mañana y tus gemidos cada noche. —sonrió ampliamente por mi falta de tacto. —Nuestra relación es más que amor. Es todo lo que hemos construido desde que nos conocimos. Desde ese primer beso que me puso los nervios al borde, hasta el último que te daré cuando alguno de los dos ya no pueda abrir los ojos más. —besé sus labios con suavidad presionándolos apenas. —¿Qué dices? ¿Aceptas ser mi esposa?
— De hecho...—mordió su labio inferior asustándome. Se alejó de mí y la vi perderse en nuestra habitación. Había costado convencerla de venirse a vivir conmigo, pero había accedido luego de buscar sus cosas en Chicago.
En su mano estaba un cofre pequeño y abriéndolo sacó un anillo.
— Cuando estuviste en coma, que no sabía si ibas a despertar...—lloró. —me hice una promesa y a Erick también. —sonrió. —Dije que sería yo la que te pidiese matrimonio esta vez. Pero te me adelantaste como siempre. —rodó sus ojos y me mostró el aro con una sonrisa. —Quise huir esa mañana porque no podía controlar todo lo que estaba sintiendo, luego...con una sola mirada y un solo roce me atrajiste de vuelta. Borraste el daño que otros habían hecho y me marcaste con un solo beso. Supe que incluso si no volvía a estar de nuevo en tu cama y en tus brazos, esa noche sería la mejor de mi vida. Me di cuenta lo mucho que necesitaba soltar y quise que un hermoso adonis de ojos verdes, picaros, soñadores, me envolviera en sus brazos y me enseñara lo maravilloso que es amar.
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Editado: 11.05.2024