En altamar, mientras surcaba las mansas aguas del Mediterráneo, solo en la cubierta del barco, dicen los rumores acarreados por el viento que podía oírse la voz de Marco dirigiéndose a las estrellas; recitándoles una plegaria, que más que plegaria era una confesión. No es nada fácil cuando las pasiones que parten tu vida en dos colisionan y se torna imposible reconciliarlas. Sin embargo, aquel valeroso guerrero se las había ingeniado bastante bien para repartir su tiempo entre la vida y la muerte; entre el dolor irreparable que significa apagar una vida y la luz eterna, como las estrellas que contemplaba, que irradiaban los ojos de Caternina, esa que llevaba impregnada en el alma.
Esta vez era distinto. Defender las fronteras del imperio o batallar en las zonas neutrales para evitar la invasión persa era una cosa; pero los vándalos y el sueño impostergable del emperador se encontraban a un mar de distancia. Nunca había estado tan lejos de su familia y aunque su profesión lo empujaba a tutearse con la oscuridad perpetua, jamás sintió la imperiosa necesidad de conversar con el cielo, con la hilarante esperanza de que su voz viajara donde sus pensamientos y se estrellara como un susurro en el corazón de sus amores que aguardaban, creía, por buenas noticias de la expedición.
Quisiera poder cumplir aquella promesa que les hice al marchar. Sabe Dios que ese cosquilleo en mi estómago, ese dolor en el pecho e incluso la pesadez de mi alma no son otra cosa que síntomas inequívocos del profundo amor que me asfixia cada hora que pasa, cada minuto que se prolonga este nefasto desarraigo que me empuja a costas lejanas. Nunca antes me había sentido así; tal vez haya sido porque nunca antes se me hubiera ocurrido siquiera contemplar la posibilidad de dejar en otras manos el timón de mi vida y sentirme pleno con tal tremebunda decisión.
¿Y si conquistar el mundo no se trata de someter al enemigo y ocupar tierra y arena sino de cerrar los ojos y dejarme guiar tomado de tu mano? Será tal vez que las constelaciones que han servido de mapa celestial a los aventureros por milenios no son otra cosa más que el lamento eterno de aquellos que partieron sin tener la oportunidad de despedirse; y hoy, su luz a veces resplandeciente y otras intermitente nos recuerda que no vale la pena si el precio es separarse de lo que uno en verdad adora. Seguramente estoy delirando. Solo ofrendo frases grandilocuentes pretendiendo disfrazar la profunda congoja que me inquieta, que no me deja respirar. Pensar en ti mi amada Ania y en nuestra bella Caterina es lo que me motiva a regresar cuanto antes, consciente de que el tesoro no está al final del camino sino al comienzo.
Vayan, vayan estrellas refulgentes y díganles que no hago más que pensar en ellas; que me acompañan en sueños cuando duermo y caminan a mi lado, en pensamiento, cada vez que respiro dando cuenta de que aún existo, o al menos eso parece porque… ¿Qué es vivir si no están conmigo? El filo ardiente de una espada clavada en el medio del corazón, atrancada en el hueco vacío que su amor robó, moviéndose desesperada por abandonar la nada que su ausencia arrebató. Un alma descarriada que busca en una batalla saciar con sangre lo que alguna vez perdió. El adiós de una palabra, una que no dice nada porque se quedó sin voz. Una caricia abandonada, perdida y olvidada en el rostro del que tuvo y todo lo perdió.
Maldita la noche, maldita la luna que me debilita poniendo de manifiesto mi costado sentimental, el que no sabía que tenía, el que no quiero tener, el que no puedo mostrar. Tan solo le pido a Dios, en este momento de debilidad, en este instante de agonía, volver a verlas; tener la dicha de poder mirar sus ojos tiernos y abrazar sus cálidos cuerpos antes de pagar la deuda final.
Entretanto, los habitantes del imperio esperaban ansiosos noticias provenientes de los mares. Era la primera vez, después del fracaso estrepitoso de la expedición enviada por Leon I, un siglo antes, que enviábamos hombres a recuperar nuestras raíces, nuestro legado.
Esta vez era distinto. No sabría cómo explicarlo, como ponerlo en palabras pero se sentía en el aire. Tal vez la comandancia de Belisario, el respaldo inestimable de los más intrépidos caballeros e incluso las ansias que surgían de lo profundo de las entrañas de cada romano; volvían aquella travesía un grito reprimido de victoria, un alarido de triunfo que esperábamos soltar a la brevedad; mientras fantaseábamos con volver a ser la caput mundi.
—Te noto demasiado pensativo, mi amigo —dijo Belisario, tomando por sorpresa a Marco.
—Solo contemplo la inmensidad del mar —respondió esbozando una sonrisa, con la mirada fija en la penumbra.
—Vamos, no le mientas a un mentiroso —sonrió—, nos conocemos desde niños y sé cuándo algo te perturba.
—Estoy pensando en nosotros…
—Creo que no alcanzo a comprenderte.
—¿Podremos algún día vivir en paz, alejados de todo tipo de enfrentamiento? —preguntó dirigiendo la vista a su General.